CINE

FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN: ALTA COCINA

Tommy Wiseau es un actor, productor y director de cine norteamericano que en 2003 estrenó la que se considera una de las peores películas de historia: The Room. Cuando se estrenó dicha película nadie sabía muy bien de dónde había salido Wiseau, ni dónde había obtenido los seis millones de dólares que costó el tronchante desaguisado, las críticas fueron feroces y el éxito nulo. Unos meses después la situación comenzó a cambiar y de ser una película ignorada pasó a convertirse en una de las películas trash (bajo presupuesto, calidad discutible y muy limitada distribución) con más seguidores de los últimos años. En definitiva, el boca a boca y las redes sociales hicieron de The Room un éxito con cierta repercusión entre grupetes de cinéfilos ávidos de insensateces delirantes. Diez años después, uno de los protagonistas de la película, Greg Sestero, escribió un libro sobre el rodaje de la película que llamó la atención de otro inquieto personaje, esta vez bien conocido: James Franco.

Así, The disaster artist, la película que James Franco ha dirigido y protagonizado basándose en el anterior libro del mismo nombre, ganó la Concha de Oro en la pasada edición del Festival de cine de San Sebastián, habiendo cosechado además buenas críticas allí donde hasta ahora se ha visto. Este premio llama la atención por tratarse de una comedia (género no muy valorado en los sesudos y serios festivales) y también por tratarse de una ácida parodia sobre la propia industria del cine (gremio no muy dado a la autocrítica, como cualquier otro gremio). Un sonriente James Franco recogió el premio reconociendo que él mismo tiene algo del alocamiento de Wiseau. ¿Se puede marcar una línea entre la cara dura, un sueño, la falta de talento y la inconsciencia? Ese tipo de preguntas nos plantea James Franco, y el público español las podrá intentar responder a partir de enero de 2018, fecha prevista de estreno.

Más adelante volveremos a dar algún apunte sobre el palmarés del festival, que como no podía ser de otra manera ha tenido sus más y sus menos, porque los premios casi son siempre polémicos y casi nunca de consenso. En este caso las protestas tienen un trasfondo positivo ya que, en general, los comentarios sobre el nivel de la selección de la 65 edición del Festival han sido bastante buenos. En cualquier concurso los premios son pocos y los gana quien decide el jurado, mientras que el cinéfilo intenta pescar en el río revuelto de la competencia y de la calidad. No deberíamos tener quejas sobre esta situación.

El cine español estuvo bien representado en la sección oficial a concurso, y muy buen sabor de boca dejó El autor, de Manuel Martín Cuenca, recientemente premiada por la crítica en el prestigioso Festival de Toronto, un drama sobre la creación artística (literaria en este caso), la manipulación y el desquiciamiento. También apreciada ha sido Handia, de A. Arregui y J. Garaño, que consolidan el tándem de calidad como directores-guionistas que ya les dio grandes alegrías con Loreak (2014), si en esta última son las flores el eje de la historia, en la película ahora presentada recurren a una trama igualmente peculiar: el periplo por Europa de un personaje de gran altura (física). Handia se alzó con el premio especial del Jurado. No se quedó atrás La vida y nada más, de Antonio Méndez Esparcia, una historia sobre el descubrimiento de la madurez en un barrio afroamericano de Florida, rodada con actores amateurs haciendo uso frecuente de la improvisación.

Por parte de la representación extranjera ha habido películas que han causado muy grata impresión como la alemana The Captain, de Robert Schwentke, que nos propone un inquietante juego de espejos entre un suceso durante la II Guerra Mundial y la situación actual en Europa, esta película fue la ganadora del premio a la mejor fotografía; la polaca Beyond Words, de Urszula Antoniak, un drama en potente blanco y negro sobre el retorno del pasado, los orígenes y la integración; la franco-japonesa El león duerme esta noche, de Nobuhiro Suwa, un reflexivo bailoteo espacio-tiempo protagonizado por el mítico actor Jean-Pierre Léaud, cabeza visible de algunas de las grandes obras de la Nouvelle Vague; o una nueva muestra de la fortaleza actual del cine rumano con Pororoca, de Constantin Popescu, sobre una familia en situación límite por la desaparición de uno de los miembros, el protagonista, Bogdan Dumitrache, se alzó con el premio al mejor actor. Siempre hay alguna que otra decepción, afortunadamente este año tapada por la alta nota media general, en este caso, Wim Wenders no ha convencido con su última película, Inmersión, y probablemente tampoco ha gustado mucho Una especie de familia del argentino Diego Lerman.

Nunca hay que olvidar el resto de secciones que componen un Festival: en el caso de San Sebastián, tenemos la frescura de nuevos y nuevas directores/as, la heterogeneidad y riesgo de Zabaltegi o la oportunidad de ver películas inéditas en España que ya han pasado por otros festivales en la sección Perlas, no solo de la selección oficial que compite debe vivir el aficionado. También tenemos la oportunidad de repasar carreras completas a partir de los premios Donostia, que este año han recaído en los indudablemente importantes Ricardo Darín (actor), Monica Bellucci (actriz) y Agnès Varda (directora). Así, una nueva edición del Festival de San Sebastián finalizó con buenas e interesantes sensaciones y asumiendo que se está viviendo un momento de cambio. El debate ya antiguo sobre la piratería se complementa con la reflexión actual sobre el impacto de las nuevas plataformas, formatos y productoras (Netflix, HBO, Amazon y demás), así como sobre la presencia definitiva de las series de televisión, lo cual ha generado un lógico estado de incertidumbre que afecta a muchos: las estructuras industriales establecidas, los creadores, los intérpretes, los técnicos y, por qué no decirlo, unos espectadores que jamás tuvimos a nuestra disposición un número tan elevado de oportunidades.

En cualquier caso, desde estas líneas reivindico el no abandonar jamás la experiencia y la magia de asistir a una sala de cine y de volver a vivir una y otra vez la pequeña (o gran) emoción que se produce cuando se apagan las luces justo antes de que empiece la proyección. Parece más recomendable hacer un uso ponderado de cada una de las opciones que hoy día se nos ofrecen, cada una de ellas tiene muchas ventajas y algún inconveniente, cada una tiene su tiempo y su lugar. Todo sea por continuar en la búsqueda y encuentro de algún nuevo artista desastroso.

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