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GALDÓS HOY, EN MADRID. UN NUEVO RECUERDO

El pasado 10 de mayo se cumplieron 175 años del nacimiento de Benito Pérez Galdós y, en 2020, los primeros 100 años de su nacimiento. Aunque para el público medio esta celebración está pasando casi inadvertida, hay diversos organismos que se preocupan por dar a conocer la figura de este escritor español, quizá el más importante del siglo XIX.

Y digo dar a conocer porque la escritura de Galdós, tan de su época y, al mismo tiempo, tan personal, ha atravesado y atraviesa todavía un largo periodo de incomprensión, de alejamiento y, desde luego, de desconocimiento.

Me resulta curioso este hecho, ya que otros escritores de su tiempo (no españoles) no han perdido el prestigio internacional que tuvieron en las letras europeas. Dejando aparte al genio inmortal de Dostoievski, me refiero, por ejemplo, a Dickens que pasa la prueba del tiempo, con películas basadas en sus novelas, hechas en pleno siglo XXI. Y, aunque es verdad que el inglés allana los caminos de la comunicación, también lo es que el interés por los clásicos es la motivación principal para su constante actualización.

Galdós ahora está identificado, por supuesto, con la soberbia creación literaria del XIX, encarnada sobre todo en magníficos personajes, pero también con la extensión de los textos, las descripciones inacabables, o la minuciosidad de las pequeñas historias. En resumen, una escritura que se rechaza a priori, argumentando que el gusto literario ha cambiado (lo cual es absolutamente cierto), sin tomar en cuenta que la complicadísima historia de Juego de Tronos, va por la enésima edición en siete tomos, y sus lectores no viven hasta leer el octavo.

En fin, una gran diferencia entre Galdós y George Martin es que el primero se dedicó a retratar su sociedad, con todo lujo de detalles, y el segundo aplica su inteligencia y enorme cultura a la creación fantástica; pero su fuente documental es la historia de la Humanidad, sus luchas de poder, sus entresijos más viciosos que virtuosos…, algo que, salvando las distancias de libertad creativa, hermana a Martin con los escritores realistas del siglo XIX.

Y aquí entra en juego la principal musa de Galdós: su fascinación por la sociedad madrileña que conoció con 19 años.

El escritor escribió en su obra Memorias de un desmemoriado (1915-1916) una autobiografía imprecisa, cronológicamente hablando. Él mismo dice en ella que está “incapacitado para el orden cronológico” y que omite lo referente a su infancia, “que carece de interés…”. Su historia vital empieza con el viaje que emprende para estudiar Derecho en la Universidad Central de Madrid.

“(…) Mis padres me enviaron a Madrid a estudiar Derecho, y vine a esta corte y entré en la Universidad, donde me distinguí por los frecuentes novillos que hacía (…). Escapándome de las Cátedras, gozando en observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital”.

Para él, la Universidad es la calle, “la viva floresta”, en palabras de Cortázar. Es verdad que la Literatura está poblada de escritores que, universitariamente hablando, fueron frustrados estudiantes de Derecho o licenciados estériles en esa disciplina, pero el caso de Galdós es tremendamente gráfico. Se diría que lo suyo fue un amor a primera vista con la gente de Madrid, una fascinación, una corriente de simpatía que enseguida encendió su interés social y lo llevó a la política, aunque antes lo metió en manifestaciones, algaradas y tumultos tan frecuentes en la segunda mitad del XIX. Cuando tenía 25 años, vivió la Revolución de 1868, la Gloriosa, que derrocó a Isabel II e instauró la fugaz I República española. 

Como dice Luis A. Rojo, en su discurso de entrada en la Real Academia, titulada La sociedad madrileña en Galdós, “la capital ofrecía al recién llegado la oportunidad de entrar en contacto con los grandes problemas de la vida nacional y vivir de cerca los conflictos entre viejas y nuevas ideas, creencias y formas de vida”, pero Galdós llegó, además, a un Madrid en plena reconstrucción urbanística. El centro antiguo de la ciudad cedía su protagonismo a los nuevos barrios, con lo que la construcción y lo transportes mejoraban y crecía también la actividad económica. 

Pero, además, Galdós se incorporó de lleno a la vida social madrileña representada en las muchas tertulias de la ciudad. Como Cervantes con la biblioteca de Alonso Quijano, en la que hace un censo de los libros de caballerías de su tiempo, el propio escritor canario, en su novela hace un recorrido por las tertulias más famosas entre los años 1865 a 1874… “Las de San Antonio, el Suizo Nuevo, el Café de las Platerías, el Café del Siglo, el del Levante, los cafés de la Puerta del Sol, el famoso Café de Fornos, el de Santo Tomás, el de la Aduana y el Siglo de la calle Mayor…” Y de uno de sus personajes, Juan Pablo Rubín, nos dice que “no podía vivir sin pasarse la mitad de las horas del día o casi todas ellas en el café”. Precisamente, la primera novela de Galdós, publicada en 1870, se tituló La Fontana de Oro, como un café situado en la Puerta del Sol, en la esquina de la Carrera de San Jerónimo y la calle de la Victoria.

A este interés por la vida literaria, la política, la economía y los personajes sociales, se añade la afición por la música que hizo de Galdós un asiduo del Teatro Real.

Con todo ello, Galdós no se limita a reflejar las costumbres, los usos, las preocupaciones o alegrías de la gente, sino que ahonda en la dimensión ética, en las desigualdades, en la educación… Sus propias convicciones evolucionan desde una posición más afín a los presupuestos burgueses, hasta un pensamiento más cercano al socialismo. 

Y este interés se plasma no sólo en relatos contemporáneos, sino que abarca la historia de España a lo largo de todo el siglo XIX, en una obra grandiosa: Los Episodios Nacionales. Estas 46 novelas se publicaron a partir de 1873, divididas en cinco series, y reflejan la historia del país desde 1805 hasta 1880. Hay que imaginar la ingente documentación que el escritor consultó, las lecturas, las anotaciones…; las visitas y paseos por la ciudad, la elección de los personajes…, y de fondo, Madrid en todo su apogeo vital. Excepto en algunas novelas ubicadas en otras ciudades, la capital exhibe la gran historia entretejida con sus pequeñas crónicas. Los grandes hombres y mujeres del siglo caminan por sus calles, habitan palacios o chabolas, tienen amigos, conocidos o criados de entre la gente de Madrid.

El gran Max Aub, en su Manual de la Historia de la Literatura Española elogia esta obra de Galdós en estos términos: “Ahí está completa, viva, real la vida de la nación (…). Sólo los más grandes en el mundo (…) consiguieron otro tanto”, (ed. de 1966, pp. 450-452).

Podría decirse que este es el gran legado del escritor, motivado no sólo por un interés literario y creativo, sino educador. En sus últimos años, afectado por una ceguera que llega a ser total, en palabras de L. A. Rojo: “Galdós seguirá viviendo, hasta el final, su pasión de España, la preocupación entrañable por sus gentes, a las que ha tratado de ayudar y corregir con su ingente obra. Cree que el tiempo acabará llevando al país a un nuevo estado de civilización”.  

Si en estos años de centenarios, nos animamos a leer a este gran maestro, seguro que estaremos contribuyendo a ello.

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