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LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN, ANTE UN CAMBIO DE ÉPOCA

Cuentan que en una ocasión se cambió artificialmente la configuración de un cuerpo de agua. Como los marinos que solían circular por ahí no habían cambiado sus mapas, chocaron contra las rocas… Alguien ha cambiado el paisaje humano y no son cambios pequeños y accidentales; son cambios sustanciales, de paisaje, que imponen nuevos mapas y   una nueva manera de navegar.

No estamos viviendo una época de cambios. Históricamente, siempre hay cambios, más lentos o graduales o más rápidos. Ni siquiera podemos decir que ésta sea una época de cambios rápidos o vertiginosos, aunque eso sea cierto. El asunto crucial es que estamos viviendo un cambio de época. No es ésta una visión milenarista y alarmista, sino más bien una constatación objetiva, que no tiene por qué tener connotaciones peyorativas.

Si hay un cambio de época, hay un cambio de paisaje, un cambio de mente, un cambio de sistemas sociales y educativos…una profunda transformación humana. Y también una lucha por el poder por frentes distintos. Hay, por tanto, un desafío a los poderes tradicionales, que tendrían que estudiar nuevas maneras de ejercer tal poder o de conquistarlo de nuevo. Se solía decir, por ejemplo, que la prensa era el Cuarto Poder…pero habría que ver la posición exacta de tal poder hoy día, que, irónicamente, ha sido transformado por su propia fuerza. Gran parte del cambio de mentalidad, de las profundas transformaciones de la época, se deben precisamente, a los medios de comunicación, o, para ser más exactos, a la tecnología.

El cambio monumental de las culturas agrarias orales a las industriales, literarias que gozaban del uso de la imprenta fue asombroso, pero gradual. El paso a lo que Walter Ong llama la “oralidad secundaria”, que han traído los medios es mucho más dramático y raro. La oralidad secundaria ha traído una manera de pensar mucho más fragmentada, y un enorme desapego de la palabra impresa.

Una fragmentación del pensamiento, podemos pensar, lleva a una fragmentación (o falta de estabilidad en relaciones, y por consiguiente, una gran facilidad en el cambio de opinión política). En los últimos años se ha visto, además, que hay incluso un progresivo desapego de la televisión, ya que todas las necesidades informativas, de comunicación, e incluso de comunidad, están cubiertas por los teléfonos inteligentes, lo cual por un lado hace personas mucho más aisladas en su propio mundo mientras que están curiosamente conectadas a todo el universo.

No es que necesariamente se haya perdido el poder de los medios, pero tal poder ha sido profundamente transformado y está bajo cuestionamiento. Tal cuestionamiento viene por varios frentes. En primer lugar viene una pregunta evidente: ¿puede la prensa tener algún poder real cuando billones de personas reciben su información a través de internet? Y la otra pregunta, también bastante evidente: ¿qué poder real político tiene una información que viene filtrada por los otros poderes (irónicamente, los poderes más tradicionales y conservadores) y que no tiene la capacidad de animar a un debate que estaría en la base de la democracia?

Si siempre ha sido cierta la afirmación de McLuhan, “el medio es el mensaje”, ahora cada vez parece más verdadera. En un estudio sobre el modo en que los medios enmarcan los temas políticos, Shanto Iyengar, profesor de ciencias políticas y estudios de la comunicación en la Universidad de California en Los Ángeles, explica que las noticias se pueden entender como narrativas que traen información y hechos, pero que también esconden un mensaje implícito. En el periodismo, a pesar de todos los códigos deontológicos que reclaman objetividad, siempre hay metáforas, mecanis-mos retóricos, que proporcionan un contexto y una relación. Esto, por supuesto, siempre se ha sabido: son los instrumentos textos y subtextos y mensajes subliminales que utiliza la publicidad y la psicología de masas. Pero en el caso de la prensa, se supone una estudiada e intencionada objetividad. No siempre funciona. “La audiencia”, dice Iyengar, “sensible a las claves contextuales cuando piensa en asuntos nacionales.

Sus explicaciones sobre temas como el terrorismo o la pobreza son fundamentalmente dependientes de los puntos de referencia que presentan los medios”. El estudio se centra en la reacción de la audiencia a las noticias, “buscando responsables”. Iyengar distingue entre marcos episódicos y marcos temáticos. Los marcos episódicos reflejan acontecimientos que ilustran temas, mientras que los marcos temáticos presentan evidencia colectiva o general. Iyengar descubrió que las audiencias a quienes se les presentaban informes episódicos se inclinaban menos a considerar a la sociedad responsable por el acontecimiento, mientras que las que estaban expuestas a marcos temáticos se inclinaban más a atribuir las causas a políticas gubernamentales. La preponderancia de marcos episódicos en las noticias impide que la gente acumule evidencia sobre las consecuencias y causas últimas.

El asunto que surge inmediatamente es quién tiene el control de esas claves y de esos contextos. Si tal control se le concede a las élites económicamente fuertes, el mensaje, diría McLuhan, van a ser las élites. Pero las élites pueden tener control de la prensa y la televisión….instrumentos que cada vez menos personas utilizan. Lo que surge ahora con mayor fuerza es el poder de las redes sociales, que puede ser (y en muchos casos ya ha sido y es) una revolución de las masas o un alzamiento proletario en toda regla.

Control tradicional del mensaje vs. Opinión instantánea. Todos hemos visto y oído los casos en que se ha producido una movilización general (desde el derrocamiento de Estrada en Filipinas a las manifestaciones en España después del 11M) en cuestión de minutos.

Desde el comienzo de Internet a principios de los años 90, la población conectada ha crecido de pocos millones a billones. En el mismo tiempo, los medios sociales se han convertido en un hecho para la sociedad civil de todo el mundo, implicando a muchos actores y no ya solamente a una élite reducida: ciudadanos comunes, activistas, ONGs, compañías de telecomunicación, y gobiernos. La rapidez de la comunicación, o más bien, de la formación de opiniones y la toma de posturas, puede asustar a los gobiernos o a los cuatro anteriores poderes tradicionales, aunque no está empíricamente demostrado que tales medios tengan verdadero poder para fomentar la democracia.

Lo que sí es cierto es que las redes sociales se han convertido en instrumentos de coordinación para casi todos los movimientos políticos del mundo, incluso en países en que se está tratando de limitar el acceso. En todas las épocas se ha dado la coordinación de disidentes para los movimientos revolucionarios. Sólo que ahora se hace mucho más instantáneamente y rápidamente…y con el peligro de no estar coordinado con pensamiento y profundidad sino como reacción emocional sin razonar. Con todo, el poder político de la libertad de comunicación parece bastante evidente y es bueno para la libertad política. Pero, evidentemente, también puede ser peligroso. Es difícil para quienes están fuera entender las condiciones locales para la disidencia. El apoyo externo podría correr el peligro de desviar incluso a la oposición pacífica al ser dirigida por elementos extranjeros.

Los disidentes podrían dejarse llevar de la superficialidad de una opinión al instante sin sustanciar. La libertad política debería siempre ir acompañada de una sociedad civil con la suficiente educación como para poder debatir inteligentemente los temas que se presentan al público. Normalmente, las opiniones (regresando al poder de los medios) son transmitidas por los medios, y luego tienen un eco en amigos, parientes y colegas. Aquí es donde el internet hace la diferencia, puesto que el internet no sólo transmite medios, sino que muchas veces los produce: permite que personas comunes (no necesariamente periodistas) articulen públicamente sus opiniones y posiciones. Esto es importante para la democracia, lógicamente, pero también corre el riesgo de la superficialidad. Corre el riesgo, también, de la falta de discernimiento o criterio. Al colocar mano a mano informaciones tan insustanciales y absurdas como las respuestas a las preguntas de Facebook “¿qué estás haciendo” (acabo de quemar el pollo), con asuntos transcendentales y de graves consecuencias sociales como puede ser una ley injusta, nada tenga ninguna importancia.

Los grupos coordinados y disciplinados, tanto si son de negocios o gobiernos, siempre tienen ventaja sobre los desorganizados. Los medios sociales podrían ayudar en esto, si quienes comienzan la acción están bien dirigidos y, efectivamente, fundamentados. Lo que se crea -que es mucho más difícil con los medios de comunicación tradicionales- es una consciencia compartida, que consiste no sólo en saber las mismas cosas, sino en saber que otros las saben y están en la misma onda. Tal consciencia compartida puede crear también lo que se llama el “dilema del dictador” o lo que el teórico de los medios Briggs ha llamado “el dilema conservador”, que se aplica no solo a los medios sino a los otros poderes tradicionales. El dilema es creado por los nuevos medios que aumentan el acceso público a la asamblea y la discusión. Las dos respuestas a tal dilema son la censura o la propaganda, aunque ninguna de las dos es totalmente eficaz y a menudo es contraproducente.

La cultura popular también aumenta el dilema proporcionando cubierta para más usos políticos de las redes sociales. Son precisamente los instrumentos diseñados para el uso disidente se les harían a los estados, fáciles de censurar, pero tal censura conllevaría el riesgo de una mayor polarización y extensión de posiciones políticas indeseables para los estados constituidos a una opinión pública que anteriormente no estaba tan politizada.

Por estas razones tiene más sentido para los estados invertir en redes sociales más que en instrumentos políticos que aseguraran su estabilidad. De hecho, la mejor razón práctica para pensar que las redes sociales pueden producir cambios políticos es que tanto los disidentes como los gobiernos están convencidos de que esto es así. Se trata, pues, de una batalla de ideas utilizando los medios con las estrategias más inteligentes que se puedan producir.

Frente a estas convicciones, se puede aducir que muchas personas no utilizan las redes sociales para profundizar en su pensamiento político, debatir ideas o reflexionar sobre filosofía y problemas sociales, sino más bien para entretenerse, sentirse conectado y tener una especie de satisfacción emocional que proporciona el saberse en una comunidad, por mucho que la comunidad sea casi una ilusión. Se puede pensar que las comunidades cibernéticas no son tanto medios de comunicación como una ilusión superficial.

Después de todo, ¿podría existir un auténtico debate ideológico en Twitter o incluso a través de Facebook? Es bastante dudoso, pero también es verdad que históricamente el desafío de los medios de comunicación serios por llegar a multitudes siempre ha sido alcanzar realmente a grupos de personas no tan interesadas en política y mucho más enfocadas en su propio entretenimiento; absortas en programas de telebasura y con un mínimo interés en asuntos sociales que no les tocaran directamente el bolsillo.

Solo que ahora un mensaje rápido puede ser, como se viene diciendo, viral y, apoyado en ese sentido comunitario (tanto si es verdadera comunidad como si no), arrastrar quizá no tanto a posiciones como a acciones y movilizaciones que podrían ser buenas para la transformación de la sociedad…o peligrosísimas y desestabilizadoras.

Todo esto lleva a la necesidad de una educación que haga personas críticas y responsables… y esto, en un cambio de época, supone, de nuevo, todo un cambio de estrategias, métodos e instrumentos, que incluye un uso inteligente de la tecnología. No hay escapatoria.

Por C. FERNÁNDEZ AGUINACO

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