ACTUALIDAD ARTÍCULOS

IGUALDAD DE GÉNERO Y EMPODERAMIENTO DE MUJERES Y NIÑAS

¿Se está subrayando un hito irrenunciable en la lucha por la igualdad? ¿Cómo puede contribuir a ello la educación en un tiempo como el nuestro? Avances e interrogantes en las nuevas propuestas y actuaciones.

En la Cumbre del Desarrollo Sostenible, los Estados Miembros de la ONU aprobaron la Agenda 2030 (septiembre de 2015). La igualdad de género se recoge en el objetivo nº 5 bajo este enunciado: Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y niñas. Para Irina Bokova, Directora General de la UNESCO, su importancia en la Agenda 2030  se debe a que recoge un derecho humano fundamental y una fuerza transformadora para un desarrollo más justo, inclusivo y sostenible (1).

Y la igualdad de género sigue siendo una de las dos prioridades globales de la UNESCO para el periodo 2014-2021, explicitadas en su segundo plan de acción. Basado este último en las enseñanzas extraídas del primero, se intenta que las metas sean más claras y realistas, exista un seguimiento  de las medidas adoptadas, queden definidas las responsabilidades y puedan evaluarse los resultados.

Igualdad de género, empoderamiento de las mujeres: palabras que encabezan informes y programas internacionales y nacionales. En realidad, nos preguntamos: ¿Qué expresan de nuevo todos ellos en “la lucha inacabada de la mujer”? Porque, si atendemos a los datos anotados en la página de la UNESCO del día internacional de la mujer de este año, los datos siguen arrojando su carga de negatividad (2).

¿Cómo avanzar hacia la igualdad de género? Para la UNESCO, igualdad de género significa igualdad de derechos, responsabilidades y oportunidades para mujeres y hombres, niñas y niños. Supone que se tengan en cuenta los intereses, las necesidades y las prioridades de mujeres y hombres, reconociendo la diversidad de los distintos grupos de personas (3). Pero, ¿son esas necesidades, intereses o prioridades psicosociales,  percibidos por algunos de esos colectivos,  los que realmente les ayudarían a avanzar hacia una igualdad de derechos, responsabilidades y oportunidades? Porque no olvidemos que las creencias, costumbres y tradiciones juegan un importante papel en la construcción de nuestros valores y modelan imperceptiblemente el tejido cotidiano de nuestra vida y de toda la sociedad en la que nos incluimos. Un ejemplo, entre los muchos que nos traen los informes de investigación, puede iluminarnos.

En un estudio exploratorio para conocer las necesidades psicosociales y educativas de un grupo de mujeres de Barcelona, se recogieron como necesidades más sentidas, independientemente de su edad u origen cultural, el deseo de adquirir más conocimientos sobre “cuáles son sus derechos y deberes” y “cómo participar más como miembros  de esta sociedad”. En cambio, no aparecían, de manera notable, las necesidades estratégicas de género, como aprender a solucionar los problemas que surgen cuando se intenta pasar de una sociedad machista a otra más igualitaria. Dado que se trataba de un colectivo que utilizaba los Puntos de Información y Atención a las Mujeres (PIAD), las autoras del informe concluyen que si los servicios que las atienden no diseñan actuaciones que les hagan conscientes sobre la posición de subordinación que viven, difícilmente podrán éstas convertirse en agentes de su propia vida (4). En otras palabras, a veces podemos ser las propias mujeres las que no luchemos por nuestros derechos ya que, ante determinadas situaciones aceptamos la solución dominante en la sociedad: “Siempre se ha hecho así”. O interiorizamos las afirmaciones que nos han ofrecido generaciones: “las mujeres no servimos para esto”.

Se supone -y con razón- que una de las medidas mejores para conseguir la igualdad de género es favorecer el nivel educativo de niñas y jóvenes. Pero esta medida, siendo muy importante, resulta insuficiente, si no trabajamos al mismo tiempo otros aspectos igualmente importantes que hacen referencia a capacidades, actitudes, dominio de estrategias para gestionar situaciones familiares o comunitarias, etc.

Desde hace tiempo se ha constatado la existencia de un techo de cristal, término ya muy conocido por el que se intenta expresar el conjunto de dificultades -invisibles o no manifestadas abiertamente- que experimentan las mujeres al intentar acceder a puestos directivos o que suponen un estatus superior en la sociedad. Hoy, sin embargo, empieza a hablarse de un techo de cemento para referirse al mantenimiento de situaciones estructurales que  mantienen la discriminación, pero también a los problemas de autoestima, en las propias mujeres, falta de confianza en ellas mismas y decisión personal de no presentarse a puestos de dirección. Sin embargo, hay que cuidar algunas interpretaciones que hacen recaer el peso de  la culpabilidad en las propias mujeres.

Como vemos, apostar por la igualdad de género supone acciones formativas que lleven a las mujeres a una mayor autoestima,  autonomía y capacidad de autodeterminación a nivel individual, al tiempo que, como grupo, sean capaces de influir en los cambios sociales a fin de lograr una sociedad más justa e igualitaria.

Empoderamiento y educación: orientaciones en el proceso. Aunque el concepto de empoderamiento lleva más de 50 años rodando por el mundo,  con demasiada frecuencia los indicadores del cambio se centran en aspectos cuantitativos de tipo individual. Por ejemplo, cuántas mujeres acceden a la dirección de empresas e instituciones o a cargos políticos. Sin desdeñar estos aspectos, conviene centrarnos en el empoderamiento entendido como un proceso individual y colectivo que abarca el desarrollo de algunas dimensiones del poder. Porque frente al poder sobre, que remite a relaciones de dominación o subordinación, podemos propiciar procesos en los que se potencie el poder de tomar decisiones, trabajar creativamente, acceder a los medios de producción y a su control; el poder con otros, que nos anima al trabajo cooperativo y a la solidaridad en las relaciones sociales y políticas, al diálogo y a la organización con liderazgos distribuidos, evitando el protagonismo excesivo de quienes acceden a cualquier cargo; y, sobre todo, al poder interior que refuerza nuestra autoestima, y nos anima a la búsqueda del saber ser más allá del tener, cultivando esa energía interior que nos permite ser libres y responsables ante los retos de la realidad (5).

Y en todo ese proceso, la educación tiene un papel fundamental. Ha de reconocerse que ésta se lleva a cabo en la familia, la escuela, los medios de comunicación, las ONGs, las iglesias, las instituciones de salud, deportivas, socioculturales, comerciales etc. En estos años, se ha ido aprendiendo bastantes cosas sobre cómo diseñar programas formativos que lleven a quienes los realizan a cambios significativos en sus medios y para sus vidas. Es interesante observar el empeño de adjuntar a los principios de actuación, prácticas exitosas que permiten observar cómo funcionan los procesos en determinados contextos.   

A nivel de base, cuando nos enfrentamos a poblaciones que siguen viviendo en situaciones de discriminación y pobreza extremas, estos programas se han esforzado por buscar caminos diferenciados. No se trata de abandonar el esfuerzo, a nivel mundial, por reducir el analfabetismo. Pero sí, de reconocer que este esfuerzo es insuficiente. Ya hemos señalado que no conduce automáticamente a la igualdad de género en una sociedad. De ahí el que, desde hace ya varios años, el trabajo de los organismos internacionales se oriente a articular los programas de alfabetización y formación fundamental con las estrategias de empoderamiento. En ocasiones, se trabaja sólo con grupos de mujeres, cuando han de enfrentar dificultades previas muy fuertes. O sólo con hombres, si se pretende cambiar su mentalidad sobre las responsabilidades a asumir en el trabajo doméstico, o en la manera de conducirse con las mujeres. También es necesario el trabajo conjunto de hombres y mujeres para abordar temas cruciales como es la mutilación genital de la mujer. Y se han encontrado buenos resultados al incluir el apoyo de la comunidad más amplia para relacionar los procesos formativos con su propio contexto (6). En nuestro grupo de investigación, (GREDI) se han llevado a cabo algunas investigaciones que permiten abordar el empoderamiento de las mujeres inmigrantes y autóctonas desde procesos participativos (7). Conviene  no olvidar nunca que la puerta de entrada de cualquier proceso de este tipo son las necesidades e intereses de quienes acceden a él. Poco a poco pueden desvelarse otros elementos, pero sin imposiciones que impiden el desarrollo deseado de una auténtica autonomía y libertad en la toma de decisiones.

En el sistema educativo, los esfuerzos realizados por la igualdad de género, en las dos últimas décadas, había permitido un aumento de niñas y jóvenes en el campo de la educación primaria y secundaria, aunque  la proporción alcanzada haya sido siendo insuficiente. Las medidas previstas para estos años suponen continuar en esta lucha, incidiendo más en los procesos de concienciación de toda la comunidad educativa; la elaboración de un Plan de Centro con perspectiva de género; contribuir a erradicar la violencia de género e incorporar medidas estructurales del propio sistema educativo (8).

Desde hace unos años, está emergiendo con fuerza los trabajos orientados a fortalecer la igualdad de género en la Educación Superior y en la Investigación científica. Se intenta superar el ya conocido enfoque de desigualdades por el de la búsqueda de una mayor calidad de la institución universitaria basada en la justicia social, desde una perspectiva de género. Se incrementa por tanto la dimensión social de la educación superior y se incide en el papel de la ciencia en su compromiso con la autonomía, la dignidad y y la justicia social (9).

Desde luego, se hace preciso más que nunca, trabajar la convivencia en los centros educativos – de cualquier nivel-  desde esta perspectiva. Porque en ella se descubren los estereotipos y prejuicios existentes, generadores de discriminaciones, pero se puede avanzar proactivamente, en la construcción un nuevo tipo de relaciones inclusivas, en la educación en valores, en el testimonio de un profesorado que sabe trabajar en equipo,  en el reconocimiento de lo que  cada persona y grupo aporta al conjunto, en la gestión positiva del conflicto . La educación para la ciudadanía (de la que tan poco se habla hoy de ella y tan necesaria para nuestro país) puede favorecer el desarrollo de valores sociales y el fomento de la participación efectiva en la propia comunidad de mujeres y hombres. La utilización de metodologías como el aprendizaje cooperativo, nos permiten  el reconocimiento de las competencias y valores de cada persona y ayudan a  aprender a trabajar juntos. Finalmente -aunque debería situarse en primer lugar- la educación ha de contribuir al desarrollo del saber ser  persona, fortaleciendo ese poder interior, que constituye el núcleo de nuestra identidad y aglutina nuestras múltiples identidades.

BIBLIOGRAFÍA 

1. Bokova, I. (2016) Mensaje de Irina Bokova, Directora General de la UNESCO, con motivo del Día Internacional de la Mujer. 8 marzo 2016

2. UNESCO ¿Lo sabía? 8 marzo 2016

3. UNESCO (2014) Plan de acción de la UNESCO para la prioridad igualdad de género 2014-2021. París, UNESCO, p. 12.

4. Donoso, T.; Biglia, B. y Sánchez-Martí, A. (2011) Estudio exploratorio para conocer las necesidades psicosociales y educativas de un grupo de mujeres de Barcelona. Portularia. Vol. XI, (1), 61-73. p. 67

5. Charlier S. y Caubergs, L.  Redactoras del trabajo de la Comisión de Mujeres y Desarrollo, (2007).

6. Eldred,J. (1914)Alfabetización y empoderamiento de las mujeres. Historias de éxito e inspiración. París: Instituto de la UNESCO para el aprendizaje a lo largo de la vida.

7. Véanse por ejemplo: Folgueiras, P. (2009) Ciudadanas del mundo. Participación activa de mujeres en sociedades multiculturales. Madrid: Síntesis.

8. Véase por ejemplo el cambio producido entre el 1º y el 2º Plan Estratégico de Igualdad de Género en Educación, 2016-2021 aprobados por la Junta de Andalucía. (Boletín Oficial de la Junta de Andalucía, nº 41, 2 marzo 2016, 12-34)

9. Donoso, T.; Montané, A. y Pessoa, M.E. (2014) Género y calidad en Educación Superior. Revista Electrónica Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 17 (3), 157-171.

10. Una obra muy interesante para este enfoque es la de Uruñuela, P.M. (2016) Trabajar la convivencia en los centros educativos. Madrid: Narcea

Comments

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Solicitamos su permiso para obtener datos estadísticos de su navegación en esta web, en cumplimiento del Real Decreto-ley 13/2012. Si continúa navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Más Información

The cookie settings on this website are set to "allow cookies" to give you the best browsing experience possible. If you continue to use this website without changing your cookie settings or you click "Accept" below then you are consenting to this.

Close