OPINIÓN

AVANCEMOS EN LA DIRECCIÓN DE LA PAZ

La técnica primero, la tecnología después y la tecnociencia ahora, es un factor siempre presente en la articulación de las relaciones humanas y en las relaciones entre los pueblos. La técnica es constitutiva en los procesos de hominización y de humanización. Inicialmente responde a las necesidades de un ser que nace carente y frágil, pero pronto pasa a ser la que de forma y concreción a sueños y deseos humanos: la casa, el abrigo…, artefactos para movernos más deprisa, otros para comunicarnos. También artefactos cada vez más mortíferos para la guerra. Y tiene, además, la virtualidad de que naciendo de la fantasía y concretándose en cosas que se ven superfluas, pronto se convierten en algo necesario para la vida cotidiana. Nuestra experiencia de las tecnologías de la información y la comunicación es un ejemplo claro.

La ciencia que hoy conocemos, se la conoció como Nueva Ciencia en los albores de la Modernidad. Pronto se comprendió que el carácter predictivo que ésta llevaba en su ADN posibilitaba transformar el mundo según las finalidades propuestas por los centros de poder regidos por los seres humanos. El avance lo iba a proporcionar no sólo el desarrollo de los problemas propios del desarrollo interno de las cuestiones que se investigaban: cómo defendernos de los rayos, cómo curar las enfermedades o cómo adelantarnos a los terremotos, sino, también, cómo dar forma a deseos nacidos de intereses y de miedos, de las zonas más oscuras de los humanos. El punto de vista que prevaleció fue el de considerar que la ciencia y la técnica habían realizado una unión, la tecnología, que alumbraba la promesa del progreso.

Tecnología y progreso es una alianza que hace varias décadas inició su proceso de ruptura. Simbólicamente podemos fecharlo en los días en que las bombas atómicas cayeron sobre las ciudades de Hirosima y Nagasaki, en 1945. Fue el despertar colectivo de un sueño; a la vez, fue la confirmación de que la humanidad había abierto también una vía de autodestrucción poderosa.

Los acontecimientos violentos que el terrorismo de algunos fanáticos organizados y armados han desencadenado en estos últimos tiempos, y el escenario de guerra que se ha seguido, ponen ante nosotros la gran amenaza que la escalada de fabricación de artefactos de muerte supone para la paz. Artefactos cada vez más potentes, cada vez más caros, cada vez más sofisticados, aunque paradójicamente, algunos son manejados por niños como si de juguetes se tratara. Y lo que es peor, la lógica de la guerra reclama su autonomía y su propio alimento. Una lógica regida por intereses y, con frecuencia, por deseos y fantasías de fanáticos que se hacen obedecer. Además de otras consideraciones en las que no entramos aquí, sería esperable que así como la tragedia de Japón dio paso a una toma de conciencia acompañada de controles y acuerdos en relación a la energía atómica, así ahora los estados, los pueblos y los ciudadanos diéramos un paso adelante en el control de la producción tecnológica y en particular, en la revisión de las finalidades a las que se orienta.

Rompamos la lógica de la guerra, avancemos en la dirección de la paz.

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