CINE

POVEDA

Como es bien sabido, una película se compone de un sistema narrativo (qué cuenta) y otro estilístico (cómo lo cuenta) en interacción mutua. Poveda narra la vida de un hombre justo, pacífico y evangélico, movido por el amor a los pobres y la necesidad de dar una respuesta, desde su compromiso como cristiano y presbítero, al eterno problema educativo de España; en un contexto cultural, político y religioso muy complejo, que se va polarizando con el tiempo, hasta llegar al terrible conflicto de la guerra civil.

Pedro Poveda es, además de un pedagogo extraordinario, un gran humanista y un innovador, tanto en el método como en el papel que los laicos, y especialmente las mujeres, deben desempeñar en la educación. La cinta deja ver cómo, a esa interpelación de la dura realidad que le tocó vivir, lo mueve dejarse afectar evangélicamente por la densidad y el espesor de la pobreza real de las gentes de las cuevas de Guadix, donde nadie quiere ir, y él lo hace a principios del siglo pasado (1901), antes de cualquier estrategia política entre distintos modelos educativos que pugnan por hacerse con el poder, e imponer desde él sus particulares visiones del mundo, de lo que siempre salen perdiendo los pobres.

Asimismo, se insinúa bastante explícitamente que son los conflictos con algunos miembros de la autoridad eclesiástica los que fuerzan su traslado a Asturias. Esta renuncia, primera de otras muchas que padecerá a lo largo de su vida, hace posible, sin embargo, el desarrollo de sus potencialidades pedagógicas y humanísticas y el nacimiento de la futura Institución Teresiana, al conocer a unas jóvenes profesoras de la Escuela Normal de Oviedo cristianas entusiasmadas por poder hacer realidad sus ideales educativos. En la gestación y el desarrollo de sus academias y residencias cuenta con la joven Pepita Segovia (Elena Furiase), mano derecha del proyecto y sucesora de Poveda en el gobierno de la joven Institución. La vuelta a Jaén y el definitivo traslado a Madrid, donde será nombrado Capellán Real (1921), conducen el argumento hacia su trágico final en 1936.

Aunque se ha pretendido evitar la hagiografía, no se consigue evitarla del todo. La elección del biopic como modo narrativo lleva a pasar como de puntillas por las cosas más profundas, sofocando la irrupción de lo trascendente de modo indirecto, pero más sugerente, para lo cual no hacen falta grandes alardes de producción, sino diálogos potentes y un estilo evocador de lo Real por debajo de lo real, como ocurre en Diario de un cura rural, la versión cinematográfica de Robert Bresson sobre la conocida novela de Bernanos. A ello no ayuda tampoco la elección estilística del convencional y manido flashback que, desde el presente del interrogatorio que lo llevará a la muerte, va y viene del pasado al momento actual para contarnos casi toda una vida (sin la infancia y la adolescencia, claro está) en gruesas pinceladas sueltas faltas de hondura.

Todo ello tiene que ver con el estilo. Por él anda lo que de trascendente o espiritual pueda tener una obra. No es suficiente el tema explícito en ella representado. Lo fundamental está en la relación entre el valor de eso que solo se puede evocar simbólicamente, y los medios escogidos para hacer posible su manifestación -en este caso cinematográficos (planificación, movimientos de cámara, montaje, sonido, música, etc.)-.

La presente versión de la vida de Poveda no pone en juego ningún elemento del estilo trascendental o misteriofánico, si se exceptúa un cierto tempo calmado, que no lento, de la narración, lo que aparece de manera patente en las escenas de tono sulpiciano en que se muestra orando al personaje interpretado por Raúl Escudero (en Covadonga, ante la Santina; y frente a la imagen de Cristo, en su despacho de Madrid).

En películas de esta clase, lo mejor sería, quizá, elegir cuadros, a modo de evocaciones, como hace Rossellini en Francisco, juglar de Dios. Si lo más específico de Poveda fue su original método pedagógico, y la promoción de las mujeres cristianas para dicha tarea, hubiera sido de desear ver puesto en escena en qué consistía en concreto dicho carisma, de lo que el argumento solo nos deja ver levemente una clase donde se habla de la felicidad según Platón, en unas frases excesivamente generales y de manual. Y lo mismo cabría decir de la conferencia pública de una de las primeras doctoradas en pedagogía; apenas podemos escuchar una breve frase, cuando el padre de la chica comienza a aplaudir.

Con todo, el director ha dado grandes pasos en el oficio cinematográfico desde su película anterior, y es de esperar que nos depare gratas sorpresas en un futuro no muy lejano. Desde aquí no podemos sino animarle encarecidamente en esa tarea.

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