TEATRO

BUERO VALLEJO: EL GRAN RENOVADOR DEL TEATRO

Buero Vallejo (Guadalajara, 29/9/1916-Madrid, 28/4/2000), es nuestro autor contemporáneo por excelencia. Su trayectoria fue ejemplar a pesar de que no lo tuvo fácil en su vida ni como dramaturgo, pues ya consagrado tenía que seguir luchando para estrenar. Resulta my extraño que en su centenario no se haya programado ningún montaje de una obra suya por parte de un teatro público.

Conocí a Antonio Buero Vallejo en el 79, en la Sala Cadarso, templo del Teatro Independiente. Formaba parte del grupo Teatro Libre de Madrid y estrenábamos El horroroso crimen de Peñaranda del Campo, de Pío Baroja en versión de Alonso de Santos y protagonizada por Rafael Álvarez el Brujo. Como una ola se corrió la voz hasta llegar a los camerinos: “Ha venido Buero, ha venido don Antonio Buero Vallejo…” Era yo muy jovencilla y no resistí la tentación de mirar por un agujerito del ciclorama: era cierto, estaba allí, hacia la mitad del patio de butacas. Me fijé en su cara templada, pero amable, ningún signo de amargura en su rostro y esto me impresionó. Buero era así, fue al estreno de un grupo de teatro independiente con la misma entrega que iría a ver a una compañía consagrada. Después seguí viéndolo durante muchos años en los estrenos, con su pipa, con su pasión por el teatro…, era mucho más amable de lo que parecía y le encantaba conversar. Ganó el premio Lope de Vega en 1949 con Historia de una escalera y se estrenó el 14 de octubre de ese mismo año con Gabriel Llopart y Elena Salvador, dirigida por Cayetano Luca de Tena: la cola para ver la función daba la vuelta por la calle del Prado y el teatro Español no tuvo más remedio que prorrogar.

Esta obra supuso un antes y un después en el teatro español. Era ya un teatro nuevo, aunque tuviera ecos del teatro costumbrista, del sainete y la tragicomedia de Arniches y también del esperpento de Valle. Buero bebió de todas estas fuentes, pero Historia de una escalera era otra cosa: desde el microcosmos del descansillo de una escalera, Buero nos va a exponer los conflictos del hombre corriente con la sociedad en que vive. Nos habla ya de los deseos y sobre todo de las frustraciones de varias generaciones españolas centrándose en el conflicto entre la realidad vivida y la realidad soñada. “Transfiguración del sainete” lo llamó el estudioso Fernández Almagro. Toma de él su ambiente, su lenguaje y hasta algunas de sus situaciones, pero el tratamiento que hace Buero de los citados elementos transforman la obra en “drama verdadero, universal y trascendente”, como decía el crítico Domingo Pérez Minik.

Luz/Oscuridad es sin duda obra importantísima, pero para entender el universo dramático de Buero, creo yo, hay que recurrir a su primer texto: En la ardiente oscuridad, escrita unos cuantos años antes, en 1946, pero estrenada después, en 1950, lo que le permitió corregirla una y otra vez. En ella están ya todas sus semillas y claves que desarrollará en el resto de sus obras: un grupo de jóvenes ciegos vive en un colegio que les ofrece un orden, una paz, pues les permite vivir como si no fueran ciegos. Por tanto una paz ficticia y una organización, el colegio, que les coacciona ya que no les garantiza su verdadera normalidad, o su verdadera libertad. En esta ilusión de normalidad encuentran los chicos su salvación, pero no Ignacio, su protagonista, que quiere vivir en la verdad, aunque sea trágica e insoportable. Poco a poco el propio Ignacio irá transformando la ira que le proporciona el conocimiento de su limitación en esperanza en la ciencia, que tal vez pueda algún día curar su enfermedad.

Utiliza por primera vez el símbolo luz/oscuridad, siendo siempre el ciego quien ve la verdad, como en los antiguos textos griegos; dota a sus personajes de la conciencia de su propia libertad, y del reconocimiento de la verdad de uno mismo y sobre todo, en esta obra se ve ya la principal constante: la invención de un género propio: la tragedia esperanzada a través del cual el héroe trágico, en Buero forjador de su propio destino, cuando descubre y acepta su realidad entra en un camino de luz y de esperanza. Y cómo no, España, en su historia más reciente, y al mismo tiempo trascendiéndola, haciendo de su pasado más concreto un pasado universal.

También en esta obra usó por vez primera un recurso dramático al que uno de sus principales estudiosos, Ricardo Doménech, llamó efecto de inmersión. Con él pretende sumergir al espectador en el mundo dramático del texto y de su protagonista de tal modo que lo hace partícipe de su situación real y anímica. En nuestro caso el espectador compartirá la ceguera con los estudiantes, al dejar el escenario completamente a oscuras. Será en La Fundación donde ese efecto llegue a la perfección. Al igual que Brecht había trabajado en el efecto de distanciamiento, Buero está trabajando en el proceso de identificación para que el espectador entre en el universo y en los conflictos que plantea el espectáculo.

Apenas hemos esbozado unas pinceladas de la riqueza del universo dramático de Buero, de sus tensiones y conflictos más relevantes. Su obra es muy extensa y cada título explora nuevos caminos y formas, pero en todas ellos veremos las huellas de estas constantes, sobre todo la salida que cada protagonista le da a la diferencia entre nuestra realidad soñada y nuestra realidad vivida. Y la esperanza como única salida al latido trágico de nuestra existencia.

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