El humor es el primer rasgo que se impone al lector del Quijote. Es la característica primera del libro. Y este humor que Cervantes pretende suscitar en el lector para que se prepare a recibir su obra, nace precisamente de lo que se presenta como objetivo fundamental del libro: atacar los libros de caballerías.
El libro de Cervantes fue un libro popular, de entretenimiento. No fue un best seller de la época, desde luego, pero se vendió bien y la gente lo comentaba lo suficiente como para que en la Segunda Parte, el propio caballero, en giro genial de su autor, habla del libro de sus aventuras:
“Lo de hasta aquí son tortas y pan pintado; mas si vuestra merced quiere saber todo lo que hay acerca de las caloñas que le ponen, yo le traeré aquí luego al momento quien se las diga todas, sin que les falte una meaja; que anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller, y, yéndole yo a dar la bienvenida, me dijo que andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas, que me hice cruces de espantado cómo las pudo saber el historiador que las escribió.
–Yo te aseguro, Sancho –dijo don Quijote–, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia; que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir.
–Y ¡cómo –dijo Sancho– si era sabio y encantador, pues (según dice el bachiller Sansón Carrasco, que así se llama el que dicho tengo) que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena!
–Ese nombre es de moro
–respondió don Quijote.
–Así será –respondió Sancho–, porque por la mayor parte he oído decir que los moros son amigos de berenjenas. (Quijote, II,2)
Para nosotros, los habitantes de este tiempo, que conoce-mos a los personajes antes incluso de acercarnos al libro, el humor, la risa, es, podríamos decir, una predisposición de nuestro ánimo. La pintura del caballero enjuto, que rebasa el umbral de la madurez, vestido con armas anacrónicas y tocado con la bacía de barbero, cuando menos, nos hace sonreír. Lo mismo que el tosco escudero montado en un asno a falta de mejor cabalgadura. La más famosa pareja de todos los tiempos aparece en la literatura, ante todo, para provocar la risa.
Eso, además, nos lo dice Cervantes en el Prólogo a la primera parte: que “el me-lancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente…” Y este humor que Cervantes pretende suscitar en el lector para que se prepare a recibir su obra, nace precisamente de lo que se presenta como objetivo fundamental del libro: atacar los libros de caballerías. Su escritura “no mira más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías”, y por ello, el Quijote se nos muestra como una parodia de tales libros. La intención de parodiar esos relatos, de reírse de ellos, se muestra al lector desde el primer capítulo.
Con esta intención, Cervantes hace de su protagonista un loco, un lector compulsivo de la literatura caballeresca que cree a pies juntillas que lo que cuentan sus libros son verdaderas crónicas de las hazañas de aquellos caballeros. Alonso Quijano no puede dejar de leer, vive metido en sus historias y obsesionado por sus relatos. No come, no duerme, y su vida entera la ocupan ya las invasoras lecturas que se apoderan de su mente. Y, así, pasando las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio, “vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras (…) deshaciendo todo género de agravio”. Pero el lector actual, incluso el estudiante actual, desprevenido ante el Quijote, y, desde luego, sin saber lo que fue un libro de caballerías, no suele entender la locura del hidalgo y suele interpretar que el hidalgo manchego cree ser un caballero andante, como el tópico chiflado que se cree Napoleón. Pero no es así, Cervantes deja bien claro que la locura de Alonso Quijano consiste en hacerse caballero andante para cambiar el mundo repleto de injusticias y desafueros en que le ha tocado vivir.
El verdadero sentido de la locura de don Quijote es que el hidalgo ha elegido como ejemplo de conducta un modelo literario. No escoge un modelo histórico. Por eso desde el momento en que el protagonista quiere hacer de su vida un modelo de ficción, su trayectoria vital se convierte en un camino de ida y vuelta a la literatura. Don Quijote es un personaje lite-rario que quiere parecerse a otros personajes literarios. Esa vida de ficción (dentro de su propia ficción) le parece mucho más verdadera, y por tanto más valiosa, que una existencia realista y mezquina. Es decir, el hidalgo manchego elige dedicar su vida a una causa noble al modo en que lo hicieron unos héroes literarios (que, en consecuencia, no pudieron hacerlo “de verdad”).
Según las ideas de Daniel Eisenberg que expresa en su imprescindible libro La interpretación cervantina del Quijote (1995) es infructuosa cualquier interpretación que no empiece por donde el mismo Cervantes empezó.
Por otra parte, si nos aferramos a la interpretación meramente erudita del libro (estilo narrativo, lenguaje, caracteres, mensaje moral…) estamos muy lejos de entender la obsesión de Alonso Quijano por las lecturas caballerescas. ¿De qué hablaban aquellos relatos capaces de enganchar de ese modo a la gente? ¿No será esa locura libresca un mero artificio literario? Más aún, si alguno de esos libros de caballerías hispánicos del siglo XVI cayese en nuestras manos, lo juzgaríamos larguísimo y pesado, incapaz de mantener el suspense apropiado de un libro de aventuras, excesivo en las batallas, en la fuerza del héroe, cargado de enredos, de personajes, de maravillas, de nombres que parecen caricaturescos.
Se nos hace difícil entender que la mejor sociedad española de aquel tiempo y gran parte de la europea, se empapara de aquellos libros que entusiasmaban a los jóvenes Juan de Valdés, Teresa de Cepeda o Ignacio de Loyola e incluso a la reina Isabel de Portugal, esposa de Carlos V o al propio emperador.
Este escollo es más peligroso de lo que creemos. Si no entendemos cordialmente la locura de Alonso Quijano, si no conectamos con ella, difícilmente entenderemos el Quijote, por la sencilla razón de que no comprenderemos qué es lo que se parodia en sus páginas y, en consecuencia, no podremos reírnos. De este modo, el humor se convierte en la llave que nos abrirá la puerta del libro. El camino de acceso hacia su sabiduría. Para conectar con el Quijote, no tenemos más remedio que mirar a nuestro alrededor en busca de un fenómeno parecido. A mi entender, lo que llamamos frikismo puede ayudarnos a comprender.
Los libros de caballerías
La aventura típica de un relato de caballerías medieval es la que se produce cuando un caballero cabalga solitario a la búsqueda de algún objeto o persona de inestimable valor para él; en su camino puede encontrarse con muchos obstáculos, el más común es el que plantea otro caballero que tal vez quiere medirse con él por las armas. El combate entre los dos dura largas horas y puede ser que, a su fin, ellos se reconozcan como compañeros de la misma corte o incluso como miembros de la misma familia.
Aunque se refiera al pasado, estas novelas explican un modo de sentir presente en el siglo XVI; expone un modo de comportarse y de sentir con los que sus lectores pueden identificarse. Explora nuevos ámbitos de la realidad, se adentra en la psicología y la descripción de costumbres; podemos decir que estamos ante una creación moderna. Ejemplo de ello es también su expresión formal; lejos de la rigidez expresiva del verso épico, la novela se construye en prosa y se caracteriza por su libertad formal, por su forma abierta.
En España, el Amadís de Gaula definió lo que sería el libro de caballería; las obras que lo siguieron imitaron su estructura básica: un caballero errante que, en verdad, es un príncipe sin identidad; constantes batallas y torneos, una dama, un lugar remoto en tierra montañosa y poblada de bosques, el interés por el honor y la fama… Hubo variaciones, es cierto, pero esencialmente el esquema se repite una y otra vez. En este aspecto, los libros de caballerías del XVI rendían vasallaje a Amadís el primer caballero en el tiempo y en el valer. Desde 1508 en adelante no habrá forma de acercarse a un libro de caballerías sin tener de fondo la obra de Montalvo. Las ediciones caballerescas españolas, impresas en Zaragoza, Sevilla, Toledo, etc. Fueron exportadas y traducidas a toda Europa. Si era de caballerías y era español, el libro era verdaderamente bueno.
Es también necesario resaltar que el Amadís de Montalvo y, sobre todo, su inmediata continuación, Las Sergas de Esplandián, aportaron al género caballeresco español un rasgo que será típicamente suyo: el didactismo moralizante. Pero lo que ejerció más atracción del Amadís de Gaula fue, sin duda, su ambiente extraño y exótico, la sucesión de aventuras, las relaciones amorosas, todo aquello que constituía un mundo diferente y maravilloso. La imaginación se adueñó de la literatura de caballerías.
Hubo elementos comunes que caracterizaron a los libros de caballerías españoles en el siglo XVI. Además de la forma de tratar al protagonista, otros elementos configuradores del relato como son el tiempo y el espacio, los elementos maravillosos y las profecías, se erigen como propios y habituales de este género.
Autor o cronista
El libro de caballerías se sitúa siempre en el pasado, un pasado que puede resultar muy remoto, aunque nunca se aleja tanto que rebase el nacimiento de Cristo; los sucesos narrados ocurren, más o menos, poco después de su muerte, pero el comportamiento de los personajes, sus costumbres, su lenguaje y las armas que utilizan son plenamente medievales, por lo tanto, resultan anacrónicas en pleno Renacimiento. Una forma de acentuar el rasgo de antigüedad era presentar el libro como una traducción de una lengua extraña, es decir, no románica. Siempre hay un autor o cronista dentro de la narración, el texto es traducido luego por otro personaje y, por fin, a través de extrañas circunstancias, llega a manos del autor oficial (que nunca da su nombre) y éste lo publica. Todas estas características aparecen en el Quijote. El ambiente caballeresco es un ambiente exótico donde abunda lo mágico, lo extraordinario y lo sobrenatural. Estas fuerzas no están reñidas (en el texto) con la ortodoxia cristiana pues se sitúan siempre bajo el poder divino y, a veces, a su servicio. Con frecuencia, los efectos maravillosos tienen su causa en encantamientos provocados por magos, amigos o enemigos, otras son producto del ambiente; podríamos decir que forman parte del paisaje y no se concebiría un libro de caballerías sin el concurso de todos estos elementos, pues captaban profundamente la atención del público y lo asombraban con sus sorprendentes manifestaciones.
Suelo decir que nos hace falta un relato de nuestro tiempo que nos muestre qué fue (y qué es) un libro de caballerías. No nos basta saber de Arturo y su Tabla Redonda, debemos conocer, y mostrar, más de cerca la fascinación, la obsesión por el relato de aventuras, la espera impaciente del nuevo capítulo, la continuación de la historia… Creo que somos afortunados porque contamos con esa posibilidad. Me refiero a La guerra de las galaxias.
Entre los que nos dedicamos a estudiar las aventuras caballerescas de nuestros héroes hispánicos del siglo XVI, no soy la única que piensa que La guerra de las galaxias es un auténtico libro de caballerías visual al que no le falta ninguno de los ingredientes del género. Por otra parte, las seis películas de George Lucas configuran desde hace casi cuarenta años el imaginario de distintas generaciones y se han convertido en conjunto, en un clásico. Ya sabemos, además, lo que socialmente provocan: foros, sitios web, absentismo laboral los días de estreno, disfraces, desfiles…
En resumen, una especie de cultura friki ha terminado rodeando las películas; se han producido imitaciones, relatos de parecida índole, generando todos ellos, más y mejores efectos visuales y un espacio imaginario donde proyectar nuestros problemas más inmediatos y acuciantes: la desigual distribución de la riqueza, la corrupción de la justicia, el crecimiento de la población mundial, las enfermedades desconocidas o la amenaza medioambiental.
Si alguna persona que rondara la cincuentena, un administrativo, pongamos por caso, decidiera, un buen día de su monótona y oficinesca vida, parecerse al joven Luke Skywalker, se vistiera de caballero jedi con sus mediocres recursos y anduviera por esta parte de la galaxia repartiendo mandobles contra la tiranía y el abuso de poder que existen en el planeta como encarnación del Imperio, sin duda pensaríamos que se habría vuelto loco, pero no dejaría por eso de tener razón en el juicio de este mundo injusto y desigual. Es decir, nos haría reír y… pensar, además de provocarnos mucha compasión por lo mal que le irían las cosas.
Si hacemos esta sustitución mental, esta actualización, encontraríamos un modo de conseguir superar ese escollo inicial en el abordaje del Quijote. De hecho, mutatis mutandi, de este punto partió Cervantes cuando creó a su personaje: compararlo con Amadís de Gaula, el héroe más conocido de ficción caballeresca que, como hemos dicho, hacía furor en el siglo XVI.
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