La primera pretensión que se afirma en el preámbulo de la Agenda 2030 es esta: Transformar nuestro mundo. Es una frase dinámica, enérgica, convincente y necesaria, pues nuestro mundo, observado con una mirada crítica global y local, tiene, junto a logros y avances que es justo reconocer, muchas deficiencias y zonas oscuras, visibles desigualdades, demasiadas injusticias y situaciones de exclusión. Hay que transformarlo, siendo muy conscientes, como advierte el Papa Francisco, de que hay fuerzas potentes funcionando en contra y de que los cambios que están operando en el mundo de manera veloz y constante “no necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e in¬tegral. El cambio es algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad” (Laudato sí, 18).
Nuestro mundo, el de hoy, tiene claroscuros. Múltiples logros en el ámbito de la ciencia y sus aplicaciones, inmensas oportunidades, entre otras, la expansión de las tecnologías de la información y las comunicaciones que posibilitan la interconexión mundial. Al constatar los recursos humanos y económicos dedicados a la investigación y los prodigiosos resultados científicos y técnicos que se van consiguiendo surge una pregunta inevitable: ¿para quiénes trabajan y a quiénes sirven estos potentes medios?
Junto a los avances, es alarmante descubrir demasiadas zonas negras: en primer lugar, la pobreza extrema, el hambre y la sed, la falta de condiciones saludables para la vida que sufren muchos millones de seres humanos; los atentados a los derechos humanos, las exclusiones, los desequilibrios en cuanto a las oportunidades, a la riqueza y al poder, la desigualdad entre hombres y mujeres y la violencia de género. Es dramático contemplar que miles de millones de seres humanos están privados de una vida digna. El cambio climático es cada vez más notorio, como lo es el deterioro del medio ambiente, preocupa el deshielo del Ártico por sus consecuencias devastadoras, la desertización, el aumento e intensidad de los desastres naturales. Cada día los medios de comunicación informan de conflictos bélicos, de terrorismo internacional, de desplazamientos forzados de la población con sus efectos dramáticos. Estas pocas palabras describen la realidad extremadamente preocupante de innumerables rostros humanos marcados por el dolor, por la marginación, por la invisibilidad, en síntesis, por la falta de reconocimiento de su dignidad.
El Papa Francisco y los ODS de Naciones Unidas
Es interesante hacer la lectura de los ODS y a la vez la de la encíclica papal Laudato sí de 24 de mayo de 2015. En ambos documentos se afirma que la acción mundial por las personas y el planeta tiene carácter de urgencia. El Papa Francisco recuerda convicciones muy profundas, entre otras, que no podemos entender la naturaleza como algo separado de nosotros, de nosotras, o como un mero marco de nuestras vidas. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella, estamos interpenetrados. También subraya que hay una íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, como observamos al contemplar los desastres naturales y sus víctimas. Destaca que el medio ambiente, la naturaleza, es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos y todas. En las páginas de la encíclica encontramos una fuerte crítica al actual modelo de desarrollo diseñado por el sistema neoliberal que está produciendo fuertes desequilibrios con muchas víctimas humanas y una denuncia a la globalización de la indiferencia y a la cultura del descarte.
Es perceptible que el ambiente humano y el ambiente natural se están degradando y hay que poner máxima atención a las causas que producen esta degradación humana, social, ecológica y poner remedio con políticas eficaces. En la lectura sosegada de este documento encontramos un clamor a entender la economía, el progreso, la política y las relaciones internacionales con sentido humano, al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. Hay una potente llamada a las transformaciones necesarias teniendo como horizonte el bien común y siendo conscientes de que “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (Laudato si 139).
Horizonte: Agenda 2030
Este es también el gran empeño que pretende la Agenda 2030 de Naciones Unidas con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), un ambicioso plan estratégico mundial para erradicar la pobreza y alcanzar un desarrollo sostenible. Está concebido de una manera holística e integral pues el propósito que se pretende implica desarrollar de una manera articulada todos los objetivos. Han firmado este documento 190 Jefes de Estado y de Gobierno, reunidos en la Sede de las Naciones Unidas en Nueva York del 25 al 27 de septiembre de 2015. Todos ellos, en nombre de sus respectivos pueblos, han expresado con decisión y esperamos que con convicción y responsabilidad lo siguiente: “Estamos resueltos a poner fin a la pobreza y el hambre en todo el mundo de aquí a 2030, a combatir las desigualdades dentro de los países y entre ellos, a construir sociedades pacíficas, justas e inclusivas, a proteger los derechos humanos, a promover la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de las mujeres y las niñas, a garantizar una protección duradera del planeta y sus recursos naturales, a crear las condiciones necesarias para un crecimiento económico sostenible e inclusivo, una prosperidad compartida y un trabajo decente para todos. (Agenda 2030. Declaración 3).
La elaboración de la nueva Agenda ha partido de la evaluación de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM): los avances logrados, las metas no cumplidas y lo que queda por hacer. Se ha contado con la participación de especialistas, de equipos de los gobiernos y de la participación de las organizaciones de la sociedad civil. Se realizó también una amplia encuesta dirigida a la ciudadanía de los diferentes países. Los datos de la consulta ciudadana son expresivos en cuanto a necesidades y sensibilización popular. En primer lugar y de una manera muy destacada se constató el deseo de una educación de calidad para todas las personas y la igualdad de derechos de mujeres y hombres (Objetivos 4 y 5 respectivamente).
La Agenda 2030 ha incluido cuestiones muy relevantes que afectan a las personas y a los ecosistemas. Utiliza verbos con una marcada dirección: erradicar, poner fin, garantizar, asegurar, fomentar, desarrollar, conseguir, proteger. Pone la atención en problemas muy graves que hay que resolver con carácter de urgencia: la pobreza, el hambre, la atención sanitaria, la educación, la igualdad entre hombres y mujeres, el agua potable, el acceso a la energía, el crecimiento económico inclusivo y sostenible, la industrialización inclusiva, el trabajo, las desigualdades y desequilibrios, la producción y las pautas de consumo sostenibles, el cambio climático, la reducción de los gases de efecto invernadero, el cuidado de los océanos y los ríos, los ecosistemas terrestres. Se expresa con claridad que en la implementación de estos 17 objetivos se han de conjugar las tres dimensiones del desarrollo sostenible – la social, la económica y la ambiental – pues la lucha contra la pobreza, el desarrollo humano y el cuidado del medio ambiente van de la mano.
He seguido, a través de la Campaña Mundial por la Educación, como se ha ido construyendo el objetivo referido a la educación, que en algunos borradores previos era transversal, y que al fin se ha incluido extensamente reconociendo que la educación es un motor y una herramienta de transformación fundamental para promover los derechos humanos, erradicar la pobreza y construir un futuro más equitativo, inclusivo y sostenible. Para todo ello el ODS 4 propone “garantizar una educación de calidad inclusiva y equitativa, y promover las oportunidades de aprendizaje permanente para todos”. Es un objetivo que abarca a “todas las personas, sea cual sea su sexo, raza u origen étnico, incluidas las personas con discapacidad, los migrantes, los pueblos indígenas, quienes se encuentran en situaciones de vulnerabilidad”. Luego se manifiesta el propósito: “Nos esforzaremos por proporcionar a los niños y niñas, a los jóvenes un entorno propicio para la plena realización de sus derechos y capacidades. (Agenda 2030. Declaración 25).
No podemos dejar de destacar algunas novedades en esta Agenda de gran alcance e importancia. En primer lugar, todos los países la aceptan y se aplicará en todos ellos, teniendo en cuenta las diferentes realidades, capacidades y niveles de desarrollo de cada uno y respetando sus políticas y prioridades nacionales. Con la misma firmeza se indica que todos los países han de contribuir al logro de estos objetivos de desarrollo sostenibl en sus propios países y en todo el mundo. Tiene especial significación que se pretenda afrontar cada uno de los temas incluidos en los ODS de una manera transformadora, estudiando tanto las causas profundas de los diferentes desafíos como las barreras sistémicas del desarrollo sostenible. Las finalidades se expresan con claridad: garantizar una vida digna para todos y todas en cualquier lugar de la tierra, proteger el planeta de las explotaciones y amenazas que se constatan, invertir recursos (económicos, tecnológicos, humanos) para construir el futuro deseado a nivel local y global, y así, lograr una prosperidad compartida y una paz universal.
En contra del pensamiento cultural único tan arraigado es muy acertado poner en valor las diversas culturas que hay en el mundo y que por el fenómeno de las migraciones mundiales las tenemos presentes en nuestras ciudades. Reconocer “que la inmensa variedad cultural es un tesoro de la humanidad” (Laudato si 144). Explicitar un compromiso muy necesario en nuestro tiempo que hay que promover desde las diversas instancias educativas y de influencia social: “El entendimiento entre distintas culturas, la tolerancia, el respeto mutuo, los valores éticos de la ciudadanía mundial y la responsabilidad compartida. Reconocemos la diversidad natural y cultural del mundo, y también que todas las culturas y civilizaciones pueden contribuir al desarrollo sostenible y desempeñan un papel crucial en su facilitación”. (Agenda 2030. Declaración 36).
La transformación que se pretende tiene un ambicioso horizonte: un mundo en el que sea universal el respeto a la dignidad de todas las personas y se reconozcan sus derechos humanos, en el que reine la justicia, la igualdad y la no discriminación, en el que se respeten las razas, la diversidad cultural y religiosa; un mundo que posibilite el acceso equitativo, inclusivo y universal a una educación de calidad; donde todos los seres humanos vivan en armonía con la naturaleza y se reafirme una visión humanista en las relaciones, pues como afirma Desmond Tutu “mi humanidad está ligada a la tuya, porque sólo juntos podemos ser humanos”. No se puede ignorar que para ir logrando ese ambicioso plan mundial se requieren fuertes convicciones éticas, muchos y costosos recursos y empeños orientados hacia un bien común mundial, un modo de entender la economía y el progreso que tenga en cuenta de manera prioritaria el valor central de cada ser humano y ponga énfasis en el sentido humano de la ecología, la erradicación de la cultura del descarte, la decisión de aplicar la innovación y las tecnologías a resolver los problemas acuciantes de los seres humanos más vulnerables, y de las zonas más arrasadas del planeta. De nuevo el Papa Francisco nos ofrece su palabra: “ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes” (Laudato si 193).
Los deseos no pueden ser mejores pero pasar de las buenas ideas a la práctica de las decisiones económicas, políticas y sociales, a nivel nacional e internacional, es una tarea fundamental pendiente. En la Agenda 2030 se indica un propósito para ello: crear una Alianza Mundial para el Desarrollo Sostenible basada en un espíritu de solidaridad mundial y llevada adelante con la colaboración de todos los países, de todas las partes interesadas, de la ciudadanía de todas las edades pues “el futuro de la humanidad y de nuestro planeta está en nuestras manos, y también en las de la generación más joven, que pasará la antorcha a las generaciones futuras. Hemos trazado el camino hacia el desarrollo sostenible, y todos nosotros debemos garantizar que el viaje llegue a buen puerto y que sus logros sean irreversibles”. (Agenda 2030. Declaración, nº 53).
Retos
Vayamos más allá de las palabras y pasemos a los hechos, reivindican muchas voces planteando cuestiones fundamentales: ¿hay disposición real de atajar las causas de los graves problemas señalados en los ODS y de incorporar la mirada global a los presupuestos y a las decisiones políticas en cada país? Es una pregunta que responde a la inquietud de muchas organizaciones que están realizando cooperación internacional de una manera eficaz, entre otras, de InteRed, una ONG promovida por la Institución Teresiana, que apuesta por una educación transformadora a favor de la dignidad de todas las personas y sus derechos humanos y sociales, de la justicia, la equidad de género y la sostenibilidad social y ambiental.
Este gran proyecto local y mundial ha de estar apoyado en grandes principios éticos y religiosos y requiere cambios en la mente, en el corazón y en la sensibilidad de cada persona. Quizás el primer cambio se ha de dar en nuestros sentimientos más íntimos y sus diversas manifestaciones: indignación, compasión, ternura, compromiso, preocupación ante los rostros llenos de dolor. De aquí han surgido liderazgos que marcan caminos y que van cambiando la historia: Nelson Mandela, Martin Luther King, Vandana Shiva, Rosa Parks, o en nuestro ámbito, María de Echarri.
De una manera imprescindible se requiere financiación suficiente para la implementación de estos ambiciosos objetivos en cada país y para la cooperación internacional. También, un sistema de indicadores reales para la medición de los avances, tanto en los aspectos cuantitativos como cualitativos. También se reclama la creación, en cada país, de un Plan y un Programa Nacional de implementación, que involucre a los diferentes Ministerios afectados e incorpore a expertos y representantes de las organizaciones de la sociedad civil. Tendría como finalidad que las políticas económicas, educativas, comerciales, energéticas, sociales, migratorias y de medioambiente, sean coherentes con los objetivos propuestos sintiéndonos inmersos en un proyecto común que abarca a toda la familia humana.
La acción mundial por las personas y el planeta ha de ser objetivo de una educación transformadora con mirada global; una educación que promueva un estilo de vida centrado más en el ser que en tener y en lucha permanente contra el consumismo compulsivo; que aliente relaciones interpersonales y sociales, respetuosas, cordiales, que optan por el diálogo, el respeto y la cooperación más que por el enfrentamiento y la competitividad; una educación que promueva comportamientos que tienen una incidencia directa en el cuidado de la vida, de las personas y de la naturaleza; una educación crítica que enseña a hacer preguntas ¿a quién beneficia ? ¿a costa de quiénes?
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