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Perseguidos por ser fieles a Cristo

Todos conocemos las persecuciones sufridas por los cristianos a lo largo de 20 siglos y somos conscientes de que la historia de la iglesia está regada con la sangre de los mártires. Pero ¿sabemos que hoy en día cada año mueren más de 10.000 cristianos por su fe? ¿sabemos que 200 millones sufren persecución por el solo hecho de llevar el mismo apellido que Cristo?

Desgraciadamente, y pese a vivir en la aldea global y en la era de las comunicaciones, esta realidad es aún poco conocida. Es cierto que episodios tan lamentables y trágicos como el secuestro de más de 300 niñas por Boko Haram, el grupo terrorista islámico que opera en Nigeria y algunos países limítrofes, así como los vídeos de degollamientos a occidentales y a cristianos de varias procedencias, que vestidos con un mono naranja eran ajusticiados sin piedad, han contribuido a que muchas personas se comiencen a cuestionar el por qué de esta violencia e injusticia tan brutal.

En el siglo XXI se da la paradoja de que la religión aún más mayoritaria en el planeta: el cristianismo, es también la más perseguida y discriminada. Hasta tal punto que se estima que de cada cuatro personas perseguidas por su fe tres son cristianas. Por otra parte, no debería llamarnos la atención a los cristianos el hecho de sufrir esta persecución. Muchos profetas en el antiguo testamento, el mismo pueblo elegido de Israel, Jesucristo, sus apóstoles y discípulos, y la iglesia durante todos estos siglos han sufrido persecución y, como nos anunció Jesús, seremos perseguidos hasta el final de los tiempos. Lo que ocurre es que en la era de la exaltación de las libertades y los derechos humanos no deja de resultar curioso el hecho de que la libertad religiosa y todo lo que supone como barómetro de otras muchas libertades, sea sistemáticamente violada sin que haya una reacción sólida y consistente de la comunidad internacional, sus órganos más importantes o de los gobiernos que la componen.

La persecución a los cristianos proviene de diferentes orígenes. Por una parte del comunismo que, aunque muchos lo asocien a la caída del muro de Berlín, sigue teniendo un peso importantísimo desde el momento en que la mayor potencia del mundo: China, continúa siendo uno de los grandes infractores del derecho a la libertad religiosa, sin olvidar a Corea del Norte o Vietnam. También del nacionalismo exacerbado, como el que se vive en la India vienen importantes violaciones y ataques a las minorías religiosas. Pero lo que sin duda ocupa las portadas y cabeceras de muchos espacios informativos es lo que podríamos llamar el repentino auge de un yihadismo organizado hasta el punto de que ya no simplemente trabajan en células aisladas golpeando en diferentes países, como los tristemente recordados 11-S en Nueva York o 11-M en Madrid, sino que disponen de un auténtico ejército con más de 70.000 efectivos, dotados de armamentos sofisticado, con importantes fuentes de financiación y el objetivo claro de lograr imponer un califato islámico en el mundo y que abarcaría una grandísima área.

Este yihadismo organizado de forma manifiesta, que domina las redes sociales, se nutre de un marketing del terror y consigue importantes captaciones por parte de jóvenes de países occidentales, trata de imponer la sharia: la ley islámica y presiona de forma brutal a los cristianos y otras minorías religiosas como los yazidíes en Irak, para que abandonen los países en los que viven y dejen sus tierras a los hijos de Mahoma. La presión yihadista sufrida por los cristianos en países como Siria, Irak, Yemen, Arabia Saudí, Libia, Egipto, Sudán, Mali, RCA o Pakistán es tan intensa y de tal magnitud el grado de atropellos y de falta de libertad que clama al cielo o, por lo menos, debería resonar en las conciencias de cualquier hombre de bien y debería mover a la actuación de cualquier organismo internacional que se quiera reconocer como democrático. A ellos se les ataca sin distinción entre protestantes, ortodoxos o católicos e incluso llegan al peligroso binomio Occidente =cristianismo.

Los cristianos en las tierras donde actúa la yihad sufren en silencio y entienden la persecución que sufren como la cruz que les ha tocado vivir en este momento de la historia. Ellos no entienden ese odio, no entienden, como pasa entre los cristianos forzados a abandonar el histórico valle del Nínive en Irak, que hayan sido sus propios vecinos musulmanes, aquellos con los que han convivido en paz durante muchos años, los mismos que se hayan unido al Daesh (mal denominado Estado Islámico) y que hayan sido ellos los que les hayan arrebatado sus casas y comercios. Los cristianos se han sentido a veces a solas con una cruz tan pesada.

La auténtica pasión que están sufriendo necesita de muchos Cirineos y, desgraciadamente sienten que muchos en Occidente les han abandonado. Pero están dotados de una fe profunda, una fe enraizada en el cristianismo más antiguo, una fe transmitida de padres a hijos durante generaciones. Esa fe, posiblemente sin grandes profundidades teológicas, es capaz de ser lo suficientemente fuerte como para no renunciar a la misma, aunque eso solo les traiga complicaciones, es capaz de perdonar, aunque se les parta el alma y, es capaz, como Jesucristo, de entregar su vida hasta la última gota de su sangre. Tan claro y tan arraigada tienen su fe que han manifestado su preocupación, no por lo que les está pasando a ellos, sino por la fe débil y acomodada de los cristianos de occidente.

Ellos rezan por nosotros porque perciben un cristianismo decadente, incapaz de atraer a las nuevas generaciones y que necesita un revulsivo importante para volver a comprometerse.

Necesidades. Estos cristianos en países de la yihad quieren mayoritaria-mente vivir en sus tierras o volver si de allí han sido expulsados. Como les piden sus pastores, quieren no abandonar tierras mucho antes cristianas que musulmanas. Son solo una minoría pequeñísima los que han empuñado las armas o se han unido a grupos combatientes contra la yihad.

Los obispos nunca han apoyado esto, aunque humanamente sea más que comprensible. Los cristianos saben que no pueden vivir mucho más tiempo de la caridad y el apoyo extraordinario de algunos organismos de ayuda internacional y de organizaciones como Ayuda a la Iglesia necesitada o Cáritas. Necesitan trabajos, condiciones dignas y para ello necesitarían volver en condiciones de seguridad y paz. Si no encuentran esto los jóvenes, especialmente, se ven tentados y huyen como pueden de su país, abandonando a sus propias familias. Ellos quieren seguir estudiando o tener un trabajo digno, acorde con sus capacidades y si su país está en guerra, o la presión que sufren es tan grande, no les queda más remedio que jugárselo todo en otras tierras. Pero ellos constituyen el futuro de los cristianos. Si ellos se quedan a trabajar y vivir en países occidentales es muy posible que no vuelvan a sus lugares de origen y el cristianismo estará condenado a su desaparición en muchos lugares de Oriente Medio, África y Asia.

Drama humanitario. Se dice que solo entre los desplazados y huidos de Siria e Irak se ha producido el mayor número de refugiados desde la II Guerra Mundial. El drama humanitario es de magnitudes impresionantes y sabemos que especialmente los niños, los ancianos y los enfermos son los más vulnerables. Ante este terrible panorama siempre nos debería surgir una pregunta: ¿y yo qué puedo hacer? Yo creo que mucho.

En primer lugar rezar intensamente por nuestros hermanos que sufren discriminación, injusticias y persecución por razón de su fe. El Papa, tremendamente consciente de este drama, nos lo ha pedido muchas veces. La Conferencia Episcopal española ha pedido que se establezca una semana de oración por los cristianos perseguidos entre el 17 y el 24 de mayo y esto es importantísimo. Tanto en la oración personal como en la comunitaria debemos implorar a Dios para que sostenga la fe de los cristianos allí donde más están sufriendo.

En segundo lugar, tenemos la obligación de estar bien informados y de informar a otros, en nuestro ámbito de influencia. Tenemos que buscar fuentes de información fiables como Zenit, Aciprensa, Religión en Libertad, Vatican News, Rome Reports, etc. que no dejan de hablar de estos temas. Nuestras conciencias no pueden permanecer impermeables al dolor de tantos hermanos nuestros y debemos contarlo a amigos, círculos, y tratar de influir a políticos y a medios de comunicación para que recojan y condenen tantísimos hechos de persecución religiosa como se están dando en pleno siglo XXI. Por último, debemos colaborar con instituciones fiables que trabajen para “secar las lágrimas de Dios en la tierra”.

Por JAVIER MENÉNDEZ ROS

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