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NAVID KERMANI MUSULMÁN, ORIENTALISTA Y PREMIO DE LA PAZ, INVITA A REZAR POR LOS CRISTIANOS PERSEGUIDOS EN TODO EL MUNDO

El ilustre auditorio de la Paulskirche de Frankfurt/Main se levantó unánimemente y en profundo silencio, visiblemente impresionado por el brillante e impactante discurso que acababa de impartir  Navid Kermani (*1967), escritor alemán de origen iraní, al serle concedido  el Premio de Paz de los libreros alemanes (Friedenspreis de Deutschen Buchhandels).  Es este un lugar  de gran significado histórico, donde se reunió el Primer Parlamento alemán libremente elegido, de 1848 a 1849.

Kermani, de 47 años, nacido en Siegen (oeste de Alemania), musulmán e hijo de un médico iraní, ha consagrado su producción ensayística al estudio del Corán y la mística islámica, confrontándose también de manera intensa y asombrosa con el cristianismo. El Jurado del Premio atestigua a  Navid Kermani, “escritor, orientalista y ensayista alemán,” ser “una de las voces más importantes de nuestra sociedad, ayudando con su obra a posibilitar una convivencia pacífica, orientada hacia los derechos humanos. Sus trabajos científicos, en los que Kermani trata de cuestiones de mística, estética y de Teodicea, especialmente en el mundo del Islam, le califican como un autor capaz de intervenir con gran conocimiento de causa en el discurso teológico y de la sociedad”, continúa el jurado, para el que “sus novelas y ensayos y, especialmente sus reportajes sobre zonas de guerra, muestran en qué alto grado Kermani se sabe obligado a respetar la dignidad humana y  las diversas culturas y religiones,  y con qué fuerza opta y lucha por una sociedad europea abierta, que protege a los refugiados y abre espacios al verdadero humanismo”.

A principios de 2015, recién pasada la terrible matanza en la redacción parisina de Charlie Hebdo, los sucesores de aquel mismo primer Parlamento alemán invitaron  a Kermani a pronunciar un discurso con motivo del 65 aniversario de la Constitución alemana.

Ya entonces, Kermani -en un alemán brillante y con lógica seductora– se declaró  totalmente al unísono con los valores fundamentales de esta República Federal, desarrollados durante la Ilustración. Y afirmó  que no necesitábamos menos, sino más libertad, para destruir el objetivo diabólico de los terroristas del IS de diferenciar  entre fieles=islamistas e infieles=cristianos.

También insistió en que es preciso buscar activamente y de mil maneras el modo de enfrentarse  dialécticamente  con esta doctrina del IS, llena de odio y desdén de todo valor humano, que hoy día instiga en todo el mundo a los hombres de buena voluntad con la amenaza de humillar o matar a quienes no comparten sus nefastos principios.

Kermani opina, además, que para poner fin a esa guerra se precisa la intervención de “todas aquellas potencias que están detrás o respaldan a las partes enfrentadas”, lo que, a su juicio, engloba tanto a Irán como a Turquía, los países del Golfo, Rusia y también Occidente: “Posiblemente cometeremos también errores ahí”, constata, pero el mayor de ellos sería “no hacer nada” mientras sigue un “genocidio a las puertas de Europa”, operado tanto por el régimen de Bashar al Assad como por el yihadismo del Estado Islámico.

Su condición de hijo de inmigrantes iraníes y de musulmán ilustrado hacen de Kermani -que se define como un “niño de la República Federal de Alemania”- un símbolo de la integración y de la posibilidad de un Islam europeo. En cierto modo, como él mismo dijo en la conferencia de prensa, el que le hayan dado por primera vez el Premio de la Paz a alguien que tiene pasaporte alemán e iraní, justo en el año en que Irán ha boicoteado la muestra de Frankfurt por la presencia de Salman Rushdie, resulta ser una gran paradoja.

A la pregunta de un periodista si, como musulmán, no se siente ofendido por Los versos satánicos de Rushdie, la respuesta de Kermani  fue: “Los que me ofenden son aquellos que asesinan, decapitan y lapidan en nombre del Islam”.

Pero no es la primera intervención públicamente reconocida del insigne orientalista, intelectual y sensible intérprete del Corán, a la vez que de imágenes cristianas, como demuestra su último libro Ungläubiges Staunen1, (Asombro incrédulo)  en el que se sumerge  en el mundo de las imágenes cristianas, mostrando su “asombro” (¡título!) ante una religión llena de sacrificios y llanto, amor y milagros, pero a la vez sin razón y abismal, profundamente humana y divina: un cristianismo, del cual los mismos cristianos raras veces hablan con tanta seriedad y entusiasmo.

El mero intento de interpretación de 40 escenas de la fe cristiana es toda una aventura para un hombre “incrédulo” (título!): Con corazón abierto y la curiosidad de un niño se nos presenta Kermani ante obras poco conocidas del arte cristiano. Y llegamos a ser testigos de un regalo: sus seductoras meditaciones le  devuelven al Cristianismo su estupor  y su belleza. El autor disputa con la Cruz, se enamora de la mirada de María, goza intensamente de una Misa ortodoxa e intuye el mensaje de paz de un San Francisco, que en su tiempo ya había intuído un puente hacia el Islam.

Kermani nos presta la sensibilidad artística y filológica de su mirada cuando nos descubre en los cuadros de los maestros antiguos como Botticelli, Caravaggio o Rembrandt, las preguntas que nos hacemos día a día en nuestra existencia. Siempre con una mirada aguda y crítica para el mínimo detalle, incluyendo las referencias subyacentes a la literatura alemana y a la mística islámica. Su contemplación poética  es como una droga: hace crecer en nosotros el ansia por esta mirada tan especial al Cristianismo y nos hace añorar el poder mirar con la misma profundidad. En la manera de presentar las meditaciones de estos cuadros selectos, llevada a cabo con una maestría asombrosa, reconocemos  fácilmente la tradición de la immersión mística.

Produce un verdadero asombro el seguir, imagen tras imagen, a este musulmán con la curiosidad de un niño que descubre por primera vez las formas y colores de un mundo ajeno, es decir la imaginería cristiana,  manteniendo a la vez la mirada aguda del que detecta tanto el éxtasis como el vacío en cada detalle artístico. El lector es testigo de un viaje personal hacia esculturas y cuadros de Dios, María, Jesús y los santos, siempre en forma de reflexiones meditativas llenas de simpatía e interés. Nos sorprenden sobre todo las asociaciones del conocedor profundo del Islam a la vez que de estas obras cristianas.

Kermani descubre lo que muchos cristianos ni siquiera ven. Por ejemplo en el cuadro La despedida de Cristo de su Madre de El Greco. la mirada de éxstasis entre dos amantes, que en el cuadro de Greco resultan ser Jesús, el Hijo y María, su Madre. La edad jóven de María le sorprende al observador lo mismo que la inmensa felicidad que encierra su mirada hacia el amado, cuyos ojos responden con una expresión a la vez seductora y protectora.

O en el cuadro de Caravaggio titulado El Tomás incrédulo, en que destaca que junto a Tomás, hay otros dos apóstoles que necesitan ver, o más bien palpar la nueva realidad de Cristo resucitado, es decir ayudando a su fe vacilante con el gesto del dedo, que el mismo Jesús introduce en su costado, “y no seas incrédulo, sino creyente”…

Y volviendo al Premio de Frankfurt: al comienzo de su agradecimiento, Kermani cuenta –también asombroso para un musulmán- la historia de un monasterio católico en Siria, y de sus habitantes, monjes y monjas, que se han familiarizado de tal manera con el Islam, que hasta ayunan durante el Ramadán. Nos describe con total empatía que el IS había apresado a su amigo, el Padre Jacques Mourad, y nos confiesa cómo a él se le había partido el corazón al ver en Internet una foto de dicho Padre, calvo, enflaquecido, solamente huesos sin carne. Y nos sigue haciendo partícipes del drama interior de P. Jacques, y de su sensación de culpabilidad, por haber animado a los cristianos a quedarse, lo que les hizo caer en manos el IS. Pero en medio de la tragedia,  los mismos musulmanes amigos, disfrazados de Beduinos, liberaron al Padre Jacques de manos del IS, arriesgando con esta acción sus propias vidas.

A continuación, Kermani apela a los poderosos del mundo entero a terminar la guerra en Siria, para lo cual harían falta pasos más decisivos y posiblemente una clara intervención militar, como  insinuó  en su brillante respuesta ante un auditorio de más de mil personas.

En su discurso, dibujó un cuadro dramático del Islam actual, lleno de ejemplos y alusiones concretas, como cuando dice: “Imagínense ustedes a un presidente italiano, que entra en la catedral de san Pedro de Roma y de un brinco se acerca al altar calzando sus sucias botas y golpea al Papa con el látigo en el rostro. Pues ustedes se hacen así una idea, poco más o menos, de lo que significó cuando Reza Shah en 1928 se paseó con sus botas de montar por el santo relicario de Ghom y ante el ruego del Imán, de que se descalzara como todo creyente, le asestó un latigazo en el rostro”. Y sigue: “Y ustedes encontrarían  muchos hechos parecidos y muchos momentos claves de este tipo en muchos otros países de Oriente Próximo. No se despojaron y soltaron de las amarras del pasado de modo pausado, lento, dando tiempo al  reposo y a la asimilación, sino que redujeron a escombros y destruyeron este pasado, intentando borrarlo de la memoria”.

Y basándose en la prensa de cada día, recuerda que del llamado Estado Islámico, “esa secta de terroristas”, se desprende una imagen terrible de su religión. Recordó las imágenes que llegan de Siria e Irak, “donde aún se levanta el Corán y se clama Allahu akbar en cada decapitación”. Lapidación, asesinatos, masacres, crucifixiones, esclavitud. Afganistán, Pakistán, Nigeria, Libia, Bangladesh, Somalia, Mali, Arabia Saudita, Irán, Bahréin, Yemen… Nada de esto constituye un enfrentamiento entre el Islam y Occidente. Es más bien como si el Islam orquestara “una guerra contra sí mismo”. Un Islam que olvida sus raíces y deja sólo las “ruinas de una enorme implosión espiritual”.

Lo que tal vez quedará de este discurso memorable, será el surgimiento de “un nuevo pensamiento religioso”; no tanto en el corazón del mundo árabe como entre los musulmanes de Asia, África, Irán o Turquía… incluso entre los de Occidente.

El terror ha llegado a Europa. ¿Y la reacción de Europa? Navid Kermani lamenta el desinterés mostrado ante una catástrofe que se  intenta contener a distancia “con cercas de alambre de púas, buques de guerra, redibujando a sus víctimas como si fueran enemigos y elevando pantallas mentales”. Y eso,  sin deslucir que el proyecto europeo es “políticamente lo más valioso que este continente ha producido nunca”.

La guerra, una actualidad dolorosa. El tema no deja de ser de extrema y dolorosa actualidad, y lo es desde el pasado siglo XX tan cruento,  cuando en plena postguerra europea, la poeta y filósofa austríaca Ingeborg Bachmann (1926-1973) publica 1957 en su antología lírica Die gestundete Zeit, una poesía con el título lapidario Alle Tage (Todos los días):

Alle Tage. Der Krieg wird nicht mehr erklärt, sondern fortgesetzt. Das Unerhörte ist alltäglich geworden. Der Held bleibt den Kämpfen fern. Der Schwache ist in die Feuerzonen gerückt. Die Uniform des Tages ist die Geduld, die Auszeichnung der armselige Stern der Hoffnung über dem Herzen.

Todos los días. La guerra ya no se declara sino continúa. Lo inaudito  ha llegado a ser cotidiano. El héroe se ausenta de las batallas. El débil se ha acercado a las zonas de fuego. El uniforme del día es la paciencia, la marca de  la pobre estrella de la esperanza sobre el corazón.

Este mensaje es hoy sumamente candente. La afirmación inusitada de que la guerra,  en frentes y campos cualesquiera, ni siguiera tenga que ser declarada y, que por tanto siempre el débil se acerca a todas las “zonas de fuego” de este mundo, cada hora, cada minuto  -ahora–, nos hace acudir a la paciencia, esa “marca de la estrella de la esperanza sobre el corazón”.

Y es esta esperanza la que generan las palabras de Kermani cuando una y otra vez postula un diálogo entre el Islam y la cultura alemana, entre el Islam y el cristianismo, el rechazo al fundamentalismo desde una visión musulmana.

Escuchemos sus reflexiones  al final de su discurso: “El portador del Premio de la Paz no debe llamar a la guerra, pero sí a la oración. Señoras y señores, quisiera pedirles algo desacostumbrado, si bien no es algo extraño estando en una iglesia (refiriéndose a la Iglesia de San Pablo de Frankfurt). Quisiera pedirles que no aplaudieran al final de mis palabras, sino una oración por los 200 cristianos secuestrados, por los jóvenes a los que bautizó el padre Jacques, por los amantes a los que casó y por los ancianos a los que impartió la santa unción. Y, si ustedes no son religiosos, acompañen con sus deseos a los secuestrados y también al padre Jacques, que pelea consigo mismo, por haber sido sólo él, el liberado.

Porque, ¿qué otra cosa son las oraciones que deseos dirigidos a Dios? Yo creo en que los deseos, con Dios o sin Dios, tienen un efecto en el mundo. Sin deseos, la humanidad no hubiera colocado piedra sobre piedra, creando esos bellos edificios que tan fácilmente en la guerra se han convertido en escombros. Y señoras y señores, oren por Jacques Mourad y oren por Paolo Dall´Oglio, recen por los cristianos de Qaeyatein, recen o deseen la liberación de todos los rehenes y la libertad de Siria e Irak. Para ello pueden ponerse en pie, para que de ese modo contrarrestemos los vídeos-snuff de los terroristas con una imagen de nuestra hermandad”.

El nombre de Kermani queda con esa distinción, pero aún más por este gesto impresionante,  incluido en la lista de anteriores galardonados entre los que se encuentran Hermann Hesse (1955), Mario Vargas Llosa (1996) y Jürgen Habermas (2001). Y, sobre todo, con este  gran discurso impactante, Kermani ha grabado su nombre  en esta tradición de ser puente entre lo aparentemente irreconciliable y una contínuada búsqueda de la verdad.

1. Navid Kermani, Ungläubiges Staunen- Über das Christentum, München 2015, ed. C.H.Beck.

Por ELISABETH MÜNZEBROCK

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