En las sociedades occidentales nacer es una palabra que según el contexto en el que se pronuncie está cargada de alegría, de futuro, de proyecto, o puede venir envuelta en densas brumas que evitan mirarla de frente. También, no pocas veces, se presenta acompañada de búsquedas inquietas para hacerla realidad concreta más allá de los límites que impone la propia biología. Nos hemos familiarizado con progenitores de diverso tipo, con madres de alquiler, y podría parecernos que ya poco nos falta por ver en lo que al nacimiento de niños se refiere.
Pero quizás, más de una vez, a lo largo de la propia vida, le hemos pedido prestada a Nicodemo su pregunta: ¿Puede un hombre viejo volver a nacer? Los ecos interiores habrán sido tan recónditos como es la búsqueda misma del vivir con sentido. O quizás hemos preferido escuchar la respuesta afirmativa que se ofrece por ejemplo, en la Universidad de la Singularidad del Silicon Valley. Está basada no en la dinámica del Espíritu, al que apelaba Jesús en su respuesta a Nicodemo, sino en las potencialidades de las tecnociencias que se cultivan allí: las nano, las info, las bio, las neuro. Se puede volver a nacer después de haber hibernado cuando la enfermedad amenaza muerte y no se conoce aún cómo curarla. El nuevo nacimiento se produciría cuando se haya logrado saber cómo combatir esa enfermedad, es una nueva entrada en el mundo de los vivos para curarse de la enfermedad que amenazó con la muerte y seguir viviendo hasta el siguiente escollo. Una vez más, la realidad supera la ficción, y en estas últimas semanas hemos sabido que aún hay otras respuestas. No se trata aquí de un hombre viejo, sino de un niño que ya ha vivido, de un niño de ocho años, enfermo de malaria, se trata de Adou. La madre alquilada para su nuevo nacimiento tenía un vientre externo, una maleta convencional, sin oxígeno añadido, sin condiciones especiales. También ella, como las embarazadas, pasó el scanner; pero esta vez no sucedía en la consulta médica, sino en el paso de frontera. Y sí, ¡allí estaba Adou! Quería volver a nacer, quería volver al hogar familiar. Se lo habían prohibido por aplicar unas leyes de manera muy estricta; la culpa es de los números, no cuadraban los de la ley y los de la nómina del padre.
España en este tiempo está buscando su maleta para pasar una frontera, ¿o no es re-generarse buscar un nuevo nacimiento?, pero esta vez sin inocencia. No vale aquí ni la biología ni las ciencias ni las tecnologías más avanzadas, ahora le toca el turno a la política. ¿Será suficiente? Es necesaria, pero no nos engañemos, los usos y costumbres que deben quedarse en el pasado, para no volver precisan de cambios básicos en la vida cotidiana, en el ejercicio de las virtudes cívicas, en el entrenamiento del debate y la dialéctica, en la educación de todos. No es el tiempo de las ideologías, quizás sea la hora de irnos al campo con D. Quijote y Sancho y decir con éste las palabras que Blas de Otero pone en boca del escudero: “A ver caballero si te las compones y das la vuelta al dado. Debajo del cielo de tu idealismo, la tierra de arada de mi realismo. Siéntate a mi lado, señor Don Quijote”.
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