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LAUDATO SI’: DE LA CUESTIÓN SOCIAL A LA CUESTIÓN SOCIO-AMBIENTAL

Pocas veces en los 125 años de historia de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) una encíclica papal había provocado un revuelo mediático como el generado por Laudato si’ (LS). Cuando León XIII promulgó Rerum novarum en 1891, nadie podía imaginar que uno de sus sucesores en la sede episcopal de Roma reformularía la tradicional “cuestión social” en una “cuestión socio-ambiental”.

Porque con LS, la ecología para la Iglesia no puede ser ya una moda pasajera o una operación de maquillaje para congraciarse con los movimientos verdes. Responde en profundidad a una revolución interna en lo que tiene de nueva toma de conciencia y ampliación de miras para la comunidad cristiana. Francisco parte de la centenaria y fecunda tradición de la DSI para ampliarla e incluir en ella la preocupación ecológica que emergió en ámbitos científicos y en la sociedad civil a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Esta ampliación supone para la tradición católica un hito histórico y conlleva una serie de implicaciones de largo alcance que el tiempo se encargará de valorar. A ellas haré referencia de forma breve a continuación.

1. La emergencia de una sola y compleja cuestión socio-ambiental. Una de las claves de lectura de LS se nos ofrece al inicio del capítulo IV: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las trayectorias para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (LS 139). Si sólo hay una crisis, ya no podemos ni analizar ni actuar separando ambas dimensiones. Esto exige una nueva actitud y un gran esfuerzo de diálogo y escucha, que es precisamente el que LS pretende estimular. Hasta ahora, sin embargo, no había sido así. Mientras unos se preocupaban del clima, de los osos polares y de la contaminación atmosférica, otros luchaban por reducir los niveles de analfabetismo, proteger a los inmigrantes y defender los derechos de los trabajadores. La distancia entre el movimiento ecologista y el movimiento social-sindical (incluyendo la acción caritativa de la iglesia) hace tiempo que venía reduciéndose. LS es un signo más de la progresiva confluencia de ambos. Qué aspecto tenga la hibridación de estas dos tradiciones es algo que todavía no podemos atisbar.

2. Ampliación de la esfera de consideración moral. La metamorfosis de la tradicional cuestión social católica fue inducida, en buena medida, por la reflexión secular que emergió con fuerza en la sociedad civil, influyendo indirectamente en el desarrollo de la DSI. El proceso ha supuesto una ampliación de miras y un proceso de conversión para la comunidad cristiana, pero también una oportunidad para redescubrir la propia tradición. Un buen ejemplo es el reconocimiento de la realidad no-humana como ámbito de consideración moral: “[…] las distintas criaturas se relacionan conformando esas unidades mayores que hoy llamamos ‘ecosistemas’. No los tenemos en cuenta sólo para determinar cuál es su uso racional, sino porque poseen un valor intrínseco independiente de ese uso” (LS 140). La creación no-humana, la “casa común” a la que se refiere Francisco, debe ser cuidada por la amenaza que su uso indiscriminado supone sobre el bienestar humano y sobre las futuras generaciones, pero también –y esto es importante repetirlo– porque es valiosa en sí misma. La argumentación moral de corte consecuencialista (y utilitarista) que caracterizó en un inicio el discurso eclesial sobre medioambiente se amplió, más tarde, con otra de corte deontológico, para complementarse finalmente con argumentos teológicos: La naturaleza es “un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad” (LS 12). Nuestra relación con la naturaleza comporta una dimensión moral que ya no podemos ignorar.

3. Un nuevo impulso al diálogo ciencia-religión. El restablecimiento del diálogo ciencia-religión, roto en la modernidad, es una tarea pendiente de la cultura occidental y una gran oportunidad para hacer converger dos de las principales fuerzas transformadoras de nuestra civilización en el trabajo por un mundo más justo y sostenible. En LS se percibe un renovado interés por restablecer el diálogo con las ciencias naturales y con la cultura tecnológica que ellas han posibilitado. Buena muestra de ello es que el capítulo I, al tratar de “ver lo que está pasando a nuestra casa” (LS 17-19), se fundamenta, sin citarlos, en los grandes informes científicos de los últimos años – Panel Intergubernamental del Cambio Climático, Global Biodiversity Outlook, Global Environmental Outlook, World Energy Outlook, etc. Si la DSI dialogó tradicionalmente con las ciencias socia-les –con la economía, la sociología, la historia y la filosofía–. LS estimula un diálogo interdisciplinar ente éstas y las ciencias naturales, aportando así una dirección a la investigación tecnocientífica de nuestro tiempo. Y en este diálogo, las religiones tienen una palabra sapiencial que decir: “Si de verdad queremos construir una ecología que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa con su propio lenguaje” (LS 63).

4. La invitación a una sabiduría relacional. Al tomar en consideración a las ciencias naturales, LS no pretende sólo restañar viejas heridas, mostrar el rigor de su análisis y estar a la altura de la historia. Pretende también promover un diálogo sincero en favor del bien común, de los más pobres y de la creación. Para ello invita a adoptar una “sabiduría relacional” en la que las tradiciones religiosas adquirirían un papel relevante como catalizadoras del diálogo y como portadoras de un conocimiento moral intuitivo ancestral. La propuesta teológica de la “ecología integral” (LS 137), principal contribución de LS, es un esfuerzo por ampliar todavía más el horizonte y poner en relación las dimensiones ambiental, económica, social, cultural, espiritual y humana de la ecología. Porque la teología, al igual que la ecología, es un saber integral o de síntesis en la que la categoría relación es fundamental (LS 138). Quizás resulte exagerado afirmar que la vuelta a la sabiduría sugerida por LS implica entrar en un ámbito transdisciplinar capaz de abordar la compleja crisis socio-ambiental contemporánea, si bien la propuesta de la “ecología integral” parece apuntar en esa dirección.

5. El principio de subsidiariedad. A nivel intraeclesial, LS confiere una inesperada autoridad al magisterio episcopal. La inclusión de numerosas referencias a cartas pastorales de conferencias episcopales de los cinco continentes supone una novedad en la historia de la DSI y desvela una peculiar dinámica eclesial de diálogo y “polinización cruzada” entre magisterio episcopal y magisterio pontificio. Mientras el primero profundiza, tematiza y propone nuevas formulaciones, el segundo compila, sistematiza y eleva a un mayor rango de autoridad. Pero no sólo es evidente que la reflexión episcopal ha tenido un gran influjo en LS, resulta también innegable que los dos niveles de análisis –regional y global– se entrelazan en los dos tipos de magisterio –episcopal y pontificio– en un diálogo fecundo que atestigua la aplicación adintra del principio de subsidiariedad, así como el carácter inductivo de la DSI en la recepción de la “cuestión socio-ambiental”. La eclesiología de comunión y la capacidad de escuchar a las iglesias locales revela una interesante dinámica que es fruto, en buena medida, de la globalización de la propia Iglesia y del creciente peso que las iglesias del Sur –empezando por el propio Francisco– tienen en Roma. Esta es una dinámica de trabajo que, en el contexto del debate sobre los objetivos de desarrollo sostenible, resulta relevante en el ámbito de la cooperación internacional.

6. El redescubrimiento del bien común. Otro de los principios permanentes de la DSI, el bien común, adquiere en LS un relieve especial como categoría articuladora de la propuesta de la ecología integral (LS 156). Y no podía ser de otra manera, porque el bien más básico y universal es la naturaleza misma. Sin aire, sin agua, sin alimentos y sin una “casa común” habitable, resulta difícil imaginar una vida plena. El resto de principios éticos quedan iluminados por éste del bien común cuya tradición resulta hoy significativa en el ámbito de la esfera pública, en especial en relación a la urgente cuestión de la “gobernanza global”. Los llamados “bienes comunes globales” (LS 174) a los que alude Francisco demandan principios éticos globales, acuerdos internacionales y una visión integral en la que, de nuevo, las tradiciones religiosas –dado su carácter global y su experiencia histórica– pueden hacer una valiosa contribución (LS 199).

7. Un ejercicio de teología pública. LS es también un magnífico ejercicio de “teología pública”, un esfuerzo por llevar la reflexión teológica a la calle, haciéndola accesible, relevante e inteligible. El enorme interés que ha generado en ámbitos extra-eclesiales y, en especial, la positiva acogida que ha tenido en círculos científicos y ecologistas es señal de la gran capacidad de Francisco para dialogar e influir más allá del orbe católico. Un segundo indicador del carácter público y la intencionalidad política de LS ha sido el momento de su promulgación. Como han expresado en repetidas ocasiones fuentes vaticanas, Francisco ha tratado de influir en el intenso debate internacional que está teniendo lugar en la sociedad civil en la segunda mitad del 2015: en la tercera Conferencia sobre Financiación para el Desarrollo de julio en Addis Abeba (a la que corresponde la imagen de la página anterior); en la elaboración de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en septiembre en Nueva York; y en la Cumbre del Clima (o COP21) de noviembre en París. En qué medida LS consiga influir es algo que habrá que evaluar más adelante. Lo que sí es indudable –a la luz del interés generado por LS– es que la ecología se ha convertido en un foro híbrido o nuevo areópago donde las tradiciones religiosas tienen una palabra significativa que decir.

La ventana de oportunidad que se abre resulta especialmente significativa en las sociedades occidentales más secularizadas, donde el discurso eclesial resultaba cada vez más opaco e irrelevante. Al escuchar la propuesta de la ecología integral de Francisco, igual que le sucedió a los atenienses con Pablo de Tarso, muchos se preguntarán: “¿Podemos saber cuál es esa nueva doctrina que tú expones?” (Hch 17, 19), la doctrina de la “ecología integral” (LS 156-162). Explicarla y hacerla carne es la tarea pendiente que la comunidad católica tiene por delante si quiere hacer creíbles sus palabras.

8. La llamada a la conversión ecológica. La propuesta de la ecología integral entra así a formar parte de la DSI y aparece como dimensión irrenunciable del discipulado cristiano. El seguimiento de Cristo en el siglo XXI re-quiere de “una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (LS 139). Todo el capítulo II (LS 62-100) es un esfuerzo por rehabilitar una teología y una espiritualidad de la creación capaz de fundamentar la conversión ecológica de la propia comunidad cristiana. Se trata de descubrir, como San Francisco, la comunión universal que incluye a toda la creación (LS 89). La primera actitud y la principal motivación que posibilita la conversión ecológica es el agradecimiento ante el regalo de la creación, el bien común más universal y básico. Sin ella no es posible la transformación de hábitos mentales y patrones de comportamiento que precisamos.

Los informes científicos más precisos, un mejor conocimiento de las amenazas que nos acechan o la invocación de grandes principios éticos –aunque todos ellos sin duda tienen su importancia–, son insuficientes. Y esta es la convicción que Francisco expresa(LS 220). LS es, en último término, una invitación espiritual que trata de abrir las conciencias y ofrecer una mística para alimentar una pasión del cuidado de la creación (LS 216).

Por JAIME TATAY

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