EN PORTADA

En busca del trabajo decente

Pensar en las palabras que usamos es imprescindible para que las palabras no nos piensen. En nuestros días es habitual la utilización del lenguaje con fines espurios, como controlar la forma de pensar o legitimar desigualdades.

Centrándonos en el tema: Trabajo. Sabemos su significado, pero su significado habitual lo hemos limitado a empleo, trabajo asalariado. Sabemos que es mucho más que eso: capacidad creadora, construcción social, desarrollo humano, solidaridad… Muchos de los trabajos que desarrollamos, sin ser empleos, son imprescindibles para la vida humana (el trabajo en el hogar y la familia, el del cuidado, el voluntariado…) y sin ellos el empleo no se podría sostener.

Decente. Su uso se suele circunscribir al ámbito moral. Por eso, unido a “trabajo” suena inusual, incluso incorrecto o raro. Así que lo más frecuente es que digamos “trabajo digno”. Pero, ¿es lo mismo?

Si miramos el diccionario comprobaremos que ambos calificativos coinciden en relación a la calidad. Digno es “de calidad aceptable”, mientras que decente es “de buena calidad o en cantidad suficiente”. Pero en este último se incluye otra referida al sujeto de la acción: “digno, que obra dignamente”. Así, hablar de trabajo decente alude a ambas dimensiones, también a las condiciones que posibilitan a los hombres y mujeres trabajar con dignidad.

Es comprensible por esa razón que la OIT (Organización Internacional del Trabajo) acuñara el término “trabajo decente” y lo convirtiera en su prioridad a partir de 1999[1], entendido desde la promoción de oportunidades para que hombres y mujeres pudieran conseguir un trabajo productivo en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad humana. Desde ese momento comenzó a diseñar estrategias internacionales para que el trabajo decente ocupara un lugar central en las políticas de los gobiernos y, con ello, se lograra un progreso social y económico que fortaleciera a personas, familias y comunidades.

El objetivo no era otro que reafirmar que el trabajo decente es fuente de dignidad personal, indispensable para reducir la pobreza y alcanzar un desarrollo equitativo, global y sostenible.

¿Y cómo andamos de trabajo decente? Teniendo en cuenta todo lo expuesto, miremos la realidad del trabajo en el mundo[2]:

  • 1 de cada 4 trabajadores tiene empleo asalariado a tiempo completo y estable.
  • 6 de cada 10 trabajadores tienen un empleo a tiempo parcial o temporal.
  • Los trabajadores pobres (los que tienen un empleo pero están en el umbral de la pobreza[3]) representan 1/3 del total del empleo.
  • Los que más sufren la pobreza y la exclusión son los que tienen contratos temporales, a tiempo parcial, son trabajadores familiares no remunerados o trabajan en la economía sumergida.
  • La tasa media de desempleo en los países desarrollados alcanza el 8,5%; el 5,8% en los que están en vías de desarrollo.
  • No todos los países tienen leyes que protejan legalmente a los desempleados. Los que sí, sólo cubren al 42,4% de los que están en esa situación.
  • Los datos estadísticos empeoran si se es mujer, mucho más si se vive en un país en vías de desarrollo.

En España[4]:

  • 6 de cada 10 personas en edad laboral se encuentra en activo. De esos activos, 1 de cada 4 están desempleados, 1 de cada 2 si hablamos de jóvenes.
  • Entre los ocupados, ya el 16% trabaja a tiempo parcial. De éstos, 6 de cada 10 trabajan a tiempo parcial porque no encuentran empleo a tiempo completo.
  • Los trabajadores pobres son ya 1 de cada 6 asalariados; 1 de cada 5 cobra menos de 700€; 1 de cada 3 no llega a ser mileurista.
  • Perciben cobertura por desempleo 5 de cada 10 desempleados. Casi la mitad de ellos se encuentran en riesgo de pobreza.

Por otro lado, sabemos que en el 57% de los hogares españoles la principal fuente de ingresos es el empleo. Le siguen las pensiones, que ya lo son en el 37% de los hogares.

A la vez nos encontramos con que el empleo es cada vez más precario. Los contratos temporales (9 de cada 10 de los nuevos que se hacen), a tiempo parcial (3 de cada 10) o el trabajo en la economía sumergida van en aumento, a la par que disminuyen los derechos sociales.

Ante esta situación podemos concluir que el empleo –tenerlo o no, las condiciones en que se desarrolla, los ingresos que aporta– condiciona enormemente la vida de las personas, de las familias y de la sociedad entera. Es, al menos hasta hoy, un elemento decisivo en la inclusión social y no tenerlo aboca a muchas personas y familias a la pobreza o la exclusión.

Profundizando. Esta realidad pone de manifiesto la profunda transformación que se está produciendo en el mundo del trabajo.

Nuestra sociedad se viene configurando de tal manera que lo no-productivo, lo que no es útil para obtener beneficio en el menor tiempo posible, se desecha, se descarta. Todo, y empieza a parecernos lo normal, se mueve alrededor de la “economía”, del mercado: trabajo, política, sociedad, ocio, relaciones,… la persona entera. Nada queda fuera del alcance del culto al dios dinero, que convierte todo en mercancía. Incluidas las personas. Una economía que mata.

La lógica del modelo económico dominante ha impuesto una nueva configuración del trabajo en la que el desempleo y la precariedad son lo habitual, lo normal, puesto que lo nuclear no son las personas sino la rentabilidad. Desde esa perspectiva, el empleo, y las personas que lo desarrollan, se vuelve inestable, inseguro, a merced de las fluctuaciones del mercado, que acaba decidiendo qué persona y en qué lugar trabajará o no hoy, en qué empresa, con qué horario, en qué puesto, por cuánto salario. Se precariza el empleo y, con él, la vida de las y los trabajadores y de sus familias. Tanto que cada vez es más difícil planificar el futuro, se dificultan las relaciones familiares y sociales, así como la participación.

Otra de las consecuencias de esta “flexiprecariedad”[5] es la fragmentación del mundo del trabajo ante las diversas y siempre cambiantes modalidades de empleo, con constantes salidas del mercado laboral y con retornos, la mayoría de las veces, en peores condiciones; donde el salario cada vez cumple menos su función de dar estabilidad, seguridad y cubrir necesidades personales y familiares. Ahora tener un trabajo no asegura estar fuera de la pobreza. Ahora el miedo a perderlo es, muchas veces, miedo a la exclusión que acecha.

Así, se niega en la práctica el derecho al trabajo. Los derechos laborales son un obstáculo para la rentabilidad. Se estigmatiza la negociación colectiva, pues el objetivo es que el trabajador -y su familia- sea “flexible”, se adapte a las exigencias de la producción. En este contexto, los sindicatos suponen un estorbo.

Pero nunca en la historia ha habido tanta riqueza acumulada como ahora. El problema del hambre es solucionable hoy. También lo es que todas las personas puedan vivir dignamente. Es una cuestión de prioridades, personales y sociales. Es un problema de equidad, de solidaridad y de justicia, que debe traducirse en prioridades políticas, económicas y sociales.

Todos, todas, necesitamos el trabajo para desarrollarnos como personas, para realizarnos y para contribuir al común. También necesitamos cubrir mínimamente nuestras necesidades básicas: pan, techo, educación, salud,.. Necesitamos trabajo y sustento … y nos ofrecen empleo cada vez más precario, cada vez más indecente. Este es el problema a resolver. Y no tiene solución viable razonando con la lógica del lucro, del dinero. 

Transformar la realidad. Empezábamos hablando de la utilización del lenguaje. Una de las tentaciones permanentes es acabar aceptando el mensaje, mil veces repetido, de que las cosas son así y no hay alternativa posible. La tentación de asumir esa lógica y hacerla nuestra.

Desde la fe cristiana, ese es un camino inadmisible por anticristiano y por deshumanizante: la persona es el centro, en especial los que más sufren. Por eso, la esperanza y esfuerzo han de dirigirse a generar una nueva cultura del trabajo, construida comunitariamente desde la solidaridad, replanteándonos la humanización:

  • De nosotros mismos. Hay que cambiar la forma de organizar el trabajo, pero también afrontar los modos de organizar nuestra propia vida.
  • De la economía y la política. Ambas deben estar al servicio de la dignidad de la persona y orientadas a responder a las necesidades humanas.
  • Del trabajo, recuperando su sentido y valor más allá del empleo, porque ambos son imprescindibles para la vida.
  • De la empresa, para que se conviertan en instrumento al servicio del trabajo humano y de las necesidades sociales.
  • Del descanso, para recuperar las relaciones, la gratuidad, para construir otras formas de consumo más justas y más respetuosas con la naturaleza.

Necesariamente esto lleva a apoyar la defensa y la extensión de los derechos sociales, porque sin ellos no avanzaremos en justicia social y no liberaremos al trabajo de su esclavitud economicista; a renovar y fortalecer a unos sindicatos en los que todos los sectores de trabajadores se sientan y puedan estar representados; y a aunar esfuerzos, apoyando a las organizaciones internacionales y movimientos mundiales que apuesten y caminen en esta vía.

Desde esta perspectiva, lo digno es abogar por el trabajo decente. Animamos a que esta sea la opción compartida por todo cristiano y por toda persona de buena voluntad: “… que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación. (Caritas in Veritate, 63. Benedicto XVI).

Por JOSE FERNANDO ALMAZÁN

[1] La primera referencia al trabajo decente se encuentra en la Memoria del Director General de la OIT con ocasión de su 87ª reunión.

[2] Información extraída de dos informes de la OIT: Perspectivas Sociales y del empleo en el mundo. El empleo en plena mutación. 2015 e Informe sobre el trabajo en el mundo. 2014. El desarrollo a través del empleo.

[3] Ganan dos dólares al día.

[4] Contrastar datos con: EPA 1T15; Barómetro social de España; Gómez de la Torre, M., López, Mª Teresa: Análisis del comportamiento de los ingresos de las familias españolas durante la crisis económica (diciembre 2013).

[5] Término acuñado por Julia López, Alex de Le Court y Sergio Canalda, profesores de la Universidad Pompeu Fabra.

Comments

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Solicitamos su permiso para obtener datos estadísticos de su navegación en esta web, en cumplimiento del Real Decreto-ley 13/2012. Si continúa navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Más Información

The cookie settings on this website are set to "allow cookies" to give you the best browsing experience possible. If you continue to use this website without changing your cookie settings or you click "Accept" below then you are consenting to this.

Close