OPINIÓN

RECONOCER EL VALOR SIN PRECIO DEL CUERPO

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URANTE el mes de abril hemos seguido en la prensa dos noticias que ponen su foco en las mujeres desde la perspectiva del comercio de sus sentimientos y de su cuerpo. Una se refiere al abuso de poder de la policía británica que infiltró a varios agentes en organizaciones donde militaban ciertas mujeres que poseían información relevante para los fines de la investigación policial (El País 11/4/16). Los agentes infiltrados tenían como misión obtener esa información relevante. La pauta a seguir consistía en desarrollar relaciones sentimentales con las jóvenes en posesión de información sensible. Relaciones que en algún caso llegaron a dar existencia a un niño, abandonado después por el padre que quizás no quiso serlo. La finalidad de Scotland Yard parecía justificar cualquier medio para conseguirla y el precio, no negociado, pasó por la crueldad de avasallar sentimientos, intimidad, cuerpo y proyectos de vida de unas cuantas mujeres.

La segunda noticia a la que quiero referirme tiene dos caras. Por un lado, está la aprobación por parte de la Asamblea Nacional de Francia de una ley que prohíbe pagar por recibir servicios sexuales (6 de abril, 2016). A partir de ahora, ya no serán multadas las prostitutas que buscan cliente en las calles del país, sino quienes contraten sus servicios. Hay un cambio de lugar de los protagonistas que responde, al menos para el sector que ha apoyado en la Cámara esta medida, a querer dar un paso adelante en el reconocimiento público de la dignidad de las mujeres. Por otro lado, está la reacción de colectivos de prostitutas en contra de esta medida legislativa. Consideran que incrementa su inseguridad pues si un cliente quiere ocultarse, siempre puede intentar llevarlas a lugares menos visibles y, probablemente, más peligrosos para ellas. La medida puede hacerlas más vulnerables y dejan aflorar el temor de que las condiciones del entorno como la precarización del trabajo, las dificultades para la regularización de los papeles, la abundancia de mafias que controlan, no se verán mejoradas por esta nueva ley. Hay opiniones en la línea de pedir que no se pongan en marcha medidas nuevas sino dejarlas trabajar en paz para evitar exponerlas a más violencia y riesgos. Es preferible aceptar que es un trabajo como otro cualquiera que algunas lo eligen voluntariamente y, en el caso de las personas que son víctimas de algún tipo de violencia, ofrecerles acompañamiento que les permita salir de esa situación.

Estamos ante una cuestión que suscita a la vez sentimientos y razones, que apela a emociones y a principios, que pone en una balanza “lo que siempre se ha hecho” y la pregunta de cómo dar dimensión pública por medio de leyes a los cambios logrados en la conciencia moral en nuestras sociedades democráticas respecto de las mujeres. Una cuestión que se mira desde perspectivas no coincidentes por parte de quienes la viven en primera persona. Pero así como la noticia con la que iniciábamos este artículo suscita la reprobación y la indignación ante un abuso de poder más propio de una película de espías que de una policía de acreditado prestigio, la segunda ha suscitado de hecho reacciones plurales e inconsistentes entre sí.

Pero en medio de la maraña de argumentos esgrimidos a favor y en contra de la medida, podemos encontrar algunos indicios de por dónde buscar, de por dónde hacer camino, que no nos es lícito silenciar. Pienso en primer lugar en el sufrimiento de las mujeres que no han tenido libertad para elegir el comerciar con su cuerpo, las que son objeto de trata y de abusos, las que padecen pobreza endémica y les parece que el cuerpo es lo único que tienen para sobrevivir o alimentar a hijos a su cargo. Pero pienso también en las que se sienten libres cuando eligen prostituirse sin acabar de distinguir entre lo que tiene valor y carece de precio, de lo que por ser tasado con un precio se devalúa de tal modo que la vida empieza a no “valer la pena”. Aquí no valen los argumentos de siempre ha sido así o algo se ha mejorado en la cobertura sanitaria o en las regulaciones relativas a los espacios físicos. ¿Quién iba a apostar una moneda hace medio siglo por ver tipificada y perseguida la violencia intrafamiliar que afecta a la mujer? ¿Quién iba a apostar hace un siglo en nuestro país por el reconocimiento de igualdad ante la ley de varones y mujeres? La convicción de la dignidad de la mujer pasa por el reconocimiento del valor sin precio del propio cuerpo. Pensemos sobre ello, hablemos sobre ello, luchemos por ello en la vida cotidiana y en la vida pública. El camino se va haciendo al andar.

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