CINE

¿QUÉ APRENDEN LOS NIÑOS EN EL CINE?

Hace décadas, en pleno siglo XX, y en países como España e Italia, cuando una familia iba a ver una película familiar o los padres mandaban a los niños al cine con la tata, existía una tácita confianza casi absoluta en que los mensajes del film estaban en consonancia con la educación que los niños recibían en casa y en el colegio. Se daba una unidad social, que más allá de razones políticas y culturales, era un hecho que permitía a los padres vivir confiados en un entorno que no suponía amenaza ninguna para sus hijos.

La pluralidad política que trajo la democracia en España fue dejando paso a una pluralidad cultural que, obviamente, hizo añicos esa unidad referencial y estableció una fragmentación de sentido muy acusada. Hace ya tiempo que no hay una sola moral, una sola creencia, una fe compartida, un modelo de familia, de manera de vivir, de forma de vestir, una concepción del trabajo, de las relaciones, de la sexualidad, de la identidad…

Hay muchas, muy variadas y a menudo opuestas. Esto es un dato, no una valoración. Y es un dato irreversible, al menos durante un largo periodo de tiempo. Evidentemente, algunas de estas opciones culturales tratan de imponer su hegemonía, con la connivencia de corrientes ideológicas y de grupos mediáticos. También dentro del ámbito cultural católico –un grupo que de mayoritario ha pasado a ser minoritario- hay quienes aspiran, legítima pero estérilmente, a recuperar una hegemonía perdida. Pero también hay católicos que han recibido con espíritu positivo de purificación y renovación esa pérdida de poder cultural. Pues bien, volviendo a la cuestión del cine que nos ocupa, es evidente que hoy ya nadie puede confiar en el cine como un aliado a priori de su propio horizonte educativo. Porque el cine, como expresión cultural que es, también ha vivido esa fragmentación, y cada película es vehículo de una determinada posición particular, que no tiene por qué coincidir con la de un espectador concreto. Ya no se puede mandar a los niños a ciegas a ver una película de Disney, por poner un ejemplo, como si ya se supiera de antemano los valores que va a transmitir a nuestros hijos, algo que sí se podía hacer con esa multinacional hace más de cincuenta años. Actualmente, si a los padres les preocupa el componente educativo de un film -algo que no siempre ocurre- es necesario que estos conozcan previamente la película que van a ver sus hijos. Y como habitualmente no es posible que la hayan visto antes, deberán asesorarse de alguien –un crítico, una web, un amigo- que comparta sus referentes de sentido. Una productora que hasta ahora –no sabemos en el futuro- ha ofrecido siempre producciones interesantes desde un punto de vista educativo, apeadas de ideologías y con una antropología de fondo de extracción judeocristiana, es Pixar, fundada por John Lasseter y hoy incorporada a Disney (Toy´s story, Up, Buscando a Nemo, Ratatouille,…). Lo más interesante es que, sin embargo, sus planteamientos carecen del moralismo que a menudo atravesaba muchas películas de Disney de la época clásica. Con este comentario no queremos sumarnos a la cohorte de denigradores de Disney, que parten normalmente más de un prejuicio ideológico que de un análisis educativo.

El Disney de los cuarenta y cincuenta era coherente con el marco social de su época, y a nadie le chirriaban sus mensajes. Otra cosa es que muchos niños nacidos en los sesenta y en los setenta seguían viendo esos films, cuando el contexto empezaba a cambiar sustancialmente, y entonces sí podían empezar a darse disonancias. Desde que Pixar ha entrado en la Disney, esta ha mejorado el nivel de sus producciones y guiones, como es el caso de Brave o de Rapunzel.

Hace más de veinte años nació Dreamworks, cuyo fundador, Jeffrey Katzenberg provenía de Disney. Con el dinero obtenido de una demanda contra esta compañía creó Dreamworks junto a Steven Spielberg. De esta productora nace en el año 2000 Dreamworks Animation, dedicada al cine de animación. Esta productora tiene una vocación exclusivamente de divertimento, pegada a un humor de gags y a una estética slapstick. Sus guiones no alcanzan la profundidad de los de la compañía de John Lasseter. Digamos que es un cine más gamberro, más inmediato, que conecta rápidamente con el público infantil. Es el caso de las películas de Shrek, Kung-Fu Panda, Madagascar… o la reciente Capitán Calzoncillos, aunque en los primeros años Spielberg produjo varias cintas de animación tradicional sobre temas bíblicos. Destacamos de entre sus numerosas producciones Cómo entrenar a tu dragón, con un guion mucho más rico que la media en contenidos antropológicos.

No podemos dejar de apuntar dos referentes de gran importancia. Por un lado, la animación española, que está en sus mejores momentos creativos, con empresas como Ilion (Planet 51) o las producciones del tándem Enrique Gato y Jordi Gasull, con títulos como Atrapa la bandera o Tadeo Jones. Por otro lado, hay que subrayar la relevancia artística de las películas de los estudios japoneses Gibli y del maestro Hayao Miyazaki. Herederos de una tradición cultural muy alejada de la occidental, sus obras -maestras muchas de ellas- han abierto un horizonte estético, argumental y metafísico, que han supuesto una bocanada de aire fresco en el panorama de la animación mundial.

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