Decía André Malraux en su novela La condición humana que “la desgracia consiste en que ya no hay fantasía” y algunos hechos de nuestro entorno, me han llevado a detenerme para contemplar y reflexionar sobre los avatares de esa pareja singular que componen desgracia y fantasía.
La desgracia forma parte de la condición humana. No sabemos ni el día ni la hora, pero nos afecta a todos, a algunos muy pronto, a otros de modo permanente y, quizás a los más, de forma ocasional. En nuestras ciudades la viven en primera persona los sin papeles, quienes padecen un paro prolongado, algún tipo de mendicidad, los sin-techo, las víctimas de un ataque terrorista…, y tantos otros.
Pero, a la vez que encontramos una profunda verdad en la expresión de Malraux, podemos observar cómo esta cultura, en la que el lenguaje, más a menudo de lo que desearíamos, encubre los hechos en lugar de reflejarlos, la fantasía parece no haber desaparecido del terreno ganado por la desgracia. Para ello, ha creado un lenguaje propio que, como si de una nube estética se tratara, envuelve algunas realidades, de manera que se nos muestran como deseables. Así parecen apreciarlas algunas manifestaciones, de jóvenes en particular, cuyos entornos familiares son muy ajenos a esas situaciones de dureza que, en gentes de mi generación, harían nacer los mejores sentimientos de compasión y sed de justicia.
Las prendas y objetos homeless fashion, los personajes freegans, los practicantes del nesting, del wardrobing son maneras de hacer presentes realidades duras de modos deseables, o al menos así se presentan. La moda de los homeless (personas sin hogar) ha encontrado una línea de diseño que puede adquirirse en la web, los freegangs o quienes, sin estar apremiados por el hambre, buscan su comida en cubos de basura, ha dado lugar a un estilo de comer. Los que practican el nesting y calientan su nido con carbón buscado aquí y allá, como si carecieran de dinero para salir y también para tener para calefacción, o los amantes del wardrobing que adquieren prendas, no siempre baratas, para uso esporádico y, pasado el evento en el que lucirlas, las devuelven, etc.
La fantasía desafiante de quienes buscan sentido en formas con las que encubren la desgracia de quienes la padecen, nos produce rechazo. Quienes así actúan no caen en la cuenta de que al rostro humano que sufre la desgracia, sólo se llega por una mirada que supere la indiferencia y les acompañe en su lucha para no quedarse atrapados en la dura realidad que les envuelve y les humilla. Pero, como cualquier realidad humana, y toda fantasía lo es, esa fantasía desafiante tiene la cualidad de encerrar semillas de posibilidades nuevas que es bueno identificar.
No faltan hoy gentes que, sin apoyarse propiamente en las etiquetas que hemos nombrado, han encontrado en estas expresiones una búsqueda de sentido en un mundo de consumo incontrolado. Hay quienes denuncian los excedentes alimenticios prontos a caducar y eliminados en los cubos de basura de grandes supermercados. Y su denuncia consiste en recogerlos creando espacios para consumirlos con modalidades solidarias; en la red se encuentran nombres de restaurantes solidarios con comida elaborada con estos excedentes. O quienes desarrollan hábitos de conversación y de encuentro en casa, con amigos, sin necesidad de pagar tributo a la salida a lugares caros y, a veces, con alto riesgo para la salud. Hay muchas maneras de vivir humanamente, unas ya olvidadas y otras inéditas, a las que esta fantasía encubridora que criticamos puede abrirnos. Las necesitamos porque los límites de los recursos del planeta y el despiste respecto de cómo dar alcance al vector que apunta al sentido de la vida, están pidiendo a gritos unos cambios profundos en los modos de consumir y de relacionarnos en nuestras latitudes.
Tenemos que inventar cómo combinar lo que da sustento a nuestro vivir humanamente, la comunicación, por ejemplo, con tanta novedad introducida como necesidad en los escenarios de la vida, como el uso y abuso de aparatos y redes sociales, por seguir con el ejemplo.
Cultivar la fantasía, sin dejar que encubra las realidades duras de lo cotidiano, es un ejercicio que puede alejarnos de la desgracia de caer en la fascinación vacía. La que deja sin asideros a las nuevas generaciones, carentes del bagaje de sabiduría, que las grandes Tradiciones han aportado a la historia humana.
Comments