OPINIÓN

NOS TENEMOS A NOSOTROS

“Si me hacen hablar del mundo actual, soy capaz de estropear cualquier cena”, decía el escritor estadounidense Tom Friedman, en el New York Times, en enero de 2016. Quizás hoy, peligraría no solo la cena sino el desayuno.

Si miramos la dinámica de las tecnologías, siempre habrá alguien que subraye, con datos en la mano, los riesgos del cambio climático, los efectos secundarios de algunos fármacos, lo incontrolable que resulta sustituir el trabajo humano por el realizado por robots, la importancia de sustituir los coches por bicicletas, etc. Como si de un eclipse del progreso, simbolizado en la ciencia y en la tecnología, se tratara.

Si nos detenemos a mirar las dinámicas sociales, pareciera que bajamos a ritmo de monopatín, la gran cuesta que habíamos subido con esfuerzo y tesón durante siglos. Una viñeta de El Roto transformaba el lema de la Revolución Francesa: “Libertad, igualdad, fraternidad” en esta nueva terna de valores: “Propiedad, desigualdad, rentabilidad”.

Las condiciones de precariedad en el mercado laboral han llevado a diversas organizaciones a reclamar el trabajo decente. Las democracias se ha trastornado y los populismos, demagogias, dictaduras y otras formas de organizarnos, que parecían superadas, vuelven para ser sorpresivamente acogidas con total amnesia de pasados, no muy lejanos.

En estos últimos tiempos han emergido, en países de características muy diferentes, líderes incontrolables, por no citar las dinámicas de los nuevos terroristas del Daesh. No parece haber parámetros racionales para comprender determinadas decisiones, como tampoco los hay en las previsiones de los resultados de las consultas a los ciudadanos.

Esta situación global ha sido calificada de Gran Retroceso en un libro reciente de varios autores, que lleva ese título. Y también ha sido contemplada propositivamente en la película francesa Demain, de Mélanie Laurent y Cyril Dion, un nuevo mundo en marcha, al que todos estamos invitados a unirnos. Del sueño de la razón hemos despertado embargados de sentimientos muy mezclados. Pero estamos solo al final de una etapa en la que ya se anuncia otra.

Quizás el indicador más claro de cómo el Gran Retroceso se abre paso hacia la Gran Esperanza, lo podemos encontrar en gestos de personas que no se dejan doblegar por los acontecimientos adversos que les sobrevienen en la vida cotidiana. En ellos recuperamos la confianza en las capacidades de los seres humanos, las de todos, las de los mejores. Actúan como luciérnagas en la noche, marcando horizonte y sentido. Así ha sucedido recientemente ante el reconocimiento unánime del gesto heroico del joven Ignacio Echeverría, que de modo espontáneo no dudó en arriesgar su vida en un contexto de terror por impedir la agresión a una persona por parte de uno de los terroristas. O el reconocimiento a héroes anónimos como las recordadas en uno de los artículos de este número, hacedoras de solidaridad en un barrio urbano. O a quienes nos mueven colectivamente al reconocimiento del genio cultivado con su esfuerzo y humildad, porque, al hacerlo celebramos el triunfo de uno de nosotros. Que se lo pregunten a Rafa Nadal.

“Al final, nos tenemos a nosotros”, escribía Víctor Pérez Díaz en un artículo reciente. Se impone el surgimiento de formas de vida en las que surja una vida interior y una espiritualidad nueva; su cultivo nos proporcionará el humus de las virtudes morales que nos devolverán el rostro humano del otro y, con él, el propio. El suelo firme para caminar con esperanza.

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