ARTE

PINTORES ENFERMOS

Solemos pensar que los artistas son dueños de sus obras y sus estilos. Asumimos que cualquier cambio en su forma de pintar se debe a una decisión consciente por parte del artista y que se toma estas decisiones por razones estrictamente artísticas o estéticas. Sin embargo, es interesante especular sobre el posible papel jugado por varias enfermedades en las obras y los cambios de estilo de algunos de los pintores más famosos en la historia del arte.

Edgar Degas

No es nada sorprendente que las enfermedades oftalmológicas han tenido un impacto importante sobre el trabajo de profesionales que dependen tanto de su agudeza visual. El pintor francés Edgar Degas sufrió una pérdida progresiva de su visión durante muchos años y la progresión de su trastorno oftalmológico se ve claramente reflejada en la evolución de su obra.

Antes de cumplir 40 años Degas notó que una luz brillante le resultó intolerable. Al visitar la familia de su madre en Nueva Orleans, no podía pintar al aire libre por causa de su sensibilidad a la luz. Quizá por eso empezó a concentrar en escenas del ballet y del teatro, temas que le permitieron trabajar en ambientes con una iluminación más tenue. El hecho de que su problema médico limitó sus posibilidades artísticas fue una fuente de frustración para él: “Qué cosas más hermosas podría haber hecho si la brillante luz del día no me resultara intolerable”. Paradójicamente, en parte como consecuencia de la limitación impuesta por su problema visual, Degas creó unos de los cuadros más bellos de la historia del arte, las imágenes hermosas de bailarinas que son, quizás, las obras más inmediatamente identificadas con Degas por el público.

Su pérdida de visión fue progresiva y el artista pensó que iba a quedar ciego. Durante casi 50 años consultó con numerosos oftalmólogos en un intento desesperado de encontrar una solución a su problema médico. Fue diagnosticado de una corioretinitis, un término oftalmológico en boga en su época. Es difícil identificar su patología exactamente pero, su progresiva pérdida de la vista central, su sensibilidad a la luz y la dificultad que experimentó a la hora de distinguir los colores parecen indicar que padeció algún tipo de retinopatía, probablemente una degeneración macular.

“El hecho de que su prima materna, Estelle Musson, padeciera una pérdida visual bilateral progresiva y acabara ciega con tan sólo 30 años de edad, sugiere la posibilidad de una degeneración macular heredada. En aquella época no existió ningún tratamiento eficaz para esta enfermedad y sus oftalmólogos solamente podían ofrecerla unas gafas para proteger sus ojos de la luz, pero resultaron bastante incómodas y de muy poca utilidad. A medida que Degas deterioraba su visión, sus pinceladas se volvieron cada vez más sueltas y crudas.

Es difícil saber hasta qué punto la evolución  que se observa en la obra de Degas se debe a una decisión estilística consciente o a su patología. Lo que sí parece claro es que su reputación como uno de los más importantes pintores de la historia del arte se basa principalmente en sus obras tardías. En palabras de Renoir, “si hubiera muerto cuando tenía 50 años, le habrían recordado como un artista bueno y competente, nada más”. Es intrigante especular si su fama se debe, al menos en parte, a su patología ocular.

Claude Monet

Otro pintor francés, Claude Monet, el fundador del impresionismo, también padeció una patología ocular que tuvo un impacto importante sobre su obra. En 1905, cuando tenía 65 años, el pintor empezó a notar cambios en su visión.  En aquel  momento Monet  estuvo en la  cumbre de su carrera artística. Su agudeza visual fue tan extraordinaria que Cezanne dijo al respecto: “Monet no es más que un ojo-¡pero qué ojo!” No es nada sorprendente que la posibilidad de perder su capacidad visual progresivamente le resultó aterradora para  el pintor.  Monet buscó ayuda médica y en 1912 un oftalmólogo de Paris diagnosticó cataratas bilaterales. En 1923, tres años antes de su muerte, se sometió a una operación con el fin de recuperar su visión, pero la técnica quirúrgica estaba todavía en pañales en aquella época y no quedó nada satisfecho con los resultados.

En 1893, ayudado con un jardinero japonés, construyó un jardín  con un estanque lleno de nenúfares y un puente japonés en su casa en Giverny, en la zona de Normandía.  Desde entonces hasta su muerte en 1926 dedicó la mayor parte de su actividad como pintor al tema de su jardín, y el efecto de su problema visual se ve claramente reflejado en la evolución de esas obras tardías.  A medida que pasaron los años sus lentes estuvieran más y más afectadas por las cataratas y se hicieron más gruesas y amarillentas. Como consecuencia, su visión se volvía cada vez más borrosa y su percepción de los colores se alteró. Su mundo empezó a aparecer más dominado por tonos marrones y rojos oscuros y tenía dificultades en ver los tonos azules y verdes. Su percepción del color se deterioró tanto que Monet llegó a decir: “Confío solamente en las etiquetas de los tubos de pintura”.  El efecto de su problema visual se ve claramente al comparar el cuadro Estanque de los nenúfares pintado en 1899, con sus tonos verdes y azules y sus pinceladas sueltas pero finas, con el cuadro El puente japonés pintado en 1923. En el último, las pinceladas son mucho más crudas y gruesas y los tonos dominantes son marrones, rojos oscuros y amarillos. En general, estas obras tardías parecen más abstractas que sus cuadros anteriores.

La obra tardía de Monet fue malentendida y poco valorada hasta que, en la década de los cincuenta, algunos críticos como Clement Greenberg intentaron trazar la influencia de dicha obra sobre pintores americanos como Jackson Pollock y Mark Rothko, miembros de la escuela del Expresionismo Abstracto. Una de las ironías de la historia del arte es el hecho de que lo que esos pintores americanos admiraron en los cuadros tardíos del Estanque de nenúfares de Monet podría haber sido más la consecuencia de una patología ocular que una decisión estilística consciente.

Francisco de Goya

Pocos pintores en la historia del arte han demostrado un cambio de estilo tan radical como Goya.  Para alguien que no conoce su obra, sería difícil creer que el mismo artista pintó La Pradera de San Isidro, un cuadro en el que Goya captó la alegría y color de la fiesta del patrón de Madrid de una manera bastante realista y La Romería de San Isidro.

El primer de los cuadros fue pintado en 1788 como boceto preparatorio para uno de los tapices destinados para ser colgados en el dormitorio de las infantas en el Palacio del Pardo en Madrid.

En el segundo cuadro el pintor trató el mismo tema pero de una manera dramáticamente distinta.  La Romería de San Isidro, un cuadro tenebroso que decoró una de las paredes en la planta baja de su casa, la Quinta del Sordo, está poblado de personajes de pesadilla. ¿Cómo se puede explicar un cambio estilístico tan radical? En el tiempo que transcurrió entre estos dos cuadros, Goya vivió una  de las épocas más convulsas de la historia de España. Es muy posible que los horrores de la Guerra Napoleónica, el fracaso del sueño de los ilustrados y la represión y la vuelta al oscurantismo que representó Fernando VII hizo que Goya desarrollara una visión profundamente pesimista del mundo. Sin embargo, cabe la posibilidad de que su cambio de estilo fuera provocado, al menos en parte, por razones médicas.  En el año 1792 sufrió una enfermedad devastadora, caracterizada por, entre otros muchos síntomas, tinnitus, vértigo, y sordera.

La mayoría de los síntomas cedieron con el tiempo, pero la sordera persistió y Goya estuvo profundamente sordo durante el resto de su vida. Goya no puede pintar nada durante meses después de su enfermedad y cuando se reanudó su actividad artística, pintó cuadros cuyos meros títulos, el interior de una prisión y  el manicomio, sugieren que, a través de estos cuadros de un colorido sombrío y de una temática tétrica, estuviera intentando expresar la sensación de aislamiento social provocada por su sordera.

Estamos muy lejos ya de las escenas alegres de la vida madrileña de las gentes sencillas que pintó Goya para los tapices de la Real Fábrica de Tapices y de los retratos de los aristócratas y gente prominente de la España de su era. El aislamiento social provocado por la sordera forzó a Goya a mirar su mundo interior y expresar las imágenes inquietantes que encontró allí en las profundidades.

Paradójicamente, es posible que la misteriosa enfermedad que padeció durante su viaje en Andalucía en 1792 convirtió a Goya de un pintor técnicamente muy dotado pero, a fin de cuentas, uno del montón, en uno de los mejores y más profundos artistas de todos los tiempos y un precursor del arte moderno.

Aparte de las innovaciones técnicas del Goya tardío con sus pinceladas extremadamente sueltas y su tendencia de sugerir más que decir, el modernismo de Goya estriba en su exploración de la mente inconsciente y de los lados oscuros y menos bonitos de la vida humana. A partir de Goya, los pintores tenían un cheque en blanco para explorar todos los vericuetos de la condición humana, incluyendo sus zonas más oscuras y es posible que esta nueva libertad de expresión se deba, en parte, a una enfermedad padecida por el genio español.

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