CINE

EL CINE ESPAÑOL PROGRESA ADECUADAMENTE

Como todos sabemos, los Premios Goya, o Premios Anuales de la Academia, son los galardones otorgados anualmente por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, con la finalidad de premiar a los mejores profesionales en cada una de las distintas especialidades del sector cinematográfica. El premio es sencillo: consiste en un pequeño busto de Francisco de Goya. En el mes de febrero hemos asistido todos, a través de la televisión, a la entrega de estos premios. Creo que esta gala anual nos da una visión, al menos sintomática, de cómo está nuestra cultura, a veces por lo que muestra, a veces por lo que oculta. Esto me lleva a utilizar el símbolo del espejo para comentar lo que hemos visto.

Muchas veces se ha comparado la literatura o el cine a un espejo encargado de reflejar el mundo, la vida, lo que ocurre, o lo que deseamos que ocurra. La gala de los premios Goya nos refleja una imagen del cine español (con más o menos distorsión) y el cine español nos ofrece una imagen de nuestra sociedad y de nuestra cultura. Me atrevería a decir que esta gala nos da una imagen de nosotros mismos; sí, también del cine, pero sobre todo de nuestra sociedad y de nuestro estado anímico (social, cultural e, incluso, político). Y ¿qué imagen es esta? Utilizando un lenguaje pedagógico diría que progresa adecuadamente.

La gala de este año, la 31, ha reflejado lo que ha sido el cine español en el año 2016, muy variopinto, desigual y, sobre todo –destacaría yo–, plural. En la lista de premiados la tónica ha sido la unanimidad (véase la lista completa en http://www.premiosgoya.com/); no ha habido grandes sorpresas, y han coincidido premiados, críticos y, sobre todo, espectadores. Quizás conviene destacar a los que podemos considerar grandes triunfadores. En primer lugar, la valorada como mejor película, Tarde para la ira, del director novel Raúl Arévalo; en segundo lugar, otra película, Un monstruo viene a verme, de Juan Antonio Bayona, premiada con nueve Goyas y con pleno reconocimiento internacional, en tercer lugar, Emma Suárez, con dos Goyas (mejor actriz protagonista, Julieta de P. Almodóvar, y mejor actriz de reparto por La próxima piel de I. Lacuesta e I. Campo). Y, a propósito del director manchego, sin lugar a dudas fue uno de los grandes homenajeados, muy alabado, y sin embargo, poco premiado; este hecho es también síntoma de que hay un gran cine español incluso más allá del que quizás sea el mejor director español desde hace 30 años. Una prueba más de madurez y de progreso adecuado.

De estos premios hay que tener en cuenta, y valorarlo muy positivamente, el hecho de que las dos películas triunfadoras, Tarde para la ira y Un monstruo viene a verme, obedezcan a modos muy distintos de concebir el cine; dos estilos distintos y también dos pretensiones diferentes. Sin embargo, en los dos casos, nos encontramos con gran cine, con dos admirables películas. Por otra parte, también hay que reconocer la distinción al trabajo de Emma Suárez, que ve ahora su recompensa, tras una amplia carrera que se ha fraguado con pequeños grandes papeles tanto en el mundo del cine como del teatro.

Esta edición de los Goya ha otorgado el Goya honorífico a toda una trayectoria artística, a Ana Belén, una mujer que ha hecho del trabajo su vida. Considero que nunca ha sido una gran actriz pero, no obstante, ha interpretado muy bien, y nunca ha sido, tampoco, una gran cantante, pero ha cantado muy bien. Buenas películas, buenas actrices, buen quehacer, etc., que nos llevan a poner una nota alta al cine español, con sus deficiencias y con su idiosincrasia –que comentaremos en otra ocasión–, y, también, con muchas posibilidades de mejora. No cabe duda: el cine español progresa adecuadamente.

Este progreso adecuado también se observa en la gala. Mucho se esperaba, y mucho se ha debatido, sobre todo en función de las expectativas, la mayor parte de veces frustradas, de años anteriores. Ha sido una gala larga, pesada, un tanto aburrida, pero sin llegar a ser soporífera. No podía ser de otra manera: otorgar tantos premios exige determinado ritmo. La gala refleja el espectáculo pero es difícil hacer de ella un espectáculo. Por otra parte, ha sido pretendidamente modesta y austera. Su peso ha recaído en el presentador: Dani Rovira. Sin lugar a dudas la ha llevado con solvencia, aunque a veces no sabíamos si estábamos en alguna de sus películas o envueltos en alguno de sus monólogos. La gran novedad ha sido contar con música en directo, con toda una orquesta ocupando buena parte del escenario. La contención de Dani Rovira, pese a su histrionismo intrínseco, el carácter envolvente de la orquesta y cierta agilidad entre la entrega de premios, ha hecho que la gala haya reflejado corrección, prudencia, buen hacer. Ni más, ni menos. No es un espectáculo, no cabe duda, tampoco lo puede pretender. Estimo que así alcanza cierta madurez, y también, como el cine español, recibe, por mi parte, un progresa adecuadamente. Su carácter sobrio denota madurez.

Me gustaría comentar en esta sobria madurez de nuestro cine los temas tan distintos y distantes de las dos grandes películas triunfadoras. Por un lado, Tarde para la ira, un thriller en torno a la ira que refleja un mundo sórdido, unos sentimientos sórdidos y directos en torno a la violencia y venganza; y, por otro, Un monstruo viene a verme, en la que un mundo de fantasía e imaginación es utilizado para afrontar graves problemas como la enfermedad, la separación o la violencia cotidiana. Parecería que se trata de dos estilos contrapuestos, dos maneras diferentes de hacer cine. Y así es. En una vibra el realismo, en la otra, nos conmovemos con la imaginación; la grandeza de las dos, lo que las une, es la fuerza, en diferente tono, para decir y reflejar la realidad. No son obras maestras, pero nos encontramos en ambos casos, y de modos muy distintos, con un gran cine que explora la vida, que toca la realidad con las imágenes. Sin duda, son reflejo de un cine que ha llegado a cierta sobria madurez y que… progresa adecuadamente. La gala del cine español también ha sido el escenario del descontento del mundo de la cultura con el gobierno, con el partido en el poder o con determinados acontecimientos sociopolíticos. En esta ocasión, la reivindicación también ha estado presente, pero ha girado más, y con más pertinencia, sobre la situación en la que se encuentran las gentes dedicadas al mundo del cine; abunda el desempleo, los trabajos mal pagados, etc… fiel reflejo, también, de la situación que vive el país. En esta ocasión, se ha reivindicado de manera moderada pero clara y contundente algo que no podemos menos que apoyar: la defensa del cine como vida cultural. El cine es muchas cosas, espectáculo, negocio, oficio y beneficio, pero es, ante todo, cultura, y como tal debe ser apoyado y defendido; no es algo suplementario, ni objeto de unos cuantos extravagantes que nos entretienen los fines de semana en salas de cine más o menos llenas. Es cultura, es decir, la vida de un país, de un pueblo, expresándose y latiendo. Defender la cultura, como defender la educación, es también defender el cine, y su mundo, a sus profesionales y a sus gentes. Sólo cuando todos caigamos en la cuenta de esto, nuestros gobernantes y nosotros mismos, podremos decir, plenamente y con todas sus letras –que son muchas- que el cine español progresa adecuadamente. Su progreso es nuestro progreso. En otra ocasión llegará la crítica, ahora nos toca aplaudir.

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