En el mismo lugar en el que se escuchara por primera vez la Pasión según San Mateo, compuesta y dirigida por Johann Sebastian Bach, en esa iglesia de san Nicolás de Leipzig, comenzó y llegó a su cenit el movimiento por la paz en la antigua República Democrática Alemana, durante los meses y semanas anteriores a la caída del Muro. En estos últimos días de mayo, este ha sido el espacio elegido, hoy iglesia luterana, para la celebración de los actos más significativos de la 100 edición del Encuentro 2016, promovido por los católicos alemanes (Katholikentag).
Este año, la ciudad elegida ha sido Leipzig, en cuyas plazas y calles hay presencia del gran filósofo y matemático Leibniz, de Goette, esta vez en compañía de Mefistófeles, y por supuesto de Bach y su numerosa familia. También hay huellas de la historia más reciente, de los cuarenta años vividos tras el telón de acero, en los que la vida de los otros era observada por el Gran Hermano del Comité Central del partido comunista en el poder. O de los meses previos a la caída del Muro, cuando las velas encendidas recorrían las calles de Leipzig en las noches peligrosas,en las que el ojo omnipresente vigilaba y detenía a los pacíficos que querían transformar la bienaventuranza de Jesús de Nazaret en una verdad de hecho. Habida cuenta de que sólo el 4% de esta ciudad de medio millón de habitantes es católico, esta celebración con unos mil actos programados lleva consigo la pregunta: ¿por qué aquí? 60.000 personas llegadas de todo el país y, en particular de los lugares próximos que fueron territorio de la DDR, buscan, encuentran y se dejan encontrar por el Dios que allí se anuncia de múltiples maneras.
La respuesta de ZDK, la entidad organizadora, a esa pregiunta es directa y sencilla: queremos dar visibilidad a la fe cristiana que está encontrando caminos nuevos de encuentro con los protestantes en este país. Queremos apoyar a la pequeña comunidad católica de la zona. Queremos mostrar lo que somos y ofrecerlo a otros. Aquí oramos con otros que creen en el Dios de Jesucristo o que invocan al Dios Uno y con quienes nos unimos para pedir la paz para este mundo herido. Queremos, en fin, mostrar la fuente del sentido de esta forma de vivir, de nuestras convicciones y nuestros valores, y decir a quien desee saberlo que no es propiedad privada de nadie, que está abierta a todos, que la alegría del Evangelio es una gracia cara, en expresión del teólogo luterano, tan querido en este país, Dietrich Bonhoeffer.
Para ello, compartimos las expresiones de nuestras producciones culturales, mostramos nuestras realizaciones y búsquedas con las que hacer efectiva la solidaridad con los refugiados; debatimos nuestras visiones teóricas y políticas sobre la libertad, la justicia, la paz; cuestionamos con argumentos los nacionalismos y populismo emergentes. Algunos títulos de actividades lo expresan bien: “No olvides la hospitalidad” que pone a los refugiados en el punto de preocupación, o “Pongámonos de pie contra la extrema derecha y la xenofobia” que habla por sí mismo, “No hagamos de Europa la jaula de oro del bienestar”. Escuchamos a algunas figuras de la vida pública, ateos confesantes también han hablado: “No creo en nada, no me falta nada”. Un mensaje claro y sereno, sin miedos, sin reticencias, sin temores de que los gobiernos de turno pudieran relegar la religión al ámbito privado. Pero, ¿no hay nubes en este cielo alemán?
La Constitución alemana es respetuosa –neutral– con las diferentes confesiones religiosas y apoya a las que tienen reconocimiento de entidad de derecho público como es el caso de las iglesias cristianas o de la fe judía. La expresión pública de la fe sigue viva hoy en estas expresiones plurales de gentes que comparten la fuente del sentido de sus vidas con quienes lo buscan y ponen palabra a las cuestiones permanentes del corazón humano y a las inquietudes de cómo crear condiciones materiales donde vivir en esperanza no sea un sólo un sueño continuamente amenazado. Pero no todo está claro. La presencia del Islam en sus múltiples tradiciones y formas, encarnado ahora en los grandes contingentes de refugiados que llaman a las puertas de los países de la Unión Europea, plantea un nuevo desafío. El populismo antisistema tampoco augura paz en estos aspectos. En estos días, muchos han abogado por usar la palabra y la argumentación, el diálogo y el debate, pero no sólo en los foros públicos, también en las relaciones próximas, en la vida cotidiana. No caben los cordones sanitarios, los fosos y los muros. Lo saben bien en esta ciudad de Leipzig, donde las candelas sostenidas en noches peligrosas, cada día por nuevas manos anónimas, lograron hacer creíble que la paz estaba a las puertas.
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