Hay tiempos en la vida de los pueblos que son oportunidades históricas. Y lo son porque confluyen factores que no están presentes en los tiempos ordinarios. Este año 2015 termina en España abriendo una puerta nueva en la vida política. La confluencia de tres fuerzas políticas situadas en un intervalo de escaños entre 40 y 100, hace necesario un ejercicio de negociación que obliga a dialogar de una forma nada fácil entre los partidos políticos. Cualquier tipo de pacto precisa la afirmación previa de horizontes de avance compartidos para los próximos años, tanto en la vida social y económica como en la cuestión territorial y el lugar de España en el ámbito internacional. Requerirá también identificar concreciones en los programas correspondientes que puedan ser modulados en proyectos legislativos aceptables por mayorías parlamentarias. Diálogo y negociación que requieren altura de miras, sentido de la realidad y no perder de vista que avanzar en condiciones de justicia y de igualdad es una necesidad que está por encima de los objetivos partidistas y de las ideologías de los sustentan.
Pero todo lo anterior sería un ejercicio que, si bien es necesario, resulta del todo insuficiente, cuando no va acompañado de unas disposiciones de la sociedad civil que muestren el reconocimiento de la existencia de un nuevo discurso en el que emerja un nosotros con características nuevas. El pasado ha quedado saldado en el resultado de las urnas, ahora toca ir hacia delante.
La acción política conlleva la imprevisibilidad de sus consecuencias. El juego de las libertades y el escenario globalizado en el que se lleva a cabo hacen que no siempre el éxito resulte ser su compañero de viaje. La sociedad civil ha de ser consciente de esto por lo que necesita ejercitarse en poner las agujas del reloj a cero. Y esto ha de hacerlo a la vez que exige lucidez y responsabilidades en aquellos casos en que la falta de éxito en una propuesta tenga que ver con intenciones torcidas y corrupción manifiesta. Sin ambos requisitos difícilmente podrá hablarse de un nosotros que de consistencia y estabilidad a la vida común.
Por otra parte, este nosotros, que tiene un carácter dinámico, necesita insertarse en un discurso compartido que reconozca como creíbles las promesas realizadas por los gobernantes. Y las dificultades en este aspecto surgen, además de por el incumplimiento de las mismas promesas, por la incompatibilidad de algunas de ellas tal como aparecen en programas de partidos que la lógica de los números invitaría a dialogar.
Porque la promesa es esa manera de hablar los seres humanos que genera confianza en el interlocutor cuando está sumido en la incertidumbre suscitada por un futuro abierto e indefinido. El matrimonio se sustenta en una promesa, lo mismo que sucede con los contratos laborales o con los de compraventa y tantas otras acciones de la vida ordinaria. Prometer y no cumplir, en todas las esferas de la vida, quiebra las condiciones del discurso fiable y rompe con ello el nosotros deseable que engloba a los distintos actores, agentes y afectados, por la acción de prometer. En el caso de la vida pública, esas quiebras y rupturas afectan de manera especial a los más vulnerables, porque una vez más experimentan las consecuencias del cierre del débil camino de esperanza abierto por unas promesas que han acabado siendo un engaño.
Estamos invitados a la construcción de un nuevo nosotros cuya novedad reside en el hecho de conjugar una pluralidad nacida del ejercicio de la libertad. Pero, si en términos abstractos resulta una tarea muy atractiva, las concreciones de los resultados de las urnas hacen que la contemplemos como especialmente difícil dado que asoma el temor a la imposibilidad de la coherencia entre las promesas hechas por los partidos que son expresión de esa misma pluralidad. Desafío y oportunidad, ese es el arte de la política. Y lucidez para estos tiempos recios en los que anhelamos lo mejor para España y la paz para los países que viven sometimiento y guerra.
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