ARTE

EL PODER CONCILIADOR DEL ARTE

En el mundo en que nos toca vivir hoy en día, a pesar del creciente proceso de globalización y los impresionantes avances en las tecnologías de comunicación, sigue habiendo divisiones raciales, sociales, económicas y religiosas, a veces con consecuencias violentas o trágicas. Parece que estamos condenados, desde la caída de la torre de Babel, a no entendernos nunca. Sin embargo, el arte, sobre todo el arte visual, la música y la danza, formas de arte que no dependen de ningún idioma local o particular pueden ofrecernos la posibilidad de comunicar el uno con el otro en un lenguaje universal entendido por todos, un lenguaje capaz de cruzar distancias enormes, tanto físicas como culturales, un lenguaje que llega directamente a lo que todos tenemos en común, el corazón humano.

En el campo del arte visual, la obra de Marc Chagall es un ejemplo de cómo un pintor puede contribuir a superar divisiones religiosas y ayudar a promover un entendimiento y respeto mutuo entre dos creencias que, desafortunadamente,  han sido a menudo enfrentadas en el curso de una larga historia turbulenta y a veces sangrienta.

Chagall  nació en Vitebsk, Bielorrusia, en el seno de una familia jasídica. Vivió la mayor parte de su vida exiliado de sus raíces; raíces que él evocó en muchos de sus cuadros, un mundo lleno de color, y escenas diarias de humildes y piadosos judíos, un mundo tristemente condenado a prácticamente desaparecer en las convulsiones de la revolución soviética y la segunda guerra mundial. Aunque su obra está empapada de temas e imágenes judías, Chagall también empleó símbolos cristianos en muchos de sus pinturas. Dada la prohibición veterotestamentaria de la creación de imágenes, su carrera plantea cuestiones interesantes sobre la existencia de un arte visual judío así como acerca del uso de una iconografía cristiana por parte de un pintor judío en el contexto de los recientes avances en las relaciones judeo-cristianas.

A  veces se achaca el número relativamente reducido de famosos pintores judíos, comparado con los logros asombrosos de los judíos en casi todos los campos de actividad humana, a la prohibición bíblica de la producción de imágenes. Sin embargo, en realidad el mandamiento al respecto es algo ambiguo y puede ser interpretado de distintas maneras. No está del todo claro si la intención divina era prohibir la producción de cualquier imagen o solo aquellas imágenes cuyo fin era ser adorarlas como  ídolos, en contravención del  estricto monoteísmo  establecido por el primer mandamiento del decálogo. De hecho,  estudios arqueológicos han demostrado la existencia de varias épocas de florecimiento artístico en el curso de la historia judía. Por ejemplo, se han descubierto impresionantes mosaicos y murales en sinagogas de los primeros siglos después de Cristo. El arte judío entró luego en un largo período de decadencia hasta que experimentó un renacimiento importante en la época de la Ilustración y en particular a partir de la emancipación de los judíos promovida por Napoleón. En los siglos XIX y XX, la lista de pintores judíos es impresionante e incluye figuras importantes como Pisarro,  Modigliani, Rothko, Kitaj y el mismo Chagall.

Uno de los aspectos más llamativos y quizás más sorprendentes del arte de Chagall es su uso frecuente de iconografía cristiana. Pintó La Crucifixión Blanca en respuesta a los eventos de Kristallnacht  o La Noche de los Cristales Rotos en la Alemania Nazi.

La figura central de Cristo está rodeada de imágenes del  sufrimiento judío. En la esquina derecha superior  uno de  los camisas pardas Nazis está quemando una sinagoga y tirando los objetos sagrados al suelo. En la esquina inferior izquierda un rabino huye con una copia del Torá debajo de su brazo, mientras que, en la esquina inferior derecha, Chagall ha pintado una imagen del judío errante, condenado a  errar de un país a otro en un intento desesperado de escapar de la persecución y del anti-semitismo homicida. 

En el siglo XX, los judíos se encontraron atrapados entre dos movimientos totalitarios poderosísimos; el nazismo en el oeste y el comunismo en el este. A la izquierda del cuadro se ve una típica aldea judía rusa, o shtetl, parecida al pueblo en que Chagall creció, en llamas y sufriendo el ataque de soldados soviéticos blandiendo la bandera roja. El mismo Chagall vio a Cristo como figura emblemática del sufrimiento judío en general: “Para mí, Cristo siempre ha representado el típico mártir judío”. En este cuadro, Chagall claramente reivindica el origen judío de Jesús, quien lleva un talít o chal de oración  judío en vez del simple paño blanco típicamente representado en las pinturas cristianas de la crucifixión.  Al pie de la cruz, Chagall ha pintado una menorá con seis velas en vez de siete, quizás sugiriendo el intento fallido en el curso de la historia de extinguir la luz espiritual traída al mundo por los judíos.

En otras obras Marc Chagall subraya las raíces de Cristo aún más. Por ejemplo, en La Crucifixión Amarilla, Cristo lleva las tradicionales filacterias judías en su cabeza y brazo izquierdo y una enorme copia del Torá en su brazo derecho. Uno de los avances más positivos en los últimos años ha sido la mejora en las muchas veces tensas y a veces trágicas relaciones entre judíos y cristianos. La Iglesia Católica está empezando a reconocer y valorar las raíces judías del cristianismo. El papa Juan Pablo II describió a los judíos como  “nuestros hermanos mayores en la fe” y el papa Francisco ha confirmado que “no podemos considerar el judaísmo como una religión extraña”.

Se pueden considerar las pinturas de Chagall como una expresión visual elocuente de la enorme deuda que los cristianos tenemos con el pueblo elegido por Dios por haber traído al mundo el don del monoteísmo y el Dios venerado por judíos y cristianos. En las palabras del rabino Irving Greenberg: “El judaísmo y el cristianismo son dos midrashim basado en un texto común, la Biblia Hebrea”.

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