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Solidaridad y Yihad

Por extraño que pueda parecer la yihad no tiene por qué ser violenta. Los medios de comunicación suelen utilizar el término yihad para referirse a las acciones terroristas de grupos fundamentalistas islámicos. La mayoría de los occidentales, cuando oímos hablar de yihad, pensamos en una guerra del islam contra occidente, o sea, contra nosotros. Sin embargo, el término yihad tiene dos acepciones: en primer lugar está la yihad mayor, que consiste en un combate espiritual que ha de librar todo musulmán contra sí mismo para acercarse a un ideal de perfección que implica compasión (padecer con) y solidaridad con los más débiles. En segundo lugar, está la yihad menor, que para la mayoría de musulmanes consiste en una guerra defensiva para evitar la aniquilación del islam. Para los más radicales, la yihad menor, significa no solo guerra defensiva, sino también guerra ofensiva para propagar la fe verdadera en todo el mundo.

Un buen ejemplo de esta última interpretación es la que defiende la organización de los Hermanos Musulmanes fundada en Egipto en 1928, y que ha servido de inspiración a los movimientos islámicos más radicales. Para los neo-reformistas, sin embargo, en el verdadero islam, matar a una persona es un acto reprobable que aleja de Dios al que lo comete. Resulta sorprendente que musulmanes nacidos en Europa, que se han socializado en sociedades democráticas y abiertas, opten por alistarse en las filas del grupo terrorista denominado Estado Islámico, que defiende la interpretación más radical de la yihad, que pretende propagar el islam mediante el terror y el miedo.

Hace poco, Manuel Valls, primer ministro de Francia, declaraba que para finales de 2015 podrían ser unos 10.000 europeos los que se habrán integrado en este grupo terrorista. Y aunque la mayoría son musulmanes nacidos y educados en Europa, también hay musulmanes conversos, como el caso de cinco de los once detenidos pertenecientes al grupo Fraternidad Islámica para la Predicación de la Yihad, recientemente desarticulado en Terrasa (Barcelona). Todos ellos con un perfil muy parecido según la policía autónoma: “Jóvenes a los que no les había ido demasiado bien en la vida, algunos con antecedentes criminales, en búsqueda de un elixir redentor capaz de dar sentido a sus vidas” (El País, 27/04/2015). Este grupo pretendía emular en España al denominado Estado Islámico. Los cinco conversos, se habían convertido al islam recientemente y, años antes, uno de ellos había buscado sentido también en el cristianismo y en el budismo, para terminar recalando en un islam fundamentalista y violento.

Las preguntas que nos hacemos son ¿qué tiene el Estado Islámico, capaz de atraer a sus filas a tanta gente, incluso a personas socializadas en otra cultura y bastante alejadas de una cultura y de una comunidad islámica? ¿Por qué actos como degollar, violar, quemar, etc., pueden dar sentido a la vida de una persona? Mientras que unos seres humanos encuentran el sentido en la solidaridad y en el esfuerzo para alcanzar una sociedad más justa y sostenible, otros lo encuentran en la aniquilación de todo lo diferente, que es vivido como amenaza; ya se trate de infieles, de extranjeros, o de cualquier otro, que pueda suponer un cuestionamiento para una identidad frágil y difusa.

Según el filósofo y sociólogo Olivier Roy, el auge del fundamentalismo no se debe tanto a la interpretación del choque de civilizaciones, defendida por Samuel Huntington, sino a una pérdida de identidad en la época de la globalización. De hecho, según Olivier Roy (2010), las actuales formas de fundamentalismo religioso, tanto islámico como cristiano, son consecuencia de la ruptura con las culturas de origen. Estamos en el tiempo de la religión sin cultura, subtítulo de su libro La santa ignorancia. El fundamentalismo religioso vendría así a llenar el vacío dejado por la cultura. Y esto explicaría el fenómeno de las conversiones tanto al islam como al cristianismo más fundamentalistas.

Estas conversiones son la respuesta al fenómeno de disolución cultural provocado por la globalización. Roy (2006) afirma: “Nos encontramos precisamente en la crisis de las culturas, y hoy en día lo religioso se expande a partir de la crisis de las culturas” (p. 3). Para ilustrar esta separación entre cultura y religión, Roy hace referencia a esos jóvenes musulmanes franceses que en Francia se perciben como árabes, y en Marruecos o Argelia se perciben como franceses. Pero no se trata solo de una crisis de identidad de los inmigrantes de segunda generación, sino de una crisis mucho más general relacionada con el fenómeno de la globalización.

En una época de crisis cultural provocada por la globalización, el fundamentalismo religioso surge como una forma de reconstruir una identidad al margen de la cultura (Roy, 2006). Para superar el fundamentalismo de cualquier signo, es necesaria una reconstrucción cultural. La actual crisis es una crisis civilizatoria, que afecta a la cultura, la política, la economía, el ecosistema, etc. Estamos asistiendo al desmoronamiento de un modelo. Como señala Vandana Shiva (2006), frente a una economía, política y cultura de muerte, en las que el principio es yo soy si tú no eres, tenemos que defender una economía, política y cultura de vida, que se sustentan sobre el principio yo soy si tú eres.

La globalización está difuminando las culturas, y está sumiendo a muchos individuos en una profunda crisis de identidad que los lleva a buscar seguridad en las inamovibles certezas de los fundamentalismos religiosos. Pero es posible una globalización de otro signo, en la que se globalicen la solidaridad y la justicia. Esto ya está ocurriendo y son cada vez más las personas convencidas de que necesitamos solidaridad y empatía para promover la sostenibilidad de la vida en la Tierra. Frente a la lógica excluyente y de la confrontación (tú o yo), que es una lógica asesina; tenemos la lógica incluyente y de la empatía (tú y yo), cuyo motor es el amor y la compasión (padecer-con). Algo para lo que las mujeres han sido mejor educadas que los hombres. Esto es lo que hace de la ética del cuidado una ética eminentemente femenina en la que todas las personas deberían ser educadas.

Una reconstrucción cultural para el cuidado de la vida, la justicia, la sostenibilidad y la paz, requiere una educación trasformadora para una ciudadanía global (ETCG). Podemos buscar el sentido de nuestras vidas en la aniquilación del otro, pero podemos buscarlo también en el reconocimiento del otro, en la justicia, la sostenibilidad y la paz. Optar por la lógica excluyente, propia de cualquier tipo de fundamentalismo, nos lleva a ponernos en peligro como individuos y como especie. La empatía y la solidaridad no solo son una forma de encontrar el sentido de nuestras vidas, sino que, además, son el único camino por el que podemos avanzar hacia un mundo mejor posible.

Por JOSÉ LUIS SOTO

 

Roy, O. (2010). La santa ignorancia: el tiempo de la religión sin cultura. Barcelona, España: Ediciones Península.

Roy, O. (2006). El islam en Europa: ¿una religión más o una cultura diferente? Recuperado de https://pendientedemigracion.ucm.es/info/fgu/descargas/forocomplutense/conferencia_oroy.pdf

Shiva, V. (2006). Manifiesto para una democracia de la Tierra: justicia, sostenibilidad y paz. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica.

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