Santa Teresa de Jesús se caracteriza por una vida plenamente humana, lo que significa que supo integrar sus espacios vitales y las múltiples dimensiones de su persona. En el siglo XX, el sacerdote Pedro Poveda hace suya una caracterización de la santa de Avila hecha por un agustino, y la ofrece como clave de comprensión de aquella mujer: “eminentemente humana” y, al mismo tiempo, “toda de Dios”. Con esta descripción, Poveda evitó la separación y hasta la oposición entre la humanidad y Dios articulando las polaridades: cuanto más humanamente vive la persona, más relacionada con Dios y cuanto más inserta en Dios y su servicio, más humana se vuelve. La experiencia de Dios humaniza y la humanización es el mejor fruto de la relación con Dios.
Pero, ¿en qué consiste esta humanidad en la vida y la persona de Teresa de Ávila? Para Poveda, esa humanidad se deduce de la lectura de sus libros, en donde resalta su generosidad y simpatía. Teresa poseía un espíritu atrayente, capaz de ser “sal de la tierra” dando sabor a lo insípido en cualquier lugar y en el trato con la gente. Efectivamente Teresa inspiró dinámicas de alegría, creatividad y audacia.
Como san Pedro Poveda, también hoy podemos mirar la vida y obras de santa Teresa y buscar en ellas los signos de su humanidad. Destacaremos los dinamismos de integración de sus diversos espacios y dimensiones. Como la persona humana es esencialmente relacional, la integración se convierte en un camino de humanización. El espacio interior fue la puerta de entrada por la que santa Teresa emprendió su camino integrador a través de la oración. Su vida se caracteriza por la búsqueda y el encuentro con Cristo, clave y drama de su existencia. En esta dinámica, toma conciencia de la poderosa fuerza del amor de Dios, totalmente gratuito, que potencia su capacidad de amar, la profundización en su autoconocimiento y su transformación. Teresa entra en su espacio interior, en el castillo interior.
No es necesario conocer mucho la vida y obra de Teresa de Jesús para ver que esta historia de amor contiene características dramáticas. En su Vida, nos narra sus incoherencias angustiosas. La crisis, descrita como una no vida, como lucha contra una sombra de muerte (8,12), llega a niveles insoportables hasta terminar en una conversión sincera ante Cristo y en una determinación de mayor fidelidad a sus inspiraciones surgidas de este espacio interior habitado por Dios.
Teresa advierte que es posible pasar toda la vida fuera de este espacio, en la ronda del castillo, sin nunca entrar en él y como consecuencia, sin emprender jamás la aventura expansiva y potencializadora del verdadero autoconocimiento, en el que la persona se sitúa frente a sus capacidades y limitaciones, ante el amor amigo y fiable de Dios. La situación de estar exterior a sí mismo, fuera de sí mismo, es para ella una lástima ya que, además de empobrecer, expone a la persona a los riesgos de la exterioridad-convivencia y hasta a la identificación con las sabandijas y animales ponzoñosos que rondan el castillo. Estos animales ponzoñosos son una referencia simbólica a la falsa imagen y a la alienación que la persona hace de sí misma, y que se expresan sobre todo en el apego al dinero, la defensa la autoimagen y la práctica del poder dominador.
Por todo esto, entrar en el espacio interior exige la escucha atenta de uno mismo. Hay una iniciativa que depende de la propia persona que tiene que darse cuenta de que las cosas no van bien (Moradas, I,1,8). Es necesario escuchar la propia insatisfacción, el vacío, la incoherencia, la deshumanización. Para cambiar se precisa valentía y determinación. Y sobre todo humildad.
Cuando se entra en este espacio, se despliega un horizonte insospechado de transformación humanizadora, de amor, de potencialización de las capacidades humanas, de audacia para el servicio apostólico. No hay monotonía y sí luchas y exigencias, pero se trata de un proceso seductor y sabroso.
Espacio interior y otros espacios. El espacio interior es la puerta de entrada para la integración de otros espacios vitales. La experiencia teresiana es integradora y opuesta al intimismo reducido a la vida privada. Hay dilatación (se amplía) el espacio interpersonal. La vida de santa Teresa pone de manifiesto un formidable desarrollo de la libertad y de la autenticidad en las relaciones familiares, de amistad y comunitarias. El círculo de la comunidad se agranda por la red de comunicación y solidaridad que creó alrededor de su persona, de sus comunidades, de su actividad fundadora y de su epistolario.
En su libro Camino de perfección llega a decir que con la falta de comunicación, el parentesco y la amistad se pierden (26,9). Su actividad comunicativa alcanzó círculos de amistades y parientes, influyó en el ámbito eclesial e incluso pasó al político. Teresa entra en el entramado de las corrientes de espiritualidad del siglo XVI español, con san Pedro de Alcántara, san Ignacio de Loyola o san Juan de la Cruz, fortaleciendo y enriqueciendo el movimiento eclesial de los verdaderos espirituales. Fue un camino marcado por conflictos, por la persecución inquisitorial y por la sombra de la desconfianza oficial hacia la mujer y en especial hacia su persona. Sin embargo este claroscuro en que vivió deja patente la autenticidad, consistencia y responsabilidad con las que Teresa construyó sus relaciones interpersonales.
El compromiso ético se arraiga en la vida de Teresa en la medida en que se radicaliza en ella la vida de Cristo. La amistad con Dios no es una información neutra, sino una experiencia de unión a la fuente de toda vida –Alguien que da vida a esa vida (Moradas VII,2,6)–, y que es al mismo tiempo amor. La ruptura de esta amistad significa ruptura con la fuente del amor, de la que se sigue la ruptura con los hermanos y con la naturaleza. Esta ruptura es la causa última de cualquier injusticia y opresión. Teresa entendió muy bien la situación de pecado como ceguera, encerramiento, parálisis, autodestrucción, destrucción de los demás (Moradas I, 2). Del encerramiento no brota vida; por el contrario, la amistad significa participar de la vida divina (Ef. 2,18) a través de Cristo crucificado/resucitado, posibilitando la unión con todos en una misión transformadora y humanizadora. La manifestación de esta unión es la relación de Teresa con los pobres. En expresión de la Iglesia latinoamericana, Teresa vivió la opción por los pobres; una solidaridad que pasa por una verdadera conversión-metanoia, cuya fuente es Dios (Relaciones 2,4). La pobreza es para ella un compromiso ético y evangélico.
De ese modo, la obra de santa Teresa manifiesta la integración entre el espacio interior y la acción histórica que tiene como mediación la observación atenta de la realidad (estáse ardiendo el mundo (Camino de perfección 1,5). y la indignación crítica ante situaciones como la de la mujer, la Iglesia, las guerras, la situación de las “Indias”, o de los pobres (por ejemplo, Fundaciones 1,7). El espacio estético-contemplativo también está integrado en la experiencia teresiana. Su capacidad de admiración se revela en su sensibilidad por la naturaleza como sacramento de Dios y lugar de su presencia, su gusto por las ciencias naturales y por la teología, su asombro ante las maravillas de Dios en la persona humana (Moradas IV, 2,2; Vida 5,3; 9,5). Desde el punto de vista literario, la habilidad narrativa y la utilización de recursos del lenguaje para ayudar a la comprensión, también expresan cómo Teresa frecuentó el espacio estético sin separarlo del espacio interior.
Integraciones humanizadoras. Además de la integración entre los espacios vitales, se observan otras dinámicas de integración en la vida y obra de la Santa. No son realidades adquiridas, sino procesos, dinamismos y tensiones en dirección integradora. Una de ellas es la integración cuerpo-mente-espíritu. A pesar de que la cultura y el lenguaje son fuertemente dualistas e imponen una relación de oposición y exclusión entre cuerpo y alma, las obras teresianas manifiestan una dinámica de integración entre estas dimensiones humanas. Teresa reconoce la diferencia e interdependencia entre ellas, las hace dialogar, descubre la sabiduría del cuerpo y del alma. Y así, integra gestos, palabras y sentimientos. La experiencia de la humanidad de Dios en Cristo hace posible la reconciliación radical de Teresa con la corporeidad y con la vida terrena.
También integra Teresa el sentido del realismo con el idealismo. Por el realismo se sitúa en la conciencia de sus límites y de sus posibilidades (el castillo interior está lleno de capacidades) e invita a desear cosas posibles. El idealismo la lleva a límites siempre superiores. La tensión entre ambos evita tanto el idealismo inmovilista como el realismo desesperanzado e intranscendente. En la experiencia teresiana también son vividos en dinámica integradora razón y afecto. Si por un lado Teresa defiende el uso de la razón y admira la ciencia, por otro prioriza el amor en la vida espiritual: lo esencial no es pensar mucho sino amar mucho (Moradas IV 1,7). Invita a valorar la emoción, los sentimientos y la intuición como fuerzas capaces de captar la realidad exterior e interior y de motivar la vida, invitando incluso a la buena locura de Francisco de Asís y Pedro de Alcántara (Moradas VI, 6,11-12).
También se da el dinamismo integrador entre soledad y comunidad. Teresa fue mujer de grandes soledades y de intensa vida comunitaria que no siempre le fue fácil integrar. En soledad redactó sus obras y sus cartas. Consideraba necesaria la soledad para estar ante Dios y para entrar en el hondón del alma sin otra compañía que el mismo Dios. Pero es soledad fecunda, enraizada en el misterio trinitario que genera comunidad y no aislamiento. El sentido comunitario está presente en su vida, en sus escritos (miles de cartas) y en sus fundaciones. En la obra teresiana, muerte y vida se alternan y entrecruzan, en una dinámica pascual. La palabra final es de vida y amor. Vive las sucesivas muertes como exigencia de desapegos, como muerte del deseo de recompensa, de dependencia de todo lo que es fuente de apego y manipulación, muerte al egoísmo, la comodidad, el miedo al sufrimiento y a la muerte física. Teresa invita a mirar estas muertes en la perspectiva de la vida nueva.
Interpelaciones. Santa Teresa nos ayuda a rescatar el sentido profundo y dinámico de la existencia humana. Podemos interrogarnos por la valoración que damos a nuestros espacios vitales que son, al mismo tiempo, espacios de trascendencia, como el espacio interior, interpersonal, ético y estético-contemplativo. La apertura y sensibilización hacia estos espacios son favorecidas por mediaciones concretas, por comunidades abiertas, por mecanismos de potenciación personal, por culturas más conscientes de sus prejuicios y marginalizaciones, por nuevas dinámicas culturales, por espacios comunitarios favorables al crecimiento y a la madurez, por ambientes educativos sensibles a la integridad humana, por estructuras políticas y económicas que se cuestionen por la convivencia ética entre los pueblos. Tal vez, como Teresa, tengamos que ir descubriendo el cristianismo en la profundización de la experiencia humanizadora de Dios.
Encerrarse en la única dimensión de uno mismo es rechazar el dinamismo humanizador, la interdependencia, la relacionalidad, la reciprocidad. Las consecuencias son dramáticas: destrucción a varios niveles, rupturas, soledad existencial, injusticia, falta de sentido. Bienvenidas las crisis que provocan cambios; como en la vida de santa Teresa, acontecen cuando hay incoherencia con lo íntimo de los deseos humanos. La experiencia de Teresa remite a un desafío: es necesario el testimonio de una espiritualidad integrada e integradora, humana y humanizadora. Impregnada de naturalidad, sin rarezas, solidaria, comprometida, profunda, atractiva, amiga, generosa, simpática, sana, valiente, política, ética, de comunión, clara, realista y esperanzada, sin enmascarar las ambigüedades de la vida. Sin ilusión de la perfección sino con la esperanza fundada en el recomenzar y el caminar.
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