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TRATA DE PERSONAS: ¿APOSTANDO POR UN ENFOQUE DE DERECHOS HUMANOS?

¿Qué es la trata y cómo se manifiesta? ¿Están los Estados europeos luchando eficazmente contra este fenómeno, que afecta mayoritariamente a mujeres y niñas? Unas reflexiones acerca de esta forma moderna de esclavitud.

En 2010, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictó una sentencia histórica en el caso Rantsev: por primera vez, unos Estados fueron condenados por violar sus obligaciones internacionales en materia de trata de personas. Se trataba del trágico destino de Oxana Rantseva, una joven rusa de 21 años que desembarcó de un avión en Chipre el 5 de marzo de 2001 y menos de dos semanas después fue encontrada muerta en las calles de Limasol, la segunda ciudad del país. Había sido engañada y forzada a prostituirse durante unos pocos días y había intentado escaparse. Había estado en una comisaría, pero la policía llamó a sus tratantes para que viniesen a buscarla. Al cabo de unas pocas horas estaba muerta.

El engaño y la explotación de jóvenes mujeres en el ámbito de la prostitución y del turismo sexual, unidos a la falta de voluntad de los poderes públicos de poner un freno a esta forma de esclavitud moderna, han quedado claramente retratados en este caso que se hizo tristemente famoso gracias al coraje de un padre que no ha dejado de reclamar justicia para su hija frente a las graves ineficiencias del Estado. Desde entonces, el Tribunal europeo se ha vuelto a pronunciar sobre este tema solo una vez, a principios de este año, con la condena de Grecia por haber fallado a su deber de identificar y proteger a otra joven mujer, nigeriana esta vez, traída desde Nigeria y forzada a prostituirse durante dos años: durante este tiempo, la policía y los jueces se dedicaron a detenerla, procesarla, condenarla y amenazarla de expulsión, pero nunca a rescatarla ni a protegerla como víctima de trata.

Mientras esta escasez de condenas apunta al hecho de que la trata sigue siendo un fenómeno ampliamente ignorado y escasamente expuesto al escrutinio judicial en el ámbito internacional, también apunta a otro dato, más positivo: mientras hasta entonces solo se había condenado por trata a tratantes, por fin se ha conseguido también condenar a unos Estados. En efecto, los tratantes no son los únicos culpables de esta vil mercantilización del ser humano, también lo son los Estados. Además, en un número creciente de países de la UE se está sancionando a los clientes de la prostitución y de otros servicios prestados por víctimas de trata. Estas tendencias más recientes son de fundamental importancia, puesto que limitarse a perseguir a los tratantes se ha revelado una estrategia del todo ineficaz. La trata es un fenómeno que tiene unas ramificaciones mucho más extensas. Responde a una compleja red de demandas, negocios, complicidades e ineficiencias que requiere que se identifique un abanico mucho más amplio de responsabilidades. Después de presentar algunos datos sobre lo que es la trata y cómo se manifiesta, planteamos unas reflexiones acerca del papel del Estado y de los clientes en la proliferación de esta forma de esclavitud moderna.

¿Qué es la trata y cómo se manifiesta?

La trata de personas es un problema que afecta a todos los países y, pese a las creencias, a personas de todas las nacionalidades. La ONU indica que cerca de 60% de las víctimas de trata traídas a Europa occidental y del sur son europeas, de las cuales un 27% proviene de los Balcanes y un 13% de Europa central, mientras un 16% provienen de la misma Europa occidental y del sur. Sin duda, la trata afecta de manera preponderante a la población inmigrante, europea y no. Sin embargo, cualquier persona en situación de vulnerabilidad (económica, psicológica, emocional etc.) puede convertirse en víctima de estos grupos criminales que no dudan en privar a mujeres, hombres y niños de su dignidad para lucrarse. En efecto, como segunda actividad criminal más lucrativa a nivel mundial después del tráfico de drogas, la trata genera unos 31.700 millones de euros anuales según la OIT. Cuando al lucro se suma un clima de elevada impunidad generado por la falta de políticas gubernamentales eficaces, no sorprende que la trata no deje de prosperar como actividad de bajo riesgo y altos beneficios.

La trata es la captación, el trasladado o la acogida de una persona, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza, a la coacción, al engaño o al abuso de poder, con fines de explotación. Mientras que el tráfico de migrantes consiste en el traslado de una persona en violación de la normativa sobre entrada legal en un determinado país pero con su consentimiento y sin la intención de explotarla a posteriori, la trata implica alguna forma de coacción o engaño y la voluntad de explotación posterior al traslado. Ahora bien, siendo estas dos formas de tráfico muy distintas, también es cierto que pueden coincidir. En efecto, ¿qué mejor canal para las redes de trata que aprovecharse de la vulnerabilidad de las personas que huyen de la pobreza, de una dictadura o de una guerra – como la de Siria – para engañarlas haciéndoles creer que les van a ayudar a subirse a un avión con falsos papeles o a cruzar el Mediterráneo para luego poderse buscar un mejor porvenir, mientras que, una vez llegadas, las llevarán a algún lugar donde serán despojadas de sus papeles, sometidas a violencia física y/o psicológica y forzadas a ejercer la prostitución, la mendicidad o alguna actividad delictiva? De cada patera que llega a Europa, un porcentaje de las personas que se encuentran en ella, de las más vulnerables -jóvenes mujeres y menores- ya son víctimas de trata o pronto lo serán. ¿Se está haciendo los suficiente para identificar a estas víctimas, tanto las actuales como las potenciales, y protegerlas de la espantosa explotación que les espera en el continente europeo?

¿De qué formas de explotación estamos hablando? A nivel global, las más frecuentes son la explotación sexual (53%), el trabajo forzoso y las prácticas análogas a la esclavitud (40%), la extracción de órganos (0,3%) y otras formas de explotación más recientes (8%) como la realización forzosa de actividades delictivas (robos, tráfico de drogas etc.), la mendicidad forzosa, la adopción ilegal o los matrimonios forzosos. Europa destaca por ser la región con el porcentaje más alto de trata con fines de explotación sexual (66% frente a un 26% de la laboral), mientras que es en Asia donde predomina la trata con fines de explotación laboral (64% frente a un 26% de la sexual). En fin, otro dato preocupante se refiere al género y a la edad. A nivel europeo, el 62% de las víctimas de trata detectadas son mujeres, seguidas por los hombres (19%), las niñas (16%) y los niños (3%), con un alarmante incremento de las víctimas menores en los últimos años. Se trata por lo tanto de un delito con un fuerte componente de género, de una forma grave de violencia contra la mujer. Esta es la realidad cruel, cotidiana e invisible de la trata, que acontece en nuestras ciudades y en nuestros barrios sin que la lleguemos a ver. 

¿Se está haciendo lo suficiente para luchar contra esta lacra?

Lo verdaderamente trascendente del caso Rantsev es que el alto Tribunal europeo reconoció que desde la adopción del Convenio europeo sobre trata de 2005 los Estados europeos están obligados a adoptar un abanico de medidas mucho más amplio, en aplicación del llamado enfoque de derechos humanos en la lucha contra la trata. En efecto, a diferencia de los demás continentes, con este instrumento Europa se ha realmente comprometido a abordar la trata desde un enfoque holístico, también llamado de las 3 Ps: prevención, protección y persecución. ¿Qué conlleva esto? Un cambio radical de perspectiva en la manera de enfrentar este fenómeno. Para entenderlo, cabe destacar que entre 1904 y 2005 el enfoque adoptado por la comunidad internacional para abordar lo que se llamaba entonces la trata de blancas –término ya totalmente en desuso– ha sido exclusivamente de tipo penal o migratorio. Consistía por lo tanto en políticas centradas en la criminalización y el castigo, que en ningún momento abordaban los aspectos relacionados con la prevención de este fenómeno y, menos aún, con la protección de los derechos de sus víctimas. Las consecuencias de este tipo de enfoque han sido devastadoras: falta de prevención, desprotección y criminalización de las víctimas, unidas a la ineficacia de la acción policial y penal por falta de capacitación de los distintos agentes públicos y de cooperación de las víctimas.

¿Podemos afirmar que esta situación ya ha quedado atrás, que ya son cosas del pasado? Desafortunadamente no. A pesar de que gracias al convenio de 2005 -y a una directiva UE de 2011- el marco normativo europeo haya cambiado radicalmente, la brecha entre este último y la práctica sigue siendo inmensa. Los Estados de la UE todavía no cumplen con sus obligaciones. En efecto, en su informe de 2016 sobre la ejecución de la directiva en los países de la UE, la Comisión europea indica que, en términos de persecución, el número de procesamientos y condenas sigue siendo preocupantemente bajo, mientras que los medios humanos y técnicos invertidos en la investigación del delito son del todo insuficientes. En cuanto a la prevención, hay una seria falta de formación de los policías y jueces, de uso del enfoque de género y centrado en el menor, y una falta de puesta en marcha de medidas para reducir la demanda: por ejemplo, sólo la mitad de los Estados han penalizado el uso, a sabiendas, de servicios prestados por víctimas de trata. Finalmente, la protección de las víctimas sigue siendo un verdadero reto: la trata es un delito invisible, ya que el número de víctimas identificadas sigue siendo muy bajo y con frecuencia se les niega asistencia en las comisarías o son erróneamente identificadas como delincuentes para ser detenidas y procesadas.

¿Puede tolerar nuestra sociedad que los que comercializan en seres humanos queden mayoritariamente impunes, mientras que las personas vulnerables que son engañadas y explotadas acaban criminalizadas, detenidas y condenadas, o sumariamente devueltas a las redes en sus respectivos países, en lugar de ser rescatadas?

Finalmente, ¿que decir del cliente? Cuando los informes oficiales y de las entidades especializadas coinciden en estimar que entre el 80 y el 90% de las mujeres que ejercen la prostitución en España son extranjeras y que la mayoría han sido traídas por redes de trata, el cliente no puede mirar por otro lado.

Está promocionando esta forma de explotación, esta grave violación de los derechos humanos, se está haciendo cómplice de ella. Es sin duda esencial sancionarlo. Y, sin duda, es aún más esencial educar a nuestros jóvenes para que sean conscientes de la sórdida realidad que se esconde detrás de la prostitución: violencia, explotación despiadada, anulación total de los derechos de las mujeres y, cada vez más, de las niñas. En efecto, según la ONU, mujeres y niñas representan el 97% de las víctimas de trata con fines de explotación sexual. Otro porcentaje aterrador…

Es urgente que reclamemos a nuestras instituciones persecución, pero, sobre todo, prevención y protección. Para las víctimas, pero también para la sociedad en su conjunto, para que no dejemos que la criminalidad organizada vaya carcomiendo cada vez más nuestra sociedad, nuestra seguridad y nuestros derechos.

Por VALENTINA MILANO

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