En estos dos años de centenarios, la figura de Cervantes ha vuelto a protagonizar la escena literaria y también la editorial; no como en 2005 (V centenario de la primera parte del Quijote), con las ediciones masivas del libro a cargo de la RAE, pero sí con publicaciones que han revisado y repensado la figura del escritor en relación a su obra.
En otro artículo, ya he hecho mención de las adaptaciones del texto al castellano actual, por parte de Arturo Pérez Reverte (2014) que, con una principal finalidad didáctica, rescata la trama principal de la obra, eludiendo las digresiones cervantinas y las tramas adyacentes; y de Andrés Trapiello (2015) que versiona el texto completo, con el fin de acercarlo al lector actual.
A estas adaptaciones del Quijote, se añaden dos obras biográficas. Una es La juventud de Cervantes Parte I, de José M. Lucía Megías (Madrid, EDAF 2016), y la otra: Cervantes, la figura en el tapiz, de Jorge Gª López (Barcelona, Pasado y Presente, 2015). Ambos autores son profesores universitarios y ambos cuentan con un amplio recorrido investigador; pero es el libro de García López el que ha sido saludado por la crítica cervantina como un hito significativo en la investigación cervantina. Según Francisco Rico, la obra del profesor Gª López es “la biografía de Cervantes más puesta al día, más segura y más completa”.
Estas biografías intentan rescatar la auténtica realidad de un hombre que se llamó Miguel de Cervantes y que, como toda figura relevante, cargó, tras su muerte, con una mitificación difícil de escrudiñar a lo largo de los siglos.
Uno de los principales pecados de la idealización de las grandes figuras es aislarlas de su contexto histórico y considerarlas al margen de su humanidad. En el libro de García López, Cervantes no resulta un hombre muy heroico ni muy desdichado, ni con demasiada mala suerte…; tampoco fue un gran intelectual ni un ingenio lego. Fue un hombre con educación y con un enorme bagaje de lecturas, aunque no fuera universitario ni frecuentara muchos círculos intelectuales. Parece que fue un hombre alegre, irónico, meditativo, creyente y que se sabía buen escritor, pues nunca dejó de escribir ni de intentar abrirse la puerta del teatro que, al fin, fue la única que se le resistió.
Tampoco tuvo demasiada mala suerte en la vida o, más bien, superó la mala suerte con auténtico denuedo: sobrevivió a Lepanto y a cuatro intentos de fuga en Argel (lo cual ha resultado asombroso a lo largo de estos cinco siglos de cervantismo). Fue rescatado del cautiverio y obtuvo el empleo de comisario del rey, muy bien pagado, por cierto, aunque de manera irregular, lo que no dejó de acarrearle dificultades.
También se da ya por superada la hipótesis de su origen judío converso y su erasmismo radical, tal y como afirmara Américo Castro y tras él Marcel Bataillon que llegó a escribir:” Si España no hubiera pasado por el erasmismo, no nos hubiera dado el Quijote” (Erasmo y España, FCE, 1956). Esta última pérdida, la de su erasmismo radical, creo que habrá que tomarla literalmente; es decir que se podrá decir que el erasmismo no es el pensamiento inspirador fundamental de Cervantes (tal y como lo analizara Antonio Vilanova en su Erasmo y Cervantes –Lumen, Barcelona, 1989-), aunque sin duda seguirá siendo legítimo buscar el rastro erasmista en los escritos cervantinos; aunque mezclado, eso sí, con el humanismo del XVII, los nuevos rumbos de las academias apuntando al pensamiento barroco; viviendo, en resumen el ambiente intelectual de finales (no de principios) del siglo XVI.
El Barroco apunta ya a la revisión y crítica del Humanismo renacentista. Cervantes retrata un ideal que ya no se mantiene: las crisis económicas, las guerras constantes entre monarcas que se proclamaban cristianos; el cisma de la Iglesia; las guerras de religión… han hecho tambalearse el ideal que el humanismo de la era de Carlos preconizaba. Pero ya sea con el bagaje concreto del erasmismo o con otro más amplio (más real), el pensamiento cervantino se volcó en el Quijote y, de un modo u otro, se ha ido rastreando e interpretando durante siglos.
¿Cómo llegar entonces a la interpretación cervantina del Quijote?
Esa pregunta (expresada afirmativamente) titula un libro de Daniel Eisenberg (1995) que pretende buscar dentro del autor, los motivos de su obra ahondando en la intención paródica del libro. En esta línea, hace unos 30 ó 35 años, los estudiosos y críticos comienzan a hacerse una pregunta: ¿qué eran aquellos libros de caballerías que Cervantes parodiaba y que volvieron loco a Alonso Quijano? ¿Quién los leía? ¿Si eran tan nocivos –según Cervantes- por qué hubo tantas ediciones y títulos?
Estudiosos Como Cacho Blecua, Carlos Alvar, Daniel Eisenberg, José M. Lucía, Carmen Marín… empiezan a leer esos libros de caballerías y a editarlos, ya que suponían una especie de vacío en la historia de la literatura española. Solo se citaban para denostarlos. Pero, además, ¿cómo era posible que Cervantes hiciese ese escrutinio feroz en la biblioteca de don Quijote sin haber leído y conocido esos libros?
Por otra parte, el número de ediciones, la fama de varios de sus autores, sus muchos lectores y seguidores apuntan a una deducción lógica: esos libros transmitían algo a sus lectores; tal vez no con el mejor estilo y, muchas veces, con una fantasía desbordante, pero los hubo con elogios políticos, con valores militares, culturales y espirituales, incluso con cierto matiz feminista… Alonso Quijano elige para su vida como caballero manchego un modelo literario que transmite un ideal de vida. El hidalgo captaba aquellos valores y los creía posible a pie juntillas. Más aún, había trazado un plan a medio plazo. Don Quijote sería el primer caballero que resucitara en su época la orden de caballería, pero sin duda habría otros que lo seguirían, según se desprende de muchos de sus razonamientos.
¿Para que habría de resucitar la orden de caballería? Pues con el claro propósito de cambiar el mundo. Esto es lo que se expresa en el cap. XI de la Primera Parte del Quijote titulado De lo que sucedió a don Quijote con unos cabreros. En este capítulo, el caballero y su escudero se encuentran con unos cabreros que comparten con ellos sus pobres recursos. Tan bien se siente don Quijote con esa muestra de sencilla solidaridad que se siente transportado al mundo ideal por el que desea vivir y luchar:
“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron nombre de dorados (…); entonces los que en ellos vivían ignoraban estas palabras de “tuyo” y “mío”. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes (…). Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia (…). No había fraude; el engaño y la malicia no se mezclaban con la sencillez y la llaneza (…). La justicia estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora menoscaban, turban y persiguen…”.
Este mito clásico de la Edad de Oro, original de Hesiodo y transmitido por la poesía de Virgilio y Ovidio a la época renacentista, es de sobra conocido en la época de Cervantes. Lo asombroso es el hecho de que don Quijote, en su condición de caballero, se refiera a este mito clásico y que luego intercale la caballería andante entre la Edad de Oro y su presente, en la que él y sus contemporáneos se encuentran. La orden de caballería apareció para detener el avance del mal. En el cap. XX leemos estas palabras: “Sancho amigo, has de saber que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro”. Maravall afirmaba que, de estas ideas, se desprende que el caballero manchego habría tomado sobre sí una misión social y política (El humanismo de las armas en Don Quijote, 1948).
De la relación entre Edad de Oro y condición caballeresca se deduce que también su ideal caballeresco en relación con el ideal de la Edad de Oro desempeña un papel funcional. Don Quijote expone su misión en el mundo. Restaurar la Edad de Oro representa un anhelo de seguridad, honestidad, verdad y libertad que prácticamente se convierte en una utopía.
Pero la realidad se impone y Cervantes es profundamente realista. Hay que añadir que el Barroco fue una época fuertemente desmitificadora y, por tanto, los ideales políticos, morales y sociales de don Quijote, influidos aún por el Renacimiento, se ven sometidos a una refracción irónica. La vuelta a lo que nunca existió resulta imposible.
Así, don Quijote llega a nuestros días con el mismo anhelo, la misma ilusión, el mismo arrepentimiento, la misma decisión, el mismo sueño, la misma derrota… Porque, como afirmaba Américo Castro, en última instancia, de lo que habla el Quijote es de la dificultad de vivir.
Por ISABEL ROMERO
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