OPINIÓN

QUE VISIBILICEN LAS ESPINAS CONTENIDAS EN LAS ROSAS

Ha pasado más de medio siglo desde que Betty Friedan acuñara la célebre expresión: “El problema que no tiene nombre”, diagnóstico de un mal compartido por cientos de miles de mujeres norteamericanas, muy femeninas, cuyo único marco de referencia –ama de casa- niega a la mujer adulta el pleno desarrollo de su identidad humana. El análisis de esta conocida autora le llevaba a comparar esa situación con la vivida en los campos de concentración nazi, en los que se les negaba cualquier capacidad de autodeterminación, cualquier posibilidad de prever el futuro. Las pocas supervivientes, dirá Friedan, fueron aquellas que retuvieron en algún grado, los valores e intereses que habían sido la esencia de su identidad pasada.

En nuestras sociedades occidentales estas imágenes pertenecen al pasado. Los techos de cristal se han ido rompiendo, la narración de la película Figuras ocultas, comentada en este mismo número de Crítica, es un ejemplo que nos recuerda algunos capítulos heroicos de la larga marcha hacia el reconocimiento de la igual dignidad y de los derechos civiles. Las flores del camino de esta historia de las mujeres, no son claveles ni margaritas, son rosas. Un camino de rosas en las que la belleza de los pétalos y el perfume de las flores conviven con las espinas punzantes que hacen doloroso transitar por él.

Pensemos en la trata de mujeres, denunciada y analizada en esta revista (Critica, nº 1013), espinas que quedan invisibilizadas para quienes no tienen que pisarlas con los pies desnudos. Pensemos en las niñas utilizadas como soldados en África, en las guerras de Oriente medio o en Colombia, como hemos visto y oído en televisión estos días pasados en la Campaña de Manos Unidas. Pensemos en las mujeres, niñas incluidas, que son tratadas como esclavas sexuales en zonas en guerra, y como esclavas laborales en tantos países donde se producen algunos de los objetos que consumimos a diario. Son otros problemas que no tienen nombre porque no interesa nombrarlos o porque nos sentimos abrumados ante la impotencia que experimentamos ante ellos. Y no olvidemos tampoco a esas mujeres, que en nuestro propio país dejan un día de abrir sus ojos a la vida porque alguien se la arrebató para siempre. Ni a aquellas otras, en cualquier lugar del planeta, destinadas a ser vientres de alquiler para que las empresas contratantes recaben cantidades inmensas de dinero provenientes de personas, para quienes su deseo de tener un niño en casa, legitima cualquier procedimiento. O las que se ven sometidas a la dictadura de empresas que les exigen congelar sus óvulos para que el embarazo no comience hasta que ya haya decaído su ritmo de producción (ver Critica nº 995).Y tantas otras, víctimas de las progresías, que encuentran en los avances tecnológicos modos de negar sus deseos profundos y legítimos.

Celebremos el próximo aniversario de aquel 8 de marzo de 1908, alegrándonos de los logros que ya nos son cotidianos y unamos nuestra voz y nuestros esfuerzos para idear y proponer acciones y legislaciones que visibilicen las espinas contenidas en las rosas y las transformen en polvo suave por donde los pies desnudos puedan pisar sin hacerse sangre.

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