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JESÚS Y LAS MUJERES

Una de las demostraciones más obvias de la libertad de Jesús es su forma inusual de relacionarse con las mujeres. Con su propuesta de una nueva forma de ser, Jesús rehace la relación entre mujeres y hombres y rescata a las mujeres en su relación consigo mismas (autoestima, salud…), con la sociedad (prejuicios e invisibilidad) y con Dios (ella es amada, como los hombres).

Recuperar la historia de las mujeres en los Evangelios es importante para recuperar la historia de las mujeres en nuestros contextos, en su capacidad de resiliencia y lucha por la supervivencia, en su papel evangelizador indispensable, en su ciudadanía eclesial, en su dignidad, en su importancia para una humanidad constituida por relaciones más recíprocas, en su importancia para un mundo nuevo y diferente.

Inclusión de mujeres en el grupo de discípulos

La presencia de mujeres en el grupo de discípulos de Jesús no es un evento secundario. En muchos sentidos, son modelos de verdadero discipulado por su compromiso, servicio y lealtad total a Jesús hasta el final, sin traicionarlo, negarlo o abandonarlo. El Evangelio de Juan nos muestra el diálogo de Jesús con la mujer samaritana y el importante papel que ella juega en la evangelización (Jn 4,3-42). Los discípulos se sorprenden al verlo hablar con ella (Jn 4,27). Marginada por ser mujer y por ser parte de una cultura marginada, la samaritana es evangelizada desde su propia cultura y a partir de ella. En su diálogo con Jesús, ella lo reconoce y se siente urgida a anunciarlo a sus compatriotas, quienes la escuchan y aceptan la invitación de Jesús.

Jesús invita a buscar primero el Reino de Dios y, por lo tanto, relaciona al  Reino incluso con aquellas cotidianas actividades femeninas como hilar y tejer: ¡los lirios del campo ni hilan ni tejen! (cf. Mt 6,28). Ciertamente, las mujeres, acostumbradas a pasar horas del día hilando y tejiendo, entendieron muy bien este mensaje. El hecho de que un grupo de mujeres siga al maestro viajero, no acompañadas por sus esposos y no asociadas con actividades femeninas tradicionales, debe haber causado escándalo. Aun así, el evangelio de Lucas menciona la presencia de mujeres en el grupo de viaje de Jesús (Lucas 8: 1-3) y Marcos indica que habían llegado hasta el final, a pesar de que todas parecían no tener nombre.

Uno de los hechos menos discutidos es la presencia de mujeres en la pasión y muerte de Jesús. Marcos 15, 40-41 dice que habían estado con él desde Galilea. Hasta ese momento aparecían como mujeres anónimas, pero ante la crucifixión, Marcos dice que siempre estuvieron con Jesús y menciona el nombre de algunas de ellas. Hasta ese momento fueron incluidas en los hombres, pero ahora, en la muerte de Jesús, esto ya no es posible, porque los hombres habían huido. En aquel ambiente de miedo y persecución, ellos no se acercaron. Llorar por Jesús, identificarse como su seguidor era peligroso. El versículo 41 dice que ellas lo seguían y servían al Mesías servidor.

Revisión de estructuras de superioridad y dominación

El Reino de Dios, anunciado y realizado por Jesús, está marcado por el servicio, no por estructuras de superioridad y dominación. Varias parábolas del Reino incluyen imágenes femeninas, como la oveja perdida y la mujer que perdió la moneda y celebra encontrarla (Lucas 15, 8-10). El crecimiento del Reino se compara con la semilla y la acción de la mujer que mezcla levadura con harina (Mt 13,33).

Rescate de la salud, ciudadanía, dignidad y sexualidad

Jesús dedica especial atención a las mujeres enfermas, pobres, marcadas por la ley de la pureza legal. Sana a la suegra de Pedro (Mc 1,31), quien responde a esta curación con el servicio (diakonia) a las personas que siguen a Jesús. Cura a la hemorroísa y devuelve la vida a la hija de Jairo (Mc 5,25-34). En el caso de las hemorroísa, en particular, vemos a una mujer empobrecida en un estado permanente de impureza (Lev 15,25-30; Lev 18,19). Ella hacía impuro a quien la tocara. Y cualquiera que la tocara era inmundo. Sin abrazos, sin besos, sin afecto, ella busca a Jesús, lo toca y se cura (“Hija mía: tu fe te ha curado”). Jesús rompe la ley de la impureza y revierte el orden que conduce a la marginación: Jesús no se vuelve impuro, pero la mujer es sanada. Además, Jesús la alienta a hacerse visible, hablar en público y ocupar espacio público.

La resurrección de la hija de Jairo es el único pasaje en el que Jesús nos presenta a una niña en la pubertad y la primera menstruación. Ella está a punto de morir. Jesús la toca y ella se levanta para revelar que el Reino de Dios es vida plena. Explicar la edad de la niña nos da espacio para interpretar que la fe no está en contradicción con las funciones biológicas de la sexualidad femenina. Muere la pequeña y despierta a la niña de 12 años, comenzando a caminar con salud. Las fuerzas de la fertilidad no deben suprimirse y la sangre de una mujer no debe verse como impureza.

Jesús sana a la mujer encorvada (Lucas 13: 10-17), anónima, pasiva, inmóvil, un símbolo de todas las prisiones y peso de la marginación que lleva sobre sus hombros. No puede enderezarse, mirar, mostrarse como era. Encorvada hace más de dieciocho años, fue sanada y restaurada en  el sábado. Ella se enderezó y glorificó a Dios. Glorificar a Dios era el significado del sábado, “no trabajar”. Para muchas mujeres es difícil glorificar a Dios en reposo, porque están dobladas por el exceso de trabajo,  en una intensa jornada.

Mujeres inteligentes, profetas y amigas: ¡Se redescubren en el Reino!

La curación de la hija de la mujer sirio-fenicia (Mc 7, 24-29) introduce el tema de la significación de Jesús para los paganos. Ella lo trata como Señor, pero tiene confianza para discutir con él. La mesa del reino es grande, en ella ¡todos pueden comer! Esta universalidad del Reino también se refleja en el episodio samaritano, ya mencionado.

Es una mujer la que realiza el acto profético de ungir a Jesús “en la tumba” (Mc 14, 3-9). Ella, desconocida, y no los discípulos, entendió que Jesús era un Mesías diferente, que no se identificaba con un libertador político, y que iba a morir. Así comienza el relato de la pasión. Fue ella, la mujer, la que mejor entendió lo que estaba sucediendo, por ello lo que ella hizo “será contado” (v.9).

Jesús era amigo de María y Marta (Lucas 10, 38-42 y Jn. 11, 1 ss.), fue a su casa y les enseñó, como lo hicieron sus discípulos. Marta incluso hace la misma confesión que corresponde en los Sinópticos a Pedro: “Sí, Señor, creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que viene al mundo” (Jn 11,27).

Entre las mujeres, se destaca una y esta es María Magdalena. La tradición identificó infundadamente a María Magdalena con la pecadora perdonada (Lucas 7: 36-50) y la mujer sin nombre que unge a Jesús (Marcos 14: 3-9) como si fueran la misma persona. Pero este hecho no puede ser confirmado por ningún texto bíblico. Lo único que dicen los evangelios sobre María Magdalena es que Jesús sacó de ella siete demonios (Marcos 16, 9 y Lucas 8, 2) y que ella lo siguió desde Galilea (Marcos 15, 41 y Lucas 8: 2) y que fue testigo de la resurrección de Jesús y la anunció a los apóstoles en la primera hora (Mateo 28, 1; Mc 16, 1; Lc 24, 10). Los evangelios apócrifos la colocan como la líder fuerte de las primeras comunidades. Entre las mujeres, los evangelios canónicos siempre la citan en primer lugar, como lo hacen con Pedro.

Finalmente, traemos a esta reflexión a María, la madre de Jesús. Ella es un ejemplo de una mujer que hace la voluntad de Dios -fiat- y una discípula que escucha y practica la enseñanza de Jesús (Mc 3,35) hasta el final, estando bajo la cruz en su crucifixión (Jn 19,25). 

Finalmente, las mujeres tienen el papel principal en el origen de la fe pascual. Son las primeras que anuncian la resurrección y María Magdalena tiene entre ellas un papel destacado.

El movimiento de Jesús no pretendía ser feminista, sino que trascendió el patriarcado. En él, las mujeres adquieren visibilidad y, como ellas, los niños. Las mujeres eran parte del movimiento de Jesús y, dentro de las primeras comunidades, tenían un papel de liderazgo. Entendieron el significado de servicio-diaconía (la suegra de Simón, las mujeres bajo la cruz en Marcos) y el significado del sufrimiento y la muerte de Jesús (la mujer que unge a Jesús). Son testigos del Reino, los primeros testigos y heraldos de la resurrección. Como todo ser humano, no pueden ser idealizadas porque, como todos los demás, pueden fracasar. Ellas experimentan la bondad y la misericordia de Dios, del Reino anunciado y realizado  por Jesús. Con su actitud libre y creadora de nuevas relaciones, Jesús permite una nueva realidad para aquellas que no tenían visibilidad o valor.

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