El 4 de septiembre ha sido canonizada Madre Teresa, cuando aún duran en la memoria las imágenes televisadas de dos funerales que coincidieron en 1997: el de la Princesa de Gales en Londres y el de la religiosa de Calcuta. En aquel funeral de estado, el primer ministro de la India declaró: “India está en lágrimas y hoy el mundo es más pobre”. La presencia de dignatarios de diversos países y religiones era una imagen que nadie hubiera sospechado 87 años atrás.
Su figura menuda, enfundada en un sari blanco, con un rostro marcado por las arrugas y unas manos nudosas que acarician o se juntan en oración, ha sido reproducida en grandes portadas y en miles de páginas. Madre Teresa, fue todo un icono del siglo XX.
Desde un rincón olvidado de Europa
Agnes Gontxa Bojaxiu nació en 1910 en Skopie, entonces una pequeña ciudad albanesa y hoy capital de la república de Macedonia. En un país que conoció sucesivas dependencias y que su cultura incorporaba tradiciones arcaicas en su organización y modos de vida. En contraste con el mundo albanés, occidente –y sobre todo los EE UU- vivió una industrialización acelerada que provocó crisis obreras como las que preocuparon a Doroty Day, otra mujer de excepción, muy distinta de la futura Madre Teresa en su formación y mentalidad, pero coincidente en la atención a la pobreza.
Las biografías más recientes aportan datos que permiten conocer mejor el ambiente en que Madre Teresa creció así como la formación que pudo recibir en su vida de religiosa. Datos que ayudan a comprender una mentalidad y una forma de actuar que hay que situar en coordenadas que no son las de ahora mismo.
Era la menor de los tres hijos del matrimonio de Nikole, un comerciante que viajaba bastante, se interesaba por asuntos de la agitada política del pequeño país, y Drana, una albanesa católica de extraordinario temple. La futura misionera creció entre una mayoría ortodoxa y un buen porcentaje de musulmanes, en una familia relativamente acomodada en la que eran habituales la hospitalidad y la atención a los pobres. Muy vinculada a la Parroquia del Sagrado, Corazón regida por jesuitas yugoeslavos.
Cursó estudios de secundaria en una escuela aconfesional, se incorporó con entusiasmo a las actividades de la parroquia en la que recibió la catequesis esperable en los primeros decenios del s XX. Sus compañeros y familiares la consideraban de carácter decidido, de inteligencia viva y con dotes de liderazgo. Ella fue siempre extremadamente discreta respecto de su propia biografía para no restar espacio a los que ocuparían el resto de su vida: Jesús y los pobres. Intentó que el primer plano –que tuvo que aceptar en tantas ocasiones– no ocultara sino que hiciera visible ese trasfondo.
De Albania a la India
Ciertamente el entorno albanés debió influir en su carácter, decidido, tenaz, que no se arredraba ante las exigencias más radicales. De hecho, en 1928, seguir su vocación a la vida religiosa supuso dejar el ambiente familiar que ya no volvería a encontrar, cruzar varios países europeos hasta llegar a Irlanda y desde allí a Bengala. Hacerse india por adopción y desvivirse por los más pobres. Con todo, siempre se consideró albanesa, aunque nunca volvió a ver su casa pues la ciudad de Scopye sufrió en 1953 un terremoto altamente destructivo que hizo irreconocibles incluso las calles del entorno.
Defendió su vocación pese al dolor de su madre por la separación. Eligió la Congregación de Loreto (Irlandesas) que contaba con varias casas y actividades en la región de Bengala. La congregación guardaba en sus anales el recuerdo de Mary Ward, una mujer singular, injustamente tratada en su siglo por romper el molde de la clausura y en cuya tumba rezaba este lema: ”Amar con perseverancia a los pobres, vivir, morir y resucitar con ellos”.
Calcuta: ciudad de adopción
Su impresión a la llegada a Madrás y luego a Calcuta ha quedado en las cartas que envió a la familia y amigos. Hablan de la aglomeración y los olores, de los pobres vestidos con harapos, de los rijks, verdaderos taxis humanos, y reflejan la ilusión con que se acerca a aquel mundo envuelto en polvo y calor para “salvar almas”. De ella se ha dicho en El sari y la cruz que se advertía en su actuar una férrea ternura y una voluntad indomable1.
Durante los primeros veinte años en Calcuta, enseñando en Saint Mary, un colegio donde las religiosas de Loreto educaban a niñas y jóvenes de la burguesía de la ciudad y del entorno. Allí pudo advertir en algunas ocasiones la miseria de algunos barrios. Ese tiempo fue un preámbulo –largo– de la que sería su obra: la fundación y dirección a partir de 1950 de las Misioneras de la Caridad.
En 1946 nadie pensaba todavía que una religiosa ejemplar, al decir de sus compañeras de Congregación, iba a aceptar otra ruptura –que ella misma confiesa haber sentido con más dolor que la primera. En 1947, en un viaje por tren hasta Dajeerling le llega la que consideró “la llamada dentro de la llamada” y se dispone a salir al encuentro de los “más pobres entre los pobres” en Calcuta, “la ciudad de la horrenda noche”.
Los barrios de la miseria
En los momentos en que empezó su recorrido por las calles, Calcuta padecía las consecuencias de la Guerra mundial en la que el país estuvo del lado de la metrópoli. También había conocido graves tensiones entre hindúes y musulmanes en 1946, y, entre 1947-48, las convulsiones de la independencia y la muerte de Gandhi. A ello se había añadido la inmigración producida por la hambruna: ciudad de los miserables la llamo Nehru, el primer ministro de la India independiente.
Madre Teresa, después de seguir un breve aprendizaje con la Misioneras Médicos, con la compañía de algunas alumnas, inició su andadura hacia los agujeros negros de los pobres: “Empezamos en Talalta –escribe en diciembre de 1948– y fuimos a casa de una familia católica– la gente estaba contenta -pero había niños por todas partes– y qué suciedad y qué miseria– qué pobreza y qué sufrimiento–. Hablé muy poco, sólo lavé algunas heridas y vendajes, dí medicinas a algunos–. Al anciano tendido en la calle–rechazado– totalmente sólo, simplemente enfermo y moribundo –le dí carbarsone y agua para beber y el anciano estaba tan extremadamente agradecido (…) Sentí allí también mi primera pobreza…”.
En 1952, con una visión providencialista que la caracterizó en todos sus empeños, pero también con una intrepidez y sagacidad en las necesarias gestiones, obtuvo un local del Ayuntamiento que había estado destinado a peregrinos de la diosa Kali. La resistencia de algunos hindúes sólo fue vencida cuando la vieron cuidar de los abandonados: “Una diosa Kali de carne y hueso”, dijo alguien. Ese local fue y es el Nirmal Hriday (la casa del corazón) conocido por la acogida a moribundos, una casa con las mínimas condiciones para cuidar de los que de otro modo morirían en las calles; Madre Teresa la consideró siempre la Casa Tesoro, la casa de “los que más se asemejan a Cristo”, y a sus moradores, “Cristo en su angustioso disfraz”.
Los reconocimientos (el aplauso y la crítica)
De su madre Drana había recibido la indicación de hacer el bien “como quien arroja una piedra al mar” y fue siempre consciente de que la aportación que podía dar era “sólo una gota en un océano, pero una gota que si no cayera, el océano la echaría en falta”.
El primer reconocimiento fuera de la India le había llegado en 1963 con el premio Magsayday, título de benefactora, otorgado en Filipinas. En su viaje a Bombay Calcuta de 1964, Pablo VI entregó el coche que le habían regalado, para que fuera vendido en bien de los pobres que ella cuidaba. En1972 recibió el premio Nehru.
Su biografía sigue enlazando titulares que hablan de los distintos reconocimientos con la actuación de las misioneras allí donde se abrían nuevos agujeros de pobreza. De hecho, su nombre aparece unido no sólo a algunos de los personajes más conocidos del siglo sino también al lado de grandes desgracias de la segunda mitad del XX.
En 1973 recibe en Londres el premio Templeton, que se concede a creyentes que abren nuevas vías desde su confesión religiosa hacia el entendimiento y la paz 2. Por entonces el Daily Express habló de “la mujer con más esperanza en el mundo” y otras voces confirmaron también que con ella venía la esperanza. En 1974, la FAO premió su desvelo por los hambrientos y en 1975 recibió el premio Albert Schweitzer en Carolina del Norte. Recibía los reconocimientos –incluido el Nobel de la Paz en 1979- con la conciencia de que beneficiarían a los pobres y porque le daban ocasión de alzar la voz a favor de ellos. Y los guardaba en una pobre caja de cartón, según han declarado quienes lo vieron.
Los medios de comunicación no son ajenos a la extensión de su fama hasta rincones impensados. La geografía de la caridad se fue haciendo conocida en entrevistas, como la de Malcom Muggerige en la BBC, y en libros como el escrito por este autor en 1971: Algo hermoso para Dios3. ¿Quién no leyó o vió, en España, la película, La ciudad de la alegría, del periodista francés Dominique Lapierre, traducido al español por Seix Barral en 1992? Pero también, mientras cobraba relieve mundial, fueron apareciendo críticas –algunas muy ácidas– a su actuación y a sus palabras. Con ocasión de los reconocimientos y en más intervenciones, Madre Teresa habló con sencillez y sin paliativos de la urgencia de hacerse cargo de los niños pobres y de los niños no nacidos. Su postura, sobre todo en la cuestión del aborto –sostenida incluso ante mandatarios que habían suscrito leyes permisivas– no pasó desapercibida.
También su manera de considerar y actuar ante la pobreza fue, ya en el decenio de los 70, considerada asistencialista, limitada a asistir a los pobres reclamando ayudas para hacerlo sin cuestionar el sistema. Señalaron los límites de su hacer quienes reclamaban y siguen reclamando cambios estructurales. Ha sido cuestionada una forma insuficiente, poco técnica, de organizar y mantener los centros de cura. Y, no han faltado reservas ante los fondos que recibió sin analizar suficientemente la proveniencia4.
A modo de conclusión sin concluir
Sin entrar a discutir lo fundado de las reservas, hay que reconocer que estamos ante una figura y una obra que han tenido un impacto más que notable en creyentes y no creyentes. Madre Teresa acusó ya algunas reservas que se hicieron a su empeño. Lamentó las críticas ofensivas y poco justas porque dañaban a los mismos que las vertían, y se limitó a decir que entendía su misión como un inmediato y personal cuidado de los extremadamente pobres dejando para otros la que es también dimensión política de la caridad: el análisis y denuncia de las causas estructurales.
La publicación de sus notas íntimas y confidencias ha sorprendida por la oscuridad en que confiesa haber vivido su fe a lo largo de cuarenta años. Más aún si ese largo padecer se compara con el denuedo con que se dedicó a los que fueron la razón de su vida tendiendo los brazos con una sonrisa.
La pregunta de por qué tuvo semejante eco el gesto radical que fue su vida no se responde con sólo unas frases. La estampa de una fuerza escondida en la debilidad, la reproducción de la imagen una mujer menuda, vestida con un sari blanco y dedicada a la caridad hasta el extremo, no deja sin marcas la conciencia de una sociedad pagada de su progreso y bienestar. Los límites de su empeño, seguramente insuficiente ante la magnitud de los problemas, no empañan la autenticidad humana y creyente que lo sostuvo.
BIBLIOGRAFIA
1. José Luis González- Balado ‘El Sari y la Cruz’ San Pablo, 1994
2. Con el tiempo, el premio Templeton se ha centrado en los científicos e investigadores que ofrecen vías de diálogo entre ciencia y religión como un camino de entendimiento entre culturas y religiones.
3. ‘Sommething beautiful for God’ apareció en Londres, Collins en 1971 pero no fue traducido hasta 1980 al castellano en la Sociedad de Educación, Atenas. La más profunda convicción de MT aparece ya en este libro: “Jesús quería ayudarnos compartiendo muestra soledad, nuestra agonía, nuestra muerte. Solamente uniéndose a nosotros nos redimió. Nosotros tenemos la oportunidad de hacer lo mismo: toda la desolación de la gente pobre, no solamente su indigencia material sino también su pobreza espiritual, debemos redimirlas y nosotros debemos compartirlas, pues únicamente siendo como ellos podemos redimirlos, es decir, introduciendo a Dios en sus vidas y llevándolos hacia Dios”.
4. Anne Sebba se hace eco de unas cuantas voces discordantes que ponían en causa el aplauso generalizado que recibía en sus viajes por los países de occidente, en su libro: Madre Teresa: más allá de la imagen, Barcelona 1997.
Por FELISA ELIZONDO
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