LITERATURA

JOAQUÍN PÉREZ AZAÚSTRE, UN REFERENTE EN LA POESÍA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA

Joaquín Pérez Azaústre nació en Córdoba en 1976. Licenciado en Derecho, desde muy joven sintió pasión por la escritura. Su obra abarca distintos géneros literarios: novela, poesía, ensayo y artículos periodísticos. Hay entre ellos una fuerte interacción, porque Joaquín teje sus palabras con el hilo verbal de su poesía y una fuerte conciencia social.

Publicó en 2016 su última novela, Corazones en la oscuridad (Anagrama), y una antología de poemas, Ella estaba detrás del laberinto (Frida Ediciones). Es la manifestación de que en Joaquín Pérez Azaústre la poesía y la novela están estrechamente unidas en las páginas que desbordan belleza y en las que podemos percibir la verdad interior que busca y que da lugar a esta afirmación del cantautor Ismael Serrano en el prólogo a su último libro de poemas: “Desde el balcón de sus versos me asomo al mundo y casi puedo tocar nuestro sitio en él”. Joaquín, con su escritura, nos hace tocar lo más íntimo de nosotros mismos y encontrar nuestro lugar en el mundo.

La poesía le ha dado grandes satisfacciones. Libros como Una interpretación (2001, Premio Adonáis), Delta (2004), El jersey rojo (2006, Premio Fundación Loewe Joven), Las Ollerías (2011, Premio Fundación Loewe) o Vida y leyenda del jinete eléctrico (2013, Premio Jaime Gil de Biedma) han confirmado que “su obra poética es ya una de las fundamentales de la poesía española contemporánea” (Túa Blesa, El Cultural).

Como narrador, ha publicado el libro de relatos Carta a Isadora (2001) y las novelas América (2004), El gran Felton (2006), La suite de Manolete (2008), Premio Fundación Unicaja Fernando Quiñones) y Los nadadores, publicada por Anagrama y traducida a varios idiomas.  Hace unos años, cuando le concedieron el premio Adonais, en el 2000, fue invitado a ofrecer un recital en un centro universitario y así lo presentaba yo: “Se ha marchado la lluvia.

Ha sido un siglo de aguas bailando por las cercas,

De cascadas naciendo en las cortinas

Y patios embebidos de silencio.

Se ha marchado la lluvia…

Versos de un poeta, de un hombre joven, de una generación que en el gozne del tiempo encuentra imágenes y palabras para los sentimientos que lo prenden. Joaquín Pérez Azaústre un nombre nuevo para la poesía y el relato. Un nombre nuevo herido por una pasión, la búsqueda y creación de nuevas imágenes y palabras que recrean nuevas miradas sobre este tiempo tan suyo,  tan nuestro.

Hoy lo tenemos entre nosotros y quiero agradecerle su presencia. El motivo es conocer su mirada poética sobre nuestro tiempo a través de su poemario, Una interpretación, premio Adonais de poesía 2000”.  El Cultural de El Mundo, en su edición del 25 de julio de ese año, decía que pocos poetas carecían de un primer libro del que arrepentirse y citaba como excepción el caso de Claudio Rodríguez con su Don de la ebriedad, porque los poetas jóvenes tenían más de jóvenes que de poetas, pero nombraba una docena de nombres entre los que destacaba la pasión, la inteligencia y el afán de no limitarse a lo consabido y añadía: La meta, ya lo dijo Borges, “es siempre el olvido. Algunos de estos nombres tardarán en alcanzarla”.  En esta selección, aparecía el nombre de Joaquín Pérez Azaústre.

Creo que hoy a los 17 años de esta afirmación, esa profecía se ha cumplido y Joaquín es un referente en la poesía española contemporánea.

POÉTICA

Se puede comenzar la trayectoria igual en torsos blancos que en sonetos, pero sabes que espera esa frontera, ese territorio primerizo y siempre último, esa región vasta que llama y te reclama por tu nombre. Es una región sin nombre a la que nombras. Es una región de aire a la que sigues, y a la que nunca vas. Se puede moldear un torso en yeso y hallar un temblor blanco que no ves, una porción breve en su pulsión de nada, pero entonces ya sabes que está ahí. Luego se templa un libro de oficios no reglados, de oficios que tú reglas con una vocación de permanencia: aparece el herrero, el artesano, el cantero que rompe con la piedra y quiere restaurar lo que no encuentra.

Somos lo que no hay, lo que no se puede apreciar porque no está. Somos un rumor de hierro y de granito, una complexión de mármol y alabastro, de madera, de papel resistiendo sobre el agua. Si no encuentras herramientas las puedes inventar: las manos de un herrero, armado de tenazas sobre el yunque, al ritmo acompasado de un martillo que quiere doblegar todos los ritmos, todos los yunques, todos los anuncios de una forma a la que nunca vas, negándole la forma y la existencia. La palabra se rinde, y deja que la forja se macere y pueda reinventar otras palabras. Inventas un oficio, lo concretas. En ese territorio primerizo y siempre último hay una pretensión: tratar de desvelar esa humildad que quiebra las preguntas, una naturaleza que tiene sus espacios y sabe mantener el vigor en otro espacio.

No hay tamaños mayores ni menores si tratas de ceñirlos a un vacío. En la creación no importa el más allá, sino el más acá, la certidumbre roja de un volumen, de una densidad que adopta en su semblante el peso de una edad que se establece. El poema se acerca a la escultura, y alcanza solidez en un desgaste; el precio que se paga al divulgarlo, la caricia metálica de asombro, el mar en un entorno de tiempo desmedido que te mide. Se arranca así la mano de la tierra, una mano abierta, de dedos retorcidos y oxidados que pugnan por quebrar la línea de mañana. Una mano de hierro fija y terca, tratando de agarrarte a lo inasible. JOAQUÍN PÉREZ AZAUSTRE

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