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ISABEL PARENTE: “ENTRE ARTESANÍA Y ARTE NO HAY DIFERENCIA”

Isabel Parente cultiva la cerámica artística y ha creado un taller especializado en la elaboración de cerámica personalizada, restauración de azulejería y piezas cerámicas antiguas, y reposición para construcciones. 

Trabaja con materiales de todo tipo: pastas, pigmentos y óxidos para la elaboración de piezas exclusivas que componen su catálogo y decora interiores y exteriores en cerámica y azulejos, reproduce cuadros en soporte cerámico, murales, platos, placas y retablos. En el pasado mes de diciembre, presentó en Sevilla una muestra de su cerámica.

Carmen Azaustre: Isabel, tu exposición lleva el título Sevilla a fuego lento, ¿Por qué?

Isabel Parente: En este caso, lo que he intentado es representar la cerámica y dar un paseo por todas las culturas y todos los estilos de cerámicas que podemos encontrar en Sevilla, que son muchísimos, pero vistos desde el prisma de mi taller. La cerámica se hace a fuego lento. Es el conjunto de los primeros materiales: agua, tierra, aire y fuego y con todo mezclado a este tenor sale la cerámica. Es un paseo por todas las culturas que han pasado por Sevilla, vistas desde mi punto de vista, pero solo cerámica, es un recorrido por Sevilla en cerámica.

C. A.: ¿Por qué te has dedicado a la cerámica?

I. P.: Porque me parece apasionante. Me parece muy enriquecedora y te da muchas sorpresas porque ¿sabes qué pasa?, que, por ejemplo, tú estás pintando con una paleta de color que no es la que va a salir después. Estás pintando con un colorido que no es el real; tienes que estar pensando en ese colorido cuando pasa por el horno con una curva de cocción de cerca de nueve o diez horas hasta que llega a 980º,   que es cuando los colores, los pigmentos, los óxidos metálicos puros, se desarrollan con el calor, se funden con el esmalte, sale la capa de vidrio y, a continuación, ya tenemos ahí la cerámica. Al desarrollarse el color, sale la pieza en sí como es, pero no tiene nada que ver con lo que tú has estado trabajando anteriormente. Puedes estar trabajando con un color violeta que cuando se cuece es azul cobalto, y tienes que imaginar cómo va a salir después… es una complejidad muy grande. Es lo que pongo yo siempre de ejemplo cuando me quieren convencer de que la cerámica no es un arte, que es una artesanía…

C. A.: ¿Qué diferencia hay?

I. P.: Es que no existe, bajo mi punto de vista, no existe. ¿El que hace un canasto de mimbre es un artesano? No, para mí es un artista, porque yo no sé hacerlo… El que borda, por ejemplo, en oro, o borda sábanas, o borda la lencería de hogar, ¿es artesanía? No es artesanía, es un arte. ¿Por qué es arte pintar un lienzo y no es arte pintar un lienzo en cerámica? Máxime con la complejidad que conlleva. Un lienzo lo empiezas a pintar y, si te equivocas, lo puedes echar todo de blanco de golpe y mañana empiezas de nuevo. En la cerámica, si te equivocas, no hay vuelta atrás.

C. A.: Comprendo, porque se está cociendo y el producto resultante tiene su propia vida… Lo que tú mezclaste, lo que tú imaginaste, tiene un final diverso…

I. P.: Lo que salga, salió, por eso cuando me vienen y me dicen, por ejemplo, píntame un cuadro de Murillo -Murillo es archiconocido mundialmente- tienes que ser muy conocedora de la materia que tienes en tus manos para saber cómo va a salir y, después, cómo se va a reproducir…

C. A.: Tener en cuenta la pigmentación, la tonalidad, representarla…

I. P.: Claro, reproducir fielmente la imagen que te han encargado es complicado… 

C. A.: Es muy difícil, porque no eres tú sola, es el fuego…

I. P.: Sí, la última palabra la tiene el horno…

C. A.: El fuego y la materia…

I. P.: Y la materia que utilizas. Entonces es mucho más complejo, por lo que a mí que me digan qué diferencia hay entre artesanía y arte: yo diría que ninguna.

C. A.: ¿Hay muchas mujeres ceramistas en Sevilla?

I. P.: Sí, actualmente sí que somos unas cuantas, la verdad. Otra cosa es que políticamente, burocráticamente, nos faciliten las tareas a los artistas… Como es un mundo ya de por sí complejo, porque vendemos artículos que no son de primera necesidad, son caprichos, te cuesta mantenerte con tu taller y con tus cosas. Entonces hay muchas, pero en activo, por estos pequeños detalles que son muy grandes a la vez, en activo, o reconocidas, o con tiendas, o con talleres a disposición del público, somos menos porque no es fácil la tarea. Hay que luchar mucho, los impuestos nos comen, precisamente porque vendemos un artículo de capricho no nos facilitan…, el comercio no es como nosotros quisiéramos.  

A ti, por ejemplo, te sobran 200 euros y te tienen que sobrar muchos 200 euros para comprarme a mí un plato. Porque tú lo primero que piensas cuando entras es en “me voy a comprar un vestido nuevo”, o “tengo una boda”, o “me voy a comprar unas botas” o “tengo que arreglar lo que sea de mi casa”…

C. A.: Sí…

I. P.: Pero no te compras un plato de cerámica. Entonces estas piezas son para una clientela muy reducida, muy exquisita, porque todos miramos nuestras carteras y yo me hago cargo de la situación, pero el arte tiene su valor y no podemos criticarlo para desmejorarlo o desvalorizarlo.

C. A.: ¿Qué maestros han influido en tu formación artística?

I. P.: Yo he estado siempre rodeada de gente encantadora y maestros como la copa de un pino. Y ya no solamente el maestro, que es el superior a ti por edad y conocimientos, sino por compañeros. Aprendemos todos, los unos de los otros, nos llevamos bien -vamos yo por lo menos me llevo bien con todos ellos-. Si hay alguno que les caigo mal a mí no me lo demuestra. Aprendemos mucho, tengo compañeros con los que siempre colaboro, nos llamamos… cada uno tiene su estilo y su forma de trabajar, no nos pisamos, no hay competencia… y aprendemos siempre los unos de los otros. Y maestros, pues yo he tenido muy buenos maestros en Historia del Arte, en la escuela, muy buenos maestros.

C. A.: ¿Te formaste en Sevilla? ¿En la Facultad de Bellas Artes?

I. P.: En Sevilla… pero no, no… yo no he hecho Bellas Artes. Mi padre pintaba que era una barbaridad, mi hermano también pinta muy bien y yo no quería estudiar, quería pintar, entonces fui a la Escuela de Artes Aplicadas. A lo largo de esta trayectoria de ya 30 años he aprendido muchísimo y dudo -sin faltar al respeto y sin ánimo de ofender-, dudo que una facultad de Bellas Artes me hubiera enseñado todo lo que he aprendido a lo largo de estos años. Qué sí, que te acompaña un título, que el día de mañana te puede abrir las puertas para ser docente, pero yo prefería estar al pie del cañón y aprender en un taller, aprender en una escuela. Entonces hice mis tres años de asignaturas comunes para este tipo de Artes Aplicadas, mi Historia del Arte, mi dibujo lineal, todo el conjunto y, ya en el cuarto año, la especialidad que elegí. 

Me fui a otro centro en Sevilla y estando ya en contacto con la cerámica, me enteré de que había una escuela solamente dedicada a la formación en cerámica: alfarería, modelado y vidriado, y me fui. Me presenté y tuve la gran suerte de conseguir una plaza en Técnico Decorador Ceramista y ahí me metí. Y ahí empecé de lleno con mi aprendizaje.

C. A.: ¿Has salido a otros países?  

I. P.: Sí. Tuve la gran suerte de que, en el segundo año de los tres de formación que tuvimos allí, en Gelves, la escuela me escogió como alumna polivalente o con buenas actitudes para el tema y me dieron una beca y me fui a Italia. Creo que cualquier persona que tenga un poco de sensibilidad artística tiene que vivir allí.

C. A.: Tiene que vivir y respirar arte… y pasear…

I. P.: Aquello es una joya; es un museo vayas por donde vayas… y allí estuve trabajando. Hice mi periodo de aprendizaje de italiano en Turín y luego estuve en un pueblecito muy pequeño, en Deruta, en la provincia de Perugia, en un taller de un gran maestro, Romano Ranieri, un señor que llevaba toda su vida con un pincel en la mano. Era un verdadero artista ¡era un Botticelli, pero del barro! Era magnífico, yo creo que lo da la tierra, de verdad, impresionante. Y tuve la suerte de que caí en ese taller para hacer las prácticas. Y estuve aprendiendo cómo ellos tratan la pintura del renacimiento, los clásicos, el sfumato, la Italia pura, pero sobre el soporte cerámico…

C. A.: La técnica, ¿es distinta?

I. P.: Es distinta a la que hacemos aquí. Nosotros tenemos una carta de colores muy bonita, muy alegre, muy viva… y tenemos una cerámica popular que es exquisita, muy bonita, muy alegre y, además, muy conocida por todos nosotros, porque rara es la persona que no tiene en casa de su tía o de su abuela un lebrillo o un plato, de eso nosotros podemos presumir también. Pero allí se trata de otra forma, la pintura es de otra forma, mucho más clásica, otro tipo de cultura. Entonces yo allí aprendí mucho, me traje mis placas de Italia y cuando llegué a la Escuela y se lo enseñé a los maestros me dijeron “escúchame, vas a tener que seguir viniendo porque no puedes dejar de asistir al centro, no puedes dejar el programa de formación, pero con lo que traes ya qué más vas a tener que aprender”. O sea, me llegaron a decir “es que nosotros no vamos a llegar a lo que tú has aprendido”.

C. A.: ¿Creaste el taller entonces?

I. P.: Inmediatamente, no, sino a lo largo de ese año. Como yo pintaba allí, en la Escuela, hacía distintas cosas al resto de los alumnos. Por ejemplo, vi una pieza en barro, un brasero, la vi en una esquina de Triana donde había estado mi actual alfarero Antonio Campos Hinestrosa, en Sevilla, lo vi y me dije, “yo voy a pintar esto, es más grande y voy a tardar más tiempo y así me aburro menos”.

C. A.: ¿Lo pintaste tú?

I. P.: Sí lo pinté yo, y la gente decía “hay que ver dónde te has metido, si eso está ahí lleno de polvo, no te va a salir, se te va a abrir el esmalte, eso seguro que tiene algún golpe y se te va a romper en el horno… eres muy aventurera, ¿cómo te vas a arriesgar con eso?”. Mira, tan cansada me tenían que firmé la pieza y me dije que cuando saliera del horno me la llevaría a mi casa y ya está… Y nos fuimos todos de vacaciones de Navidad y, a lo largo de las navidades, me llamó la directora del centro y me dice: “Parente, hemos sacado tu pieza del horno y es una verdadera joya. Nos ha llegado información de que hay un concurso a nivel internacional de Escuelas de Artes Aplicadas y nos vamos a presentar y vamos a llevar tu pieza”. Y yo les dije: “Estupendo, ya me diréis qué pasa…”. Y el día 4 de enero, víspera de mi cumpleaños, me vuelve a llamar: “Isabel, no te lo vas a creer, hemos ganado un premio del museo del Louvre”… mi regalo de cumpleaños…

C. A.: Y no te lo pudiste llevar…

I. P.: No, porque estaba amparado bajo el nombre de la Escuela. Hombre, si me hubiera salido mal…

C. A.: Pero lo tendrán guardado como algo exquisito… No vaya a ser que se pueda quebrar…

I. P.: Sí, está aquí en la muestra. Me ha costado la misma vida que me lo dejen para la exposición… Y yo me río con ellos, y les digo: “Si están aquí las manos que pueden hacer otro, si se rompe, da igual”… Para mí tiene un importante valor sentimental y artístico.

C. A.: Para ti ese premio fue el espaldarazo ¿no?

I. P.: Fue el pistoletazo de salida, el decir esto es lo mío, yo me tengo que montar mi taller de cerámica, y me lo monté…

C. A.: Me ha gustado mucho en la exposición todo lo que tienes costumbrista, muy bonito.

I. P.: Es muy bonito, suelen salir imágenes con mucha perspectiva, con mucho color, y muy nuestro, muy de aquí, escenas muy conocidas por nosotros… y el colorido de la cerámica mudéjar es precioso…

C. A.: Me dices que trabajas distintas culturas, distintas cerámicas, ¿Qué haces, investigarlas? 

I. P.: Claro, como yo trabajo por encargo, muchas veces todo encargo que me llega al taller para mí es una meta. Cuando tengo que reproducir alguna pieza, algún azulejo, algún… todo eso se constituye en meta. Entonces, también tengo que decir que mi paso durante un año por la Escuela que se hizo aquí en Sevilla y que desgraciadamente ya no está -y es una pena porque era una maravilla-, mi paso durante un año por el taller de empleo para trabajar en la Plaza de España me dio la satisfacción de conocer, ¡fíjate, la Plaza de España, que es un museo al aire libre y un catálogo entero de cerámica! Al tenerla tan cerca, me dio mucha facilidad para aprender de muchas cosas, de muchos colores, y como me gustaba tanto, yo investigaba con las paletas de color para reproducir los azulejos que estaban demasiado deteriorados, la restauración…. A mí, cuando me viene alguien con un encargo muy específico, tengo que hacer previamente un estudio de policromía para reproducir fielmente la imagen que me piden. Mi carta de colores es súper extensa, yo puedo tener casi 200 tonos de azules, no sé cuántos amarillos…

C. A.: ¿De cada color tantas variedades?

I. P.: Claro, ten en cuenta que con la cerámica trabajamos mezclando de distintas maneras, con distintos porcentajes, la tabla periódica. Nosotros trabajamos con el óxido de manganeso, el óxido de cobre, óxido de cobalto, antimonio, sílice, cuarzo, no sé… plomo… trabajamos toda la tabla periódica. Todo eso mezclado en condiciones concretas, con sus recetas y porcentajes adecuados, y así conseguimos los blancos de las bases de las piezas, los verdes, los amarillos, los cobaltos, los naranjas…

C. A.: Es una tarea apasionante, ¿no?

I. P.: Es preciosa porque, además, el horno tiene la última palabra como te he dicho antes… Tú estás trabajando con una paleta de color que no es la real que estás viendo, es la que va a salir después.

C. A.: Y el material, la materia ¿cuál es?, ¿el barro?

I. P.: Barro. Barro de distintas categorías. Están los barros refractarios, con más o menos purezas para darle más o menos texturas; está el barro de azahar de toda la vida del torno, que es más plástico; hay otro tipo de barro que tiene otro tipo de plasticidad que sirve para el modelado; hay barros actualmente que ya están más industrializados,  que tienen unos acabados mates en negro; otros en colores más tostados… la gama es inmensa.

C. A.: Es un mundo impresionante.

I. P.: Es que estamos hablando de la tierra y del mineral. Y tú con eso creas maravillas…

C. A.: Creas, pero no lo puedes dominar porque una vez que lo metes en el horno…

I. P.: Intentas dominar lo que tú sabes, lo que tú controlas…

C. A: Pero es difícil.

I. P.: Es complicado, porque un material puede variar, puede variar mucho… En el horno, muchas veces, hemos metido alguno…  ¿que sé yo? Imagínate un azulejo blanco que tiene un número siete azul, y lo sacas del horno y tiene un punto verde… pues esto es cobre, y es que a lo mejor dos o tres hornadas antes hemos metido una pieza que tenía óxido de cobre y  se ha volatilizado en el horno y se ha asentado en otra pieza cuando le ha dado la gana, eso te pasa en la cara de una imagen y tienes que repetir la pieza porque no tiene solución.

C. A.: ¿Por qué en Sevilla hay tanta cerámica? ¿Es la tradición de siglos o hay también alguna razón especial?

I. P.: Hay una la tradición de muchos siglos, de muchos años… Triana era el espacio, a la vera del río, con ese barro amarillento, plasticoso. Había muchos alfareros…, te puedo hablar de la época que tengo más cercana. Es la tradición de esos cántaros, de su transporte con los carros que llevaban los gitanos, las ferias del ganado, los revestimientos para decorar las casas, aunque fueran casas de vecinos, el color… y luego viene la acción de otros artistas, entre ellos Niculoso Pisano, que nos aportó los amarillos y el cobalto de Italia. Él se instaló en Sevilla en el siglo XVI y nos dejó obras tan importantes como la lauda sepulcral de Iñigo López en la Iglesia de Santa Ana de Triana, la cerámica del monasterio de Santa Paula o el retablo de la Visitación de la Virgen en los Reales Alcázares de Sevilla. Su técnica fue incorporada a la técnica sevillana, que nos ha dejado piezas cerámicas de una gran belleza con esos zócalos y esos amarillos que son verdaderas locuras de bonito, y todo eso se ha ido alimentando para que se siga la tradición.

Después despuntó el estilo del renacimiento sevillano, con la voluta, la hoja de acanto, intercalando imágenes de pintura costumbrista en los zócalos con la construcción y los edificios de Aníbal González. Aníbal González, arquitecto (1876-1929) y realizador del gran proyecto de la Exposición Iberoamericana de 1929, le hizo un favor enorme a Sevilla contando con todas las artes aplicadas: la madera, la vidriera, la forja, la cerámica, la talla de ladrillo, el mármol… Nosotros tenemos una Sevilla que es un museo entero al aire libre que puedes ver, pero, gracias a eso, al amor por esta tradición de la cerámica.

C. A.: Es una gran alegría que haya personas como tú, que la continúan. Que no sea algo que ya fue, sino que sigue siendo y veo que aquí hay muchísimo interés, porque a lo largo de esta tarde ha desfilado cantidad de gente…

I. P.: Sí, le interesa a la gente y se sorprende de que todavía exista esta cerámica de calidad, a pesar de las dificultades que soportamos. Se ha perdido el arte cerámico, se está perdiendo. Menos mal que unos compañeros y yo seguimos ahí, al pie del cañón. ¿Sabes también que pasa?, que, en Sevilla, en Andalucía, estamos tan acostumbrados a ver cerámica por todos los sitios que no la valoramos, tú sabes cuándo la valoramos… Cuando nos vamos a la Plaza de España y nos damos un paseo por la ría y vemos que faltan 17 cuerpos de balaustrada…

C. A.:  Gracias, Isabel, por seguir manteniendo este arte de la cerámica que tanta luz y color ha dado a Sevilla, por inundar de belleza los espacios urbanos y los interiores de nuestras casas y patios, porque la belleza no es un capricho sino una necesidad de nuestra alma para llenarnos los ojos de armonía. 

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