ARTE ARTÍCULOS

TAMARA DE LEMPICKA, PERSONAJE Y ARTISTA

En el centro de Madrid cuidadosamente restaurado se encuentra el palacio de Gaviria construido a mediados del siglo XIX y restaurado en 2017 para dedicarlo a exposiciones patrocinadas por la empresa italiana Arthemisia. En este magnífico contexto nos encontramos con Tamara de Lempicka cuyas obras se exponen desde el pasado octubre. La exposición incluye unas 200 piezas procedentes de más de 40 colecciones privadas y museos. Además, las obras de la artista dialogan con muebles, biombos, lámparas, jarrones, vidrieras, fotografías y grabaciones de la época del estilo art déco.

Ciertamente no es Tamara una artista tan conocida como debiera teniendo en cuenta su amplia producción no solo en pintura sino en otras facetas personales además de artísticas. Hizo incursiones en la publicidad y en la moda; la exposición presenta varios modelos de vestidos, sombreros, bolsos y zapatos de sus diseñadores preferidos: Schiaparelli, Vionnet o Salvatore Ferragamo, entre otros. 

Es difícil saber la fecha de su nacimiento: ¿finales de siglo XIX o principios del XX? Como buena diva lo ocultó siempre. Nació en Moscú o en Polonia; “ni su propia familia supo nunca cuándo y dónde vio la luz”, comenta Gioia Mori, su principal estudiosa y comisaria de la exposición. Al estallar la revolución rusa de 1917 huyó con su marido, el abogado polaco Tadeusz Lempicki, estableciéndose en París.

Expuso por primera vez en el Salón de Otoño de 1922 con el reconocimiento de la crítica por sus trabajos llenos de referencias a la moda y el glamur del momento. Frecuentó los círculos de personajes tan conocidos en su momento como Cocteau, Joyce, Colette o Isadora Duncan, a la que pintó al volante del coche en un cuadro muy conocido de Tamara pero que no se expone aquí. 

En los años posteriores fue la máxima representante del movimiento art déco caracterizado por sus motivos geométricos que recuerdan el cubismo, colores brillantes y formas contundentes. No se puede olvidar su formación clásica, como se observa en las obras que se exponen con versiones reinventadas de Bernini (una preciosa cara de la santa Teresa del Éxtasis de santa Teresa), Vermeer (La muchacha de la perla), Miguel Ángel (rostro de la Virgen de La piedad), Botticelli, El Greco… al que había descubierto en un viaje a España en 1932 cuando la prensa española la calificó como “joven, alta, rubia, bonita”.

Todo en Lempicka era extraordinario: su belleza, su estilo, su casa, su estudio, su facilidad para la pintura, su gusto con el tabaco y la cocaína, su vida privada… No ocultó sus amores femeninos pintados en repetidas ocasiones como Sa tristesse (1923), La hermosa Rafaela (1927) o Las muchachas jóvenes (1930), que se pueden admirar en la exposición. “Vivo en los márgenes de la sociedad, y las reglas de la sociedad normal no se pueden aplicar a aquellos que viven en el límite”.

A pesar de todo, una vez divorciada, se volvió a casar con el barón húngaro Raul Kuffner. Ante el clima que presagiaba el inicio de la Segunda Guerra Mundial, marcharon a Estados Unidos donde alquilaron la antigua casa del director de cine King Vidor; de allí son las fotos en las que aparece como una artista de Hollywood y allí fue donde compartieron fiestas con Pola Negri, Greta Garbo y Tyrone Power. De esa época es el retrato de su madre presente en la exposición. Allí también compartió si no amistad por lo menos galerista y fotografía con Salvador Dalí.

En alguna exposición de Estados Unidos (1941) su pintura fue calificada de anacrónica. En 1978, viuda desde hacía algunos años, decide mudarse a Cuernavaca, México, donde muere en 1980 con 82 años, según el certificado de defunción. Su hija Kizette (precioso el cuadro de 1924 y el de 1954 presentes en la exposición), con la que nunca se llevó bien, acatando su última voluntad, lanzó sus cenizas desde un avión al cráter del Popocatepel.

Como obra curiosa se presenta por primera vez un pequeño retrato (33×28 centímetros) apenas bocetado del rey Alfonso XIII pintado en su exilio en Roma tras la proclamación de la Segunda República. Gioia Mori se precia de haber descubierto esta pintura constatando lo que la autora había escrito al galerista italiano Gino Puglisi: “Estoy retratando al rey de España”. En 1941, a la muerte del rey vuelve a comentar en una entrevista su relación con él calificándole de “personaje muy simpático y locuaz”. En esa misma sala podemos contemplar una pintura alejada de la estética de Lempicka, Los emigrantes, representando a los que huyeron a Francia al empezar la Segunda República, quizás recordando que también ella había tenido que huir de su país.

En el conjunto de su obra, resultan extrañas sus naturalezas muertas. Los bodegones de flores fueron uno de los temas predilectos de Lempicka. De 1927 es una rosa solitaria, bellísima, que retoma una fotografía del influyente periodista gráfico André Kertész. Estas obras se caracterizan por su sobriedad, algunas con fondo negro que recuerdan a nuestros pintores de bodegones barrocos.

No están todas las obras de Tamara de Lempicka en el Palacio de Gaviria. Fue una autora incansable con gran producción y no todos los que poseen obras suyas se ofrecen a prestarlas. Tal ocurre con Jack Nicholson o Madonna, que es una de las grandes coleccionistas mundiales y que (de tal palo, tal astilla) ha utilizado reproducciones de sus pinturas en sus vídeos y en sus giras, y se ha inspirado en su estética a la hora de vestirse, como se puede comprobar en uno de los paneles de la exposición. El magnate mejicano Carlos Slim, gran admirador de Lempicka, ha prestado varias de las obras expuestas, habitualmente en su museo Soumaya.

La exposición presenta a Tamara de Lempicka como “reina del art déco”; también podría haber recogido lo que dijo de sí misma: “Mi vida no ha tenido nada de convencional. No soy el tipo de persona clásica”. Como dice Mori: “El personaje mató a la artista”.

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