El paisaje es un estado del alma, decía Unamuno. Yo me pregunto, ¿cómo se siente el alma ante un paisaje de violencia permanente? Porque no es una cuestión de lenguaje, aquí no cabe envolvernos en interpretaciones, la realidad de la devastación, de las bombas, de los huidos, de los refugiados de tantas procedencias, también de las mujeres asesinadas, de los niños abusados.
Un paisaje ante el que el alma se siente desolada y abatida; tanto, que lo más frecuente es optar por la indiferencia. Vivir como si nada pasara o como si lo que pasa no fuera conmigo. No podemos permitirnos el lujo de dejarnos afectar porque quedaríamos paralizados. Preferimos el paisaje gris envuelto en niebla y así no miramos como real al compañero de trabajo que acosa, al estudiante que se ensaña a golpes con su compañera de pupitre, al extranjero que ha llegado huyendo de la guerra o del hambre.
¿Es todo? ¿No nos cabe luchar para fortalecer otros estados del alma que permitan saludar al sol por las rendijas o por las ventanas abiertas? ¿De dónde sacar la energía oculta que nos permita experimentar consuelo y paz ante la desolación?
El Papa Francisco, con motivo de la Jornada de la Paz 2017, nos invita a hacer “de la no violencia activa nuestro estilo de vida”. Una propuesta para transformar el estado del alma y, con él, el paisaje del mundo. La no violencia practicada con decisión y coherencia ha producido resultados impresionantes. Se nos vienen al recuerdo: Gandhi, Luther King, los movimientos de oración en la Alemania del Este previos a la caída del Muro,… Y tantos otros de la vida cotidiana, de la vida de familia, del modo de abordar los conflictos en el trabajo.
Un estilo de vida marcado por la no violencia activa modula rostros con miradas francas y facciones suaves que evitan la crueldad y la humillación. Acercan manos que acogen el perdón y ofrecen compasión. Crean palabras que acortan distancias y sanan con la verdad. Sí, la no violencia activa está muy lejos del paisaje del alma propio de los tibios, de los que no son calientes ni fríos, de los que pasan, de los indiferentes.
Plantar cara a la violencia requiere coraje y es un proceso al que cada día nuevas voluntades se vayan uniendo. Las de quienes descubran que la violencia no es camino para la paz, ni para el progreso. Las de aquellos a quienes el paisaje de la indiferencia les haya hecho perder la orientación y busquen brújula para el sentido del mundo y de su propio vivir. Las de quienes elijan “las flores para combatir las pistolas” y las velas “para no olvidar a las personas que se han ido” (1). Hay abierto un camino de vida que quien lo recorre mereció ser llamado bienaventurado.
1. Expresiones tomadas de un video en que un padre trata de ayudar a comprender por qué la gente lleva flores y velas al lugar de los actos terroristas de París.
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