Uno de los temas más recurrentes en el cine contemporáneo es el de los vínculos familiares, declinado de muchas formas (relaciones paternofiliales, de pareja, ausencias, desestructuraciones,…). Y lo es de forma universal: está presente en el cine americano (hollywoodiense e independiente), asiático, europeo, latinoamericano, medio-oriental… La razón es, por un lado, sociológica: el cine refleja las profundas mutaciones y retos que se están viviendo en el seno de las familias; pero por otro lado hay una razón antropológica: la experiencia confirma la inexorable necesidad de vínculos para poder crecer como seres humanos. Un niño -y también un adulto- no sabe quién es si no sabe “a quién pertenece”, de qué vínculos vive. Si el vínculo biológico no existe o está dañado, la persona buscará crear nuevos vínculos, del mismo modo en que la planta busca un poco de tierra donde anclar sus raíces. Por eso hoy el concepto de familia no abarca únicamente los lazos genéticos, sino que a menudo incluye personas que representan la figura paterna o materna sin serlo, figuras sustitutivas a menudo cruciales en el camino del crecimiento personal.
Este último caso se ve claramente en la película cubana Conducta (Ernesto Daranas, 2014) que ha sido galardonada como Mejor Película y Mejor Actriz en el Havana Film Festival de New York. La película se ambienta en una escuela en La Habana donde estudia Chala, un niño de 11 años, que tiene una madre drogadicta y prostituta. Para llevar dinero a casa Chala entrena perros de pelea. Si hay una persona que se preocupa por el futuro de este niño es Carmela, su maestra de sexto grado, por la cual Chala siente un gran respeto y cariño. Dada la incapacidad de la madre de ser una compañía educativa para Chala, es Carmela la que hace de abuela, por decirlo de algún modo, y es el punto de referencia decisivo para el niño, la certeza de su tumultuosa vida.
La paternidad -o maternidad- ausente está presente en títulos sumamente interesantes. En algunos se ofrecen salidas positivas de sustitución del vínculo como en Mi querido Frankie (Shona Auerbach, 2004); en otros se propone una reconstrucción del vínculo dañado, como en Thirteen (Catherine Hardwicke, 2003), A cualquier otro lugar (Wayne Wang, 1999), Como un relámpago (Miguel Hermoso. 1996), o Babel (González Iñárritu 2006); en ciertos casos prima la crítica a modelos irresponsables de parernidad/maternidad como en Una historia de Brooklyn (Noah Baumbach, 2005). Otras cintas que abordan este asunto desde diversas perspectivas interesantes son El regreso (Andrey Zvyagintsev, 2006), Todo sobre mi madre (Pedro Almodóvar 1999), La vida sin Grace (James C. Strouse, 2008), Mi hijo (Martial Fougeron, 2006), Vete de mí (Víctor García, 2006), Nunca es tarde para enamorarse (Joel Hopkins, 2008), Half Nelson (Ryan Fleck, 2006), Atrápame si puedes (Steven Spielberg, 2002), Historias de San Valentín (Garry Marshall, 2009), Los mundos de Coraline (Henry Selick 2009), Cruzando el límite (2010), Radio Encubierta (Richard Curtis 2009) o Educando a J (Christine Lahti, 2002).
Vamos a detenernos en un film español reciente, Ma ma (Julio Medem, 2015). Magda está casada y tiene un hijo, pero su marido se ha ido con una alumna suya de la Universidad. Ella trata de sacar adelante a su hijo cuando recibe la noticia de que padece un cáncer fatal. En ese difícil trance se queda viudo un amigo de Magda que había perdido a su hija en un accidente. Este hombre, profundamente cristiano, empieza a cuidar a Magda y a su hijo, asumiendo el rol de padre -y marido- sabiendo cuál va a ser el desenlace fatal de Magda. En ese contexto conmovedor aparece el marido huido solicitando -y obteniendo- el perdón de Magda antes de su muerte. Ella le pide a cambio que siga manteniendo una relación responsable con su hijo cuando ella ya no esté. Un lío muy posmoderno pero muy positivo en el sentido que pone en valor los vínculos como verdadero combustible del motor de la vida.
En este sentido hay otra película actual, De padres a hijas (Gabrielle Muccino, 2015) que conviene citar. El director italiano Muccino se hizo famoso con otra película sobre la paternidad protagonizada por Will Smith (En busca de la felicidad). Jake Davis y su esposa no pasan por el mejor momento. A causa de una discusión matrimonial tienen un accidente de coche del que solo Jake y su hija Katie salen con vida. A la soledad que experimentan ambos al perder esposa y madre se añade un grave problema: en Jake han quedado graves secuelas psicofísicas, a las que se van a agarrar sus cuñados para intentar quitarle la custodia de su hija. Es inevitable relacionar esta película con otras dos precedentes, Madres e hijas (Rodrigo García, 2009) y Yo soy Sam (Jessie Nelson, 2001).
A la primera se asemeja en la descripción de la promiscuidad sexual de la hija como mecanismo de defensa de una inseguridad afectiva originada tras la pérdida traumática de su madre; a la segunda por la batalla legal de un padre discapacitado por la custodia de su hija. Ante todo, el film es un homenaje a la paternidad, una paternidad herida pero heroica. Como contrapartida, el amor filial que profesa Katie por su padre, habla de la necesidad de la figura paterna para el afianzamiento de certezas en la persona. Lo más débil es la trama de los cuñados de Jake, poco creíble en su radical e intransigente postura y que bordea la caricatura.
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