El oficio de vivir es el título con el que el escritor italiano Cesare Pavese publicó su biografía. Una expresión que hoy tomo prestada para invitar a contemplar el paso lento de los días en los que, con mayor o menor maestría, transformamos los materiales que nos vienen dados hasta completar la ruta iniciada al nacer. Hasta dejar la hamaca vacía (1) ante los ojos de quienes pronunciaron nuestro nombre con respeto, con afecto, con cariño, o con agresividad y hasta con odio. En todos, detenerse ante este hecho provoca preguntas que no se formulan, silencio ante el Misterio, sentimientos mezclados, que en algunos son clara rebeldía y en otros tienen el sabor de la paz y de la esperanza prometida por el Resucitado.
A vivir se aprende viviendo. Una obviedad a primera vista, pero que encierra el secreto de este oficio singular. De él emergen pronto paradojas que, a menudo, se transforman en nudos difíciles de deshacer. Vivir aparece como lo más individual que cabe ser pensado, es la obra de cada persona. Pero, no hay oficio más cooperativo que el vivir. Se nos muestra con una intensidad imposible de ocultar, en nuestro modo de entrar en la vida sin haber elegido a quienes nos han traído a ella, ni el cuerpo que habrá de sustentar lo que lleguemos a ser, ni el lugar ni la hora. Estamos enredados desde nuestra propia concepción. El entramado de hilos de colores familiares, étnicos, culturales, religiosos, políticos, ideológicos…, nos constituyen de manera que solo al convertirnos en uno más de ellos comenzamos a ser.
Y, sin embargo, el oficio de vivir se transforma en arte cuando, al hacernos conscientes de esos hilos, elegimos cómo seguir vinculados a ellos, a la vez que generamos nuevos nudos, buscamos otras texturas y otros colores para tejer el tapiz de nuestra existencia. Elegimos cuando salimos de la tierra y nadamos en el mar de nuestra libertad, cuando volamos en el aire, ignorantes tantas veces de que también en el mar y en el espacio hay rozamientos que vencer para seguir adelante. La lucha y el esfuerzo no son cosa de la tierra, son propios de la condición humana, como propio es sabernos interdependientes, sabernos con otros. Pues si el carácter individual del oficio de vivir está ligado al arte de elegir, a ejercitar la libertad, que nos hace humanos, esto solo es realizable trenzando y sosteniendo vínculos con otros.
Nuestras peregrinaciones por el camino de la vida las realizamos eligiendo la senda en cada encrucijada. Todo podría haber sido diferente si en lugar de esta forma de vida hubiéramos elegido otra, si en lugar de esta pareja hubiera sido otra… Hay momentos en que nos parece que no cabe la elección, las circunstancias imponen la ruta a seguir. Pero ahí, la mayoría de las veces, nos engañamos. La ruta puede venir marcada sin escapatoria, pero siempre queda la posibilidad de optar por cómo queremos recorrerla, cómo queremos vivirla: con aceptación o con rechazo, con bondad o con agresividad, con actitud de servicio o de modo despótico, indiferente o cruel. Elección ésta particularmente difícil y, sin embargo, crucial.
Siempre nos topamos con un hecho tozudo: solos no podemos, solos no somos nadie. La lengua inglesa diferencia con términos distintos dos modos de estar solo: solitude y loneliness. El primero, podríamos decir que es soledad elegida, soledad libre que construye. El segundo remite al aislado, al que se ha quedado sin vínculos, a la soledad que destruye. Mientras vivimos estamos a tiempo de elegir el tipo de soledad en el que ser con otros. Y si contemplamos la vida desde el final del camino, se nos hacen nítidas las consecuencias de esta elección así como los límites de la libertad para elegir.
Cuando el avisador de la enfermedad se hace presente, y más aún ante la última y definitiva experiencia de nuestra vida aquí, emerge, como si de un círculo bien cerrado se tratara, una profunda verdad: que a la imposibilidad de elegir de unos, va unida la necesidad de elegir de otros: los cercanos tienen que situarse ante esta realidad. Y aquí, el enfermo, sin elegirlo, puede quedar en un estado de loneliness o de solitude. Situación crucial y elección difícil, cuando lo frágil no cotiza en los mercados de nuestra sociedad de redes y dinero fácil. Pero si el vivir nos vincula, el morir crea un aposento en la memoria del corazón que transforma el oficio en arte y abre el balcón del Misterio uniéndonos en el sabor de la esperanza.
1. Expresión usada por M. Fraijó en El País, 3/8/2016 en su artículo ¿Solo una hamaca vacía? que invito a leer.
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