Redacción: ¿A qué se dedica, Doctor Serrano?
Soy médico internista dedicado a las enfermedades infecciosas, concretamente al manejo de la infección por el VIH. Intento compatibilizar esta labor con una labor investigadora muy absorbente el este campo. En particular, estudio el papel que las bacterias intestinales (la flora intestinal) parecen desempeñar en la recuperación inmunológica y el impacto sobre la salud de estas personas.
Redacción: ¿Qué te empujó a dedicarte a la infección por VIH?
Sergio Serrano: La decisión de centrarme en este campo se gestó durante la carrera de Medicina. Muy pronto fui consciente de la riqueza de matices que implica el manejo de esta enfermedad y de la sensibilidad necesaria para tratar a estos pacientes. Me siento tremendamente privilegiado por la profesión que puedo desempeñar. Mi día a día transcurre con personas infectadas por el VIH. A menudo han sufrido no solo problemas de salud complejos, sino también se han enfrentado a situaciones de desamparo social que generan una enorme angustia vital. A pesar de que hoy estas personas posiblemente presenten una esperanza de vida equiparable a la de la población general y no suponen ningún riesgo para la salud de otras personas, el miedo y el estigma social que se despertó hacia esta enfermedad en la década de los 80 sigue muy presente en la sociedad. Creo que en pocas enfermedades se desarrolla un vínculo de entendimiento tan grande entre el paciente y su médico. Además de disponer hoy de las herramientas necesarias para poder restablecer la salud de las personas afectadas por este virus, la relación con estos pacientes es una fuente diaria de gratificación personal.
R.: Siendo médico asistencial, ¿por qué ser además investigador?
S. S.: Una poderosa razón que encendió mi vocación hacia el VIH es la complejidad en la biología y los mecanismos por los que este virus evade al sistema inmune. El nivel que se ha alcanzado en el conocimiento de este virus es altísimo, respecto a otras parcelas de la biología. En pocos campos de la Medicina se ha investigado y avanzado tanto, en solo unas pocas décadas. En los años 80, se trataba de enfermedad mortal que afectaba fundamentalmente a jóvenes, con una esperanza de vida de meses al diagnóstico. LLegó a ser la primera causa de suicidio juvenil, debido al inmenso drama que suponía el conocimiento del diagnóstico. Tres décadas después, se discuten las estrategias para la curación y se piensa que, en sociedades como la nuestra, en donde existe acceso integral a cuidados médicos de alta calidad, la supervivencia de estos pacientes podría superar incluso a la de la población general. Esto ha sido posible gracias a un esfuerzo titánico de la comunidad científica, a la movilización y el compromiso de los pacientes y a la interacción entre disciplinas muy diferentes. Aunque queda mucho por avanzar, es un privilegio poder trabajar en este campo.
Por otro lado, compatibilizar la medicina clínica con la investigación es una combinación muy exigente pero altamente gratificante. Por un lado, la práctica de la medicina es una fuente inagotable de refuerzo positivo. Diagnosticar un proceso que amenaza la vida a tiempo, poner remedio a una enfermedad o, simplemente, aliviar la angustia de una persona, suponen una gratificación personal inmediata. Pero además, el ejercicio de esta profesión nos expone continuamente a una diversidad de dilemas, incógnitas y problemas para los que no están articuladas respuestas basadas en la evidencia. Con un mínimo de inquietud y curiosidad, ser médico es una oportunidad inagotable de enfrentarse a preguntas continuamente cuyo abordaje desde la investigación puede repercutir en una mejora de la salud. En investigación, las gratificaciones son mucho menos inmediatas. Pero cuando si uno consigue participar en un avance, son muchas más las personas que pueden verse beneficiadas.
R.: Has tenido la oportunidad de vivir la investigación en EE UU. ¿Es diferente la experiencia de investigador allí?
S. S.: Son dos ligas diferentes. En Estados Unidos, además de asumir que la investigación es el trampolín al conocimiento, se comprende que la ciencia es también un potente motor económico. En la Universidad, no caben académicos que hayan demostrado una potente trayectoria investigadora. La propia cultura del país, mucho más meritocrática que la nuestra, hace que los investigadores, con tal mostrar dedicación y entusiamo progresen a un ritmo que en España es impensable. Aquí, ser trabajador y entusiasta no vale. Se exige una vocación a prueba de minas. Hay que estar dispuesto a sacrificar mucho, aspirar a ser brillante, estar altamente capacitado, ser creativo, inasequible al desaliento, ser buen estratega, estar bien relacionado, saber rastrear las oportunidades y tener mucha suerte. A mi juicio, esta situación conduce pronto a la frustración y al abandono a una masa de investigadores que en otros países podrían ocupar la élite académica. Diría que hay más escollos que alegrías en el camino, y que por cada hito que se alcanza hay que estar dispuesto a haber padecido diez contratiempos en el camino. Pero cuando un investigador piensa que ha conseguido materializar una aportación relevante, la satisfacción es inmensa.
R.: ¿Qué le recomendarías a un joven recién licenciado que manifiesta su interés por la investigación?
S. S.: Honestamente, le diría que profesionalmente alcanzará éxitos mayores con menos esfuerzo si emigra a Estados Unidos, y le animaría a salir al extranjero.
R.: ¿Qué te gusta más de la investigación?
S. S.: La sensación febril de creer que se ha hecho un descubrimiento importante. El poder vislumbrar fugazmente cuánto desconocemos en realidad.
R.: ¿Y qué te gusta menos?
S. S.: Las maniobras políticas para desestibilizar a los competidores, tan frecuentes en el mundo académico. Las luchas de egos. La ética imperante debería estar basada en un respeto exquisito por el conocimiento y debería de trabajarse mucho más la humildad como la gran virtud del investigador.
R.: ¿Qué opinas de la investigación biomédica en España?
S. S.: Tenemos enormes dificultades para poder lanzar una línea de investigación, o para mantener una ya existente. Los proyectos públicos, como mucho, financian trabajos de tres años de duración, por lo que se exige una inmediatez que en ciencia suele ser contra-producente si el objetivo es conseguir progresos importantes. Además, en las convocatorias públicas que solicitamos, anualmente se quedan sin financiar decenas de proyectos excelentes por las asignaciones tan bajas que se destinan a investigación en comparación con otros países de nuestro entorno. A menudo, nuestros colegas americanos, sorprendidos por nuestra productividad, nos preguntan que de dónde obtenemos la financiación. Me he visto obligado en un par de ocasiones a contestar con evasivas porque sé que a sus ojos perderían credibilidad nuestros resultados si supieran los presupuestos tan bajos que manejamos para nuestras investigaciones. Nos vemos obligados a ser tremendamente creativos, lo que en ocasiones puede significar recurrir a plataformas de crowdfunding, mecenazgo particular o recurrir a iniciativas de la industria farmacéutica para poder llevar a cabo los estudios. Por otro lado, en investigación biomédica es lamentable la poca investigación que nace de las Universidades, lo que refleja un problema estructural en la Universidad española. El gran peso descansa sobre grandes centros de investigación, como el CSIC o el CNIO y las iniciativas individuales de investigadores en Hospitales terciarios que son muy poco reconocidas profesionalmente a la hora de concursar a plazas fijas en los hospitales públicos.
R.: ¿Dirías que la investigación en medicina está valorada justamente por las administraciones públicas en España?
S. S.: Existe muy poca consideración por parte de la administración hacia la actividad investigadora de los médicos. En una oferta de empleo público, un médico cuyo único mérito fuera haber ejercido la profesión durante 15 años desplazaría a un médico con un año de antigüedad en el sistema que hubiese recibido un premio Nobel por descubrir la vacuna frente al SIDA. Es un ejemplo extremo, pero la realidad es que el peso de la actividad investigadora y la docencia no están valoradas a la hora de concursar a una plaza en un Hospital Universitario. Si a eso le sumamos el sacrificio personal que implica una carrera investiadora, tenemos como resultado que la investigación biomédica está muy desincentivada. La contrapartida es que, en este ambiente hostil, el superviviente es habitualmente una persona con una vocación y una dedicación tales que es prácticamente indestructible. De hecho, en un análisis bibliométrico, se ha comprobado que España ocupa la cuarta posición a nivel mundial en producción científica en el terreno de las enfermedades infecciosas, siendo que nuestro país es mucho más eficiente en investigación en este campo que grandes potencias europeas como, por ejemplo, Alemania. Es resumen, creo que en España el nivel de talento es altísimo y la eficiencia inmejorable. Sin embargo, estamos muy por debajo de nuestras posibilidades y existen problemas estructurales importantes.
R.: ¿ La actividad investigadora exige sacrificios personales?
S. S.: ¡Demasiados! Especialmente en la vida familiar. Sorprendido por la calidad y el ritmo de publicaciones de uno de mis mentores, le pedí la clave para mantener semejante nivel. La respuesta fue: “Convertirse en académico es muy duro. Hay que estar dispuesto a arriesgar mucho en lo profesional y en lo económico. En una pareja, es necesario que el otro miembro tenga un trabajo de verdad”. Palidecí al escucharlo, porque mi mujer es también médico y con una gran carga de investigación. De hecho, ambos estamos sujetos a contratos anuales y su renovación está condicionada al cumplimiento de objetivos de investigación. Por desgracia, nuestros tres hijos, de menos de seis años, se han acostumbrados a competir con el ordenador por captar la atención de sus padres y tenemos que negociar constantemente por la conciliación del tiempo familiar con la carga de trabajo. La actividad investigadora prácticamente nos duplica la carga laboral que tendríamos de realizar únicamente medicina clínica. Somos conscientes de que tener una actividad puramente asistencial nos simplificaría muchísimo la vida, pero la ciencia tiene un componente altamente adictivo cuando se empieza a explorar a cierto nivel. Como dice el dicho, la cabra tira al monte.
R.: ¿Cuáles son las cualidades de un buen investigador?
La primera, la curiosidad insaciable. El no dejar de hacerse preguntas. El entusiasmo y la pasión por su trabajo. La humildad. La paciencia. La resiliencia. La resistencia. Creatividad. Un rasgo obsesivo. Y constancia, constancia, mucha constancia.
R.: ¿Qué le pedirías a los políticos?
Que aumenten la inversión en investigación y desarrollo. La investigación es un potente motor económico. No hay más que pasear por Boston para percibir como el Instituto de Tecnología de Massachussets ha moldeado toda una ciudad. Es doloroso ver a tantos científicos formados en España con un nivel altísimo, impulsando con su talento otras economías por la falta de oportunidades en España.
R.: ¿Alguna autocrítica sobre los científicos españoles?
S. S.: Debemos trabajar mucho más para hacer entender a la sociedad que la ciencia puede repercutir muy positivamente sobre el bienestar de los ciudadanos. Si la ciencia es valorada por la sociedad, los políticos tendrán que mostrarse receptivos.
R.: ¿Qué les dirías a las personas con VIH?
S. S.: Que deben ser tremendamente optimistas sobre su salud. Es probable que su esperanza y calidad de vida sea ya al menos equiparable a la de la población general en entornos como el nuestro. Y muy posiblemente, asistiremos a la curación del VIH en los próximos años. Su actitud tan favorable a participar en estudios de investigación ha permitido alcanzar uno de los grandes avances de la medicina moderna, el control de la replicación de este virus. Son los principales protagonistas.
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