Asistimos a un cambio de época vertiginoso, en el que conceptos como cibercultura; sociedad aumentada e individuos hiperconectados; la identidad en el ciberespacio o gestión de identidad digital se convierten en un reto educativo.
CAMBIO de época. Somos protagonistas de un momento excepcional en la historia de la humanidad, que nos permite plantear, a pesar de nuestra inevitable ausencia de perspectiva, la idea de que nos encontramos en el inicio de un nuevo periodo histórico. Vivimos en una época de crecimientos acelerados, de obsolescencia inmediata de cualquier novedad, que Lipovetsky denomina Tiempos Hipermodernos y que también podríamos llamar tiempos exponenciales. En realidad, estamos asistiendo a un verdadero cambio de época, en el cual, como en toda transformación, hay riesgos y oportunidades en muy distintos ámbitos. La inmediatez y la falta de esquemas conceptuales con los que analizar las situaciones del presente nos ocasionan incertidumbres sobre el futuro
Una de las características de los procesos de digitalización, en el momento presente, es que afectan no solo a los sistemas de acceso e intercambio de información, sino también a las relaciones intersubjetivas y a la comunicación interpersonal. Las tecnologías digitales configuran un nuevo espacio público, nuevas formas de sociabilidad, nuevas formas de intercambios simbólicos con los otros y nuevos modos de ser sujetos. Las tecnologías digitales configuran, no sólo un nuevo espacio público, nuevas formas de sociabilidad, nuevas formas de intercambios simbólicos con los otros y nuevos modos de ser sujetos, sino que posibilitan nuevas adscripciones identitarias.
Las tecnologías de la información y la comunicación no son únicamente instrumentos o medios a través de los cuales se difunde la cultura, sino que se convierten, ellas mismas, en una nueva forma de crear cultura. Ello trae aparejadas transformaciones en el modo como nos representamos el mundo, sus posibilidades, las fronteras, el espacio, el tiempo: estructura los imaginarios personales y sociales.
No es exagerado afirmar que la cultura actual en los países desarrollados es una cultura de la inmediatez, de estar a la última, de la innovación por la innovación, de la acumulación de estímulos, del disfrute instantáneo con lo que esté más a mano, del gran cambio en las formas de comunicación interpersonal, etc. Por eso, tampoco es de extrañar que muchos adultos, padres y madres incluidos, se hayan instalado ya en esa misma plaza pública cuya entrada les ha facilitado el smartphone y que algunos de ellos estén igual de enganchados o más que sus hijos adolescentes.
La cibercultura. Las formas de relacionarse se encuentran en constante cambio. Ahora el teléfono móvil, la PDA, los chats, los juegos en línea, la mensajería instantánea, los blogs y las web, entre otros, configuran una nueva idea de cultura que corresponde a la tecnologización actual del mundo: la cibercultura o cultura tecnológica. Tal cultura con-lleva nuevos conocimientos, nuevas maneras de ver el mundo, nuevas pautas de comportamiento, nuevos lenguajes y nuevas herramientas que inciden en todos los ámbitos de nuestras vidas.
Lévy plantea el término cibercultura como representativo de la tercera era de la comunicación, en la que se configura un lenguaje todavía más universal que el alfabeto: el lenguaje digital. Una era posterior a las de la oralidad y la escritura, en la cual la interactividad, la conectividad y la hipertextualidad son sus tres grandes rasgos característicos. Hablar sobre la cibercultura resulta crucial para comprender de qué modo están afectando las nuevas tecnologías a la sociedad actual y sus individuos.
La sociedad aumentada y el individuo hiperconectado. El nuevo contexto tecnológico de hiperconexión nos está cambiando la vida cotidiana, así como nuestra forma de concebir el espacio y el tiempo: la manera en la que nos comunicamos, nos divertimos, nos formamos, hacemos gestiones burocráticas, cuidamos de nuestra salud, viajamos… La transformación actual tiene que ver, sobre todo, en cómo influyen los medios tecnológicos en la comunicación. Hasta la aparición de Internet, las posibilidades de comunicación eran o bien uno a uno (teléfono, correo postal, telégrafo), o bien uno a todos, en esta categoría podríamos incluir el libro, la prensa escrita, la radio o la televisión. Con la aparición de Internet se da un cambio fundamental, la comunicación fluye de todos a todos, Internet amplia, cuantitativa y cualitativamente la sociabilidad.
Esta sociabilidad virtual basada en términos dialógicos que no de visibilidad, constituye el nuevo espacio en dónde se construyen y se transforman las formas de la sociabilidad y la negociación del yo. Afecta también a las condiciones en que se desarrolla el sentido de pertenencia del sujeto a un determinado grupo humano. Tradicionalmente, los lazos de pertenencia estuvieron ligados al hecho de compartir un espacio y un conjunto de acontecimientos comunes transmitidos de forma oral y, posteriormente, alterados por la irrupción de los Medios de Comunicación de Masas que dotaron de un universo simbólico de referencia común a los grupos sociales (nuestra historia reciente está escrita a partir de las imágenes de los grandes acontecimientos que han marcado el curso de la sociedad contemporánea: la caída del muro de Berlín, los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York, la crisis económica global, o los actuales movimientos de refugiados, por ejemplo). En la actualidad, dichos lazos aparecen, además, vinculados a contactos efímeros y relaciones transitorias generadas a partir de las relaciones virtuales que vinculan a los internautas.
La hiperconexión se ha convertido ya en un aspecto fundamental de nuestra existencia como individuos y como ciudadanos y, en consecuencia, en un aspecto clave de la educación en un sentido amplio. Con la irrupción de la interconexión y de las redes sociales en Internet, vivimos un cambio de paradigma y la evolución hacia un nuevo tipo de individuo, que podríamos llamar individuo hiperconectado, con unas trasformaciones importantes en su proceso de socialización, desarrollo cognitivo, proceso de individualización y desarrollo moral.
El nuevo individuo conectado pertenece cada vez más, a grupos, comunidades, formas de interacción social distintas, mostrando niveles de vinculación mucho más débiles con cada una de ellas. Los resultados de diversas investigaciones indican que Internet apoya y refuerza la variedad de lazos sociales fuertes, débiles, instrumentales, emociónales, sociales, afiliativos o cualquiera de los que se producen en el mundo físico. De hecho, hoy las relaciones no se mantienen solo a través de las interacciones online, sino que se sustentan en una combinación de interacciones on y offline.
La identidad en el ciberespacio. Las identidades sociales que se fueron conformando en la sociedad industrial: corporativas, de clase social, se están disolviendo rápidamente. Las sociedades modernas industriales se caracterizaron por las culturas letradas –atadas estructuralmente al territorio y a la lengua-. En nuestra sociedad actual, sin embargo, internet propicia la creación de nuevas culturas que permiten a las personas, nuevas formas de construir y expresar la identidad. Estas nuevas formas de expresión de la identidad se manifiestan especialmente en la juventud.
Estar en el ciberespacio significa tener una representación de uno mismo, real o ficticia, una identidad digital que se va construyendo a partir de la propia actividad en Internet y de la actividad de los demás. Una parte cada vez más importante de nuestra identidad reside en el mundo virtual.
Toda actividad que genera un individuo en la red constituye su visibilidad, que puede ser positiva o negativa. Esta visibilidad es tanto autoconstruida como fruto de referencias o comentarios de terceros. La construcción de la identidad digital está ineludiblemente ligada al desarrollo de habilidades tecnológicas, informacionales y a una actitud activa en la red, participativa, abierta y colaborativa.
Las redes sociales constituyen un espacio de interacción para mostrarse ante los demás, ver al otro, darse a conocer, comentar y desarrollar nuevas prácticas sociales.
En las comunidades virtuales, del mismo modo que en los grupos en los que los individuos participan cara a cara, existe un código de interacción que los miembros deben respetar para mantener unida a la comunidad. En las redes sociales, no existen límites territoriales estáticos pero sí que existe un sentido de pertenencia. La identidad digital permite la relación con otros en Internet, una comunidad con sus propias reglas. La socialización en el mundo virtual es tan importante como la socialización en el mundo físico. En Internet también se generan relaciones de confianza, de poder y también se visibiliza la lealtad o deslealtad.
La construcción de la identidad digital, de igual modo que la construcción de la identidad física, está sujeta al reconocimiento de los otros y a la participación en espacios sociales. En estos espacios se determina la reputación, la valoración y la credibilidad; la participación social dibuja la identidad y la reputación, ya sea de forma positiva o negativa. La autoridad y el estatus no se consiguen por jerarquía, sino por la capacidad de estar conectado de forma interactiva con otras personas, es decir, recibiendo y emitiendo mensajes interesantes para los demás.
La gestión de la identidad digital: un nuevo reto educativo.
Se define como la habilidad de gestionar con éxito la propia visibilidad, reputación y privacidad en la red como un componente inseparable y fundamental del conjunto de habilidades digitales, las cuales se han convertido en fundamentales para vivir en una sociedad hiperconectada.
Escribía Gabriel García Márquez que todos tenemos tres vidas: la pública, la privada y la secreta. Y podríamos decir que cada vez son más difusos los límites entre ellas. La privacidad es, sin duda, la gran perjudicada, y si antes decidíamos qué aspectos de nuestra privacidad convertíamos en públicos, ahora, debemos decidir qué preservar, y trabajar de forma activa para lograrlo. Debemos ser conscientes de que en la red somos públicos por defecto y que a partir de esa posición definimos nuestra privacidad: vivimos en público y elegimos qué parte de nuestras vidas mantener en privado. Público es el nuevo valor por defecto.
Es interesante diferenciar, entre el tipo de problemas relacionados con la privacidad en el mundo físico y en el virtual. En éste último los problemas causados por el bullying o la difamación, son más graves o se vivencian de forma más perjudicial porque se producen cuatro agravantes: la persistencia (lo que se postea puede durar para siempre), la buscabilidad (puedes buscar sobre cualquiera y encontrar su cuerpo digital), la replicabilidad (puedes copiar y pegar información de un contexto a otro) y las audiencias invisibles (nunca sabes cuál será el alcance de un mensaje, quien será la audiencia). Ser consciente de la privacidad de los datos personales en Internet y del uso que se puede hacer de estos datos se convierte en una pieza clave para la gestión eficaz de la identidad digital. Gestionar las herramientas y la forma en que cada uno puede construir su presencia, visibilidad y reputación en las relaciones en Internet es imprescindible para continuar viviendo en la era de la sociedad de la información.
La educación debe ofrecer los medios, entornos y procesos que permitan desarrollar unas competencias más allá de las comunicativas.
Hay dos razones importantes para plantear la educación en la gestión de la identidad digital, por una parte evitar la exclusión social digital y, por otra aprender a controlar tanto la imagen personal digital que enseñamos a los otros a través de nuestras intervenciones en el ciberespacio, como a monitorizar la información personal que los otros publican sobre nosotros, y que pueden influir en nuestra reputación digital.
Sin embargo la tarea educativa va más allá de una educación tecnológica o en competencias digitales, ha de incluir una educación en valores. Internet y las redes sociales, son poderosas herramientas que permiten organizar con ellas, desde las protestas más violentas a las manifestaciones más pacificas. Esta educación en valores debe concienciar acerca del entendimiento de las posibles consecuencias de los actos para sí mismo y para otros. También potenciar el desarrollo de habilidades cognitivas y sociales, tales como, toma de perspectiva, pensamiento crítico y estadístico, orientación al futuro y conexión entre acciones y consecuencias.
Otra de las tareas importantes que debe afrontar la educación es la de educar en el silencio y en la soledad. Los dispositivos móviles están significando en gran medida, que no vamos a volver a estar solos nunca más. Tal vez se debería añadir a las competencias fundamentales para la sociedad digital la educación de la soledad, necesaria para el desarrollo y el equilibrio personal.
Por Mª ANGELES MARÍN
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