OPINIÓN

EL CULTIVO DE LAS VIRTUDES PÚBLICAS

La vida pública en estos últimos tiempos se ha convertido en uno de los temas de conversación cotidiana. Y no son los principios que legítimamente defiendan los partidos como sus señas de identidad lo que más nos preocupa. Eso queda para otro tipo de diálogos y de debates.

Se habla de los que han pagado más fuertemente la crisis, de dejarnos afectar por sus situaciones y generar solidaridad, de bajar niveles de vida para que otros puedan subirlos; también se habla de la ausencia de veracidad en los discursos, de las resistencias a reconocer errores y de abrirse a lo diferente, de cómo resistir en los tiempos de inclemencia. Se busca el cambio y, a veces, en esta cultura tecnocientífica pareciera que hay botones mágicos que de modo instantáneo dan la clave para lograrlo.

En todo ello escuchamos una invitación para regenerar la vida moral de nuestra democra-cia. Hacer creíbles los tiempos nuevos, requiere despertar la sensibilidad aletargada y alimentar sentimientos morales, cultivarlos generando hábitos que nos pongan en camino hacia la consecución de un modo de vivir en nuestra sociedad al que podamos llamar bueno. Y eso y no otra cosa es el cultivo de las virtudes públicas. La educación emerge así como factor de cambio, como proceso que precisa ser recreado para que sintamos la política como el oficio más noble al servicio de todos y en el que todos participamos. Ojalá despertemos del sueño en el que sólo reclamamos derechos, como si la sociedad del bien-estar no tuviera que ver con la búsqueda del bien, como si nuestro vivir diario fuera ajeno al tejer y retejer el tejido social que le da sustento.

Quiero mencionar algunas virtudes que considero especialmente significativas para desarrollar ejemplaridad pública en nuestro contexto. En este tiempo hemos aprendido todos la lección de que la honestidad y la transparencia en el uso de los fondos públicos, a quienes corresponda administrarlos, es absolutamente básica y fundamental. Su falta ha generado un fenómeno de profunda desafección hacia la clase política en los últimos tiempos, como bien sabemos.

En este número de CRITICA, y en el siguiente, iremos desgranando algunas virtudes públicas que visualizamos como significativas para el hoy. La veracidad, la hoy llamada resiliencia, la solidaridad y la compasión que las presentaré como dos caras de la misma moneda, y lo que podemos llamar el reconocimiento activo de la pluralidad, son algunas de ellas. En este mismo número se apuntan otras y el elenco que podría hacerse sería grande. Basten, sin embargo, las cuatro nombradas para dar idea de lo que queremos transmitir.

En primer lugar, la veracidad. En los diversos ámbitos de vida pública, percibimos una disminución de la confianza y de la credibi-lidad respecto de los mensajes que se nos transmiten tanto en los medios de comunicación como por parte de los políticos con responsabilidad de gobernar o de legislar. La veracidad reclama ejemplaridad porque el cinismo impune de muchos comunicadores, sean políticos, sean periodistas o, simplemente, ciudadanos que esconden su responsabilidad ante la verdad detrás de 140 caracteres, hace que la comunicación esté profundamente viciada. Y eso, por no hablar de empresarios que esconden la verdad de su modelo de contratación injusto tras cuentas de resultados que supuestamente mejoran la economía del país o de exhibir algunos compromisos con proyectos solidarios.

El cultivo de la veracidad requiere también el ejercicio de discernir las falacias del discurso. No sólo para no cometerlas, sino para denunciarlas, para contribuir a allanar los caminos de la razón, que si en su soledad puede generar monstruos, sin su uso recto no hay verdadera vida humana. Hablar de libertad de expresión para encubrir ofensas, de presos políticos para referirse a terroristas, por ejemplo, son modos de redescribir que modifican significativamente el contenido moral de lo que se está hablando. Es preciso recobrar el hábito de decir la verdad del modo que el interlocutor la pueda acoger, pero sin deformarla. Benedicto XVI nos dejó un legado singular bajo el título Caridad en la verdad. Tenemos un gran camino por delante.

La veracidad exige un cultivo de amar la verdad que está lejos de resultar espontáneo en nuestra sociedad en la que en muchos contextos intelectuales ha reaparecido el eco de la expresión de Pilatos: ¿Y qué es la verdad? Ojalá sepamos invitar a escuchar al lado de ese eco, el de la declaración de Jesús de Nazaret: “Yo para eso he venido, para dar testimonio de la Verdad”. Sí, sin verdad no hay horizonte para la convivencia humana, no podríamos distinguir el engaño, no reconoceríamos la mentira, no podríamos enfrentarnos con lo falso. La convivencia familiar y la educación tienen una tarea primordial que llevar a cabo en esta cuestión.

Comments

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Solicitamos su permiso para obtener datos estadísticos de su navegación en esta web, en cumplimiento del Real Decreto-ley 13/2012. Si continúa navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Más Información

The cookie settings on this website are set to "allow cookies" to give you the best browsing experience possible. If you continue to use this website without changing your cookie settings or you click "Accept" below then you are consenting to this.

Close