ARTÍCULOS LITERATURA

50 AÑOS DE 100 AÑOS DE SOLEDAD (Y II)

Como quizá sepamos, aunque no hayamos leído la novela, Cien años de soledad cuenta la historia de la familia Buendía a lo largo de siete generaciones en el pueblo ficticio de Macondo, que el autor recrea a partir de Aracataca, su localidad natal.

La pareja original, José Arcadio y Úrsula Iguarán, es un matrimonio de primos sobre el que pesa el supersticioso temor (extendido en la comarca) de que, si unos parientes se casan, alguno de sus descendientes puede nacer con cola de cerdo. A consecuencia de un duelo en el que mata a su contrincante, José Arcadio, junto con Úrsula, decide irse a la sierra con otras familias. En medio del camino tiene un sueño en que se le aparecen construcciones con paredes de espejo y, preguntando su nombre, le responden que ese lugar se llama Macondo. Cuando despierta, decide detener la caravana, despejar la selva y empezar a construir ese lugar que vio en sueños y al que nombra igual.

El matrimonio tiene tres hijos: José Arcadio, Aureliano y Amaranta (nombres que se repetirán en las siguientes generaciones).  Hace ya tiempo que, en las ediciones de CAS, se incluye un árbol genealógico, pues los lectores se quejaban de confundirse con los personajes. No digamos cuando los lectores eran jóvenes alumnos de literatura hispanoamericana. Personalmente creo que, después del éxito obtenido por obras ingentes como Juego de Tronos, por ejemplo, esa objeción carece de fundamento; sin embargo, el árbol genealógico de la familia Buendía sigue publicándose. No temamos.

El pueblo poco a poco va aumentando y con este crecimiento llegan habitantes de otros lugares. Aumenta la actividad comercial y se incrementa la construcción en Macondo. Inexplicablemente llega Rebeca, a quienes los Buendía adoptan como hija. Por desgracia, llegan también con ella la peste del insomnio y la peste del olvido causada por el insomnio. En Cien años de soledad empezamos a comprender que Macondo tiene leyes diferentes para la biología, la física y la naturaleza en general. Los vivos y los muertos conviven de modo casi natural y pacífico. El gitano Melquiades regresa de la muerte con una bebida para restablecer la memoria que surte efecto inmediatamente y, en agradecimiento, es invitado a quedarse a vivir en la casa. En esos momentos escribe unos pergaminos que sólo podrían ser descifrados cien años después.

Cuando estalla la guerra civil, la población toma parte activa en el conflicto al enviar un ejército de resistencia dirigido por el coronel Aureliano Buendía (segundo hijo de José Arcadio Buendía), a luchar contra el régimen conservador. La guerra se alarga y el coronel Aureliano se salva de morir en varias oportunidades, hasta que, fatigado de luchar sin sentido, arregla un tratado de paz que durará hasta el fin de la novela. Después de que el tratado se firma, Aureliano se dispara en el pecho, pero sobrevive. Posteriormente, el coronel regresa a la casa, se aleja de la política y se dedica a fabricar pescaditos de oro encerrado en su taller, al terminar cierta cantidad, volvía a fundir los pescaditos en oro, volviendo a empezar desde cero en ciclo interminable.

García Márquez afirma en El olor de la guayaba, el coronel Aureliano Buendía es una alusión al general Rafael Uribe Uribe, tanto por el físico del coronel, que corresponde completamente al del general (contextura delgada y ósea, bigote afilado, mirada penetrante), como por ser ambos liberales y por el hecho de que todas las guerras civiles que iniciaron las perdieron. Tanto el coronel Aureliano Buendía como el general Rafael Uribe Uribe se unieron al federalismo triunfante en Centroamérica en busca de adeptos para desarrollar un plan continental de derrocamiento de regímenes conservadores. Ambos, además, renunciaron a la guerra como medio para resolver los conflictos políticos y sociales del país. A diferencia del coronel, Uribe murió asesinado.

La guerra en la que lucha el coronel sucedió en la historia de Colombia y es conocida como “Guerra de los Mil Días”.  Fue una terrible guerra civil disputada entre 1899 y 1902, en un principio entre el Partido Liberal y el gobierno del Partido Nacional quien fue derrotado el 31 de julio de 1900 por la alianza entre el Partido Conservador,  con el Liberal; a partir de entonces, y a pesar de dicha alianza, la guerra continuaría entre liberales y conservadores históricos. Esta guerra se caracterizó por un enfrentamiento irregular entre el ejército gubernamental (en un principio nacionalista, después conservador) bien organizado y un ejército de guerrillas liberales mal entrenado y anárquico. El Partido Conservador resultó victorioso, pero la la devastación económica de la nación fue terrible; hubo más de cien mil muertos, el Partido Nacional desapareció y, más adelante, a consecuencia del conflicto, Colombia perdió Panamá que se constituyó en estado independiente.

El coronel tuvo 17 hijos y Úrsula los bautizó a todos con el nombre de Aureliano añadiéndoles el apellido de sus respectivas madres.

Macondo conoce etapas de desarrollo y de decadencia. Sufre también la colonización de empresas extranjeras que explotan sus riquezas, como las compañías bananeras.  A lo largo del relato, conocemos la historia de siete generaciones de los Buendía, siendo la última la que señalará el final de la familia y del pueblo, pues sus destinos están íntimamente unidos. Ese destino está escrito crípticamente en los pergaminos de Melquiades que serán descifrados por Aureliano Babilonia, el miembro más sabio de toda la estirpe y padre del último de sus descendientes.

La soledad, el incesto y la muerte

A lo largo de toda la novela, todos sus personajes parecen que están predestinados a padecer  la soledad, como una característica innata de la familia Buendía. El pueblo mismo vive aislado de la modernidad, siempre a la espera de la llegada de los gitanos para traer los nuevos inventos; y el olvido, frecuente en los acontecimientos trágicos recurrentes en la historia de la cultura que presenta la obra.

El tema central de la novela, la soledad, sirve para trabar reciamente los destinos de los personajes. Estos, sea cual fuere su entidad, nacen condenados a padecerla. Es ley común y nadie se libra de ella, ni siquiera Úrsula, la madre que vive para los demás; en sus últimos años, pierde la vista y su ceguera final la hunde en “la impenetrable soledad de la decrepitud”. El ejemplo más obvio, y más subrayado por el simbolismo, es el del coronel Aureliano Buendía cuando ordena trazar su alrededor un círculo de tiza que nadie puede traspasar. La suya es la soledad del poder, y en ella, como el narrador dice, acaba “extraviado”. Más tarde, leemos: “Se encerró con tranca dentro de sí mismo y la familia terminó por pensar en él como si hubiera muerto”. Esta línea resume el significado de la soledad, su equivalencia con la muerte.

Y acaso la novela rinde aquí su clave y la razón de que estos personajes, vivos, convivan tan naturalmente con los muertos y conversen con ellos: quien vive la soledad como ellos, en términos absolutos, está ya, por su incomunicación con los otros, en un plano de vida/muerte. La soledad los sitúa en el mismo plano y les impregna de tristeza.

La soledad está impuesta por el nacimiento, la fidelidad a una ley y es marca imborrable: los repetidos Aurelianos y Arcadios tienen en común “el aire solitario” de la familia. Soledad, como forma de la desesperación, se advierte muy claramente en el caso de Aureliano Segundo, entregado a “la amarga soledad de las parrandas” inacabables. Se pierde en ellas para escapar a la soledad de Fernanda, su adusta esposa que, viniendo de fuera, ajena a Macondo, pretende aislar por completo la casa. Fernanda quiere vivir sepultada, fiel a la consigna paterna de enterrarse en vida.

En José Arcadio Buendía, el patriarca, la soledad de la locura va acompañada de imposibilidad del lenguaje; súbitamente cambia de idioma y empieza a hablar en otro, extraño (después sabremos que es latín), incomprensible para quienes le rodean. Vivirá años amarrado al tronco de un castaño, en el patio, y cuando muera seguirá en el mismo lugar con vida espectral, apenas discernible de la anterior.

La soledad de Amaranta, hermana del coronel Aureliano Buendía, es la soledad del rencor y de la muerte en vida. Vive en el odio, sólo y sola en el odio, y su comunicación con la muerte es normal, no diferente de la mantenida con quienes la rodean. Avisada de la fecha de su muerte, se ofrece a los habitantes de Macondo como mensajera para llevar noticias de los vivos a los muertos.

Sólo hay un modo de trascender la común soledad mortal: el amor. Pero el amor en estos cien años es precario y abocado a catástrofes, La razón primordial por la cual sus personajes terminan solos es su incapacidad de amar o sus prejuicios. Aunque hay parejas (muy pocas) que se aman sinceramente, no resultan fecundas, ya sea por un destino misterioso o por la maldición que pesa sobre la familia.

Normalmente, la crítica asocia las tendencias incestuosas de los Buendía con la soledad del título de la novela y el sino solitario de la familia, al cual se le refiere varias veces. El incesto y la soledad representan la introversión, el egoísmo, la incapacidad de amar, la incapacidad de darse. Es decir, representan lo contrario de la solidaridad (según la expresión del propio García Márquez). Por eso el huracán destruye la estirpe de los Buendía al final.

Proyección universal de la novela

A pesar de que la novela parte de un contexto e historia locales, sus temas la universalizan, porque hay referentes míticos, en el texto, tomados de la Biblia, de la religión judeocristiana. De manera que, si podemos notar una estructura histórica, también podemos notar una estructura bíblica (que tiene que ver con la mentalidad occidental).

Si la novela reproduce, de forma esquemática, la historia latinoamericana, reproduce asimismo los grandes relatos del Antiguo Testamento: éxodo, diluvio, etc. Pero estos relatos se incluyen en otro (la novela) que plantea un destino trágico, una búsqueda desatinada de un sentido vital inasible. De ello resulta una inversión de la finalidad de las imágenes e ideas bíblicas y cristianas; es una característica que une muchos ejemplos de la novela latinoamericana del siglo XX:  la inclusión de estos modelos bíblicos, por una parte, le dan al lector una estructura referencial para orientar la lectura, pero, por otra, al presentarse estos invertidos, representan el rechazo de las ideas tradicionales. Así pues, podríamos creer que el final de la novela es, en consecuencia, un final abrumadoramente pesimista, pues la destrucción final hace imposible “una segunda oportunidad sobre la tierra”. Sin embargo, debemos sospechar de una interpretación final reduccionista que no tenga en cuenta otros aspectos que se han ido sugiriendo a lo largo del texto.

En el continuo solapamiento del mito y la historia en la novela, se presenta siempre el tiempo mítico como un tiempo estancado al que los personajes regresan (cuando han salido) o del que nunca escapan. Ese tiempo estancado, el tiempo circular de Macondo, condiciona (podríamos decir que casi las genera) su mentalidad, su interpretación de la historia, de la ciencia, de la política, de todo lo que está fuera de ellos o más allá de ellos. En algunos aspectos, esa mentalidad está presentada como positiva, en cuanto que inocente y falta de complicaciones; pero en otros (los más importantes), el tiempo estancado parece engullir a los personajes, haciéndolos, cuando menos, extravagantes e incomunicados sociales, y, cuando más, tremendamente egoístas, crueles y déspotas. A unos y otros los envenena de soledad. Y todo ello nos lleva a las constantes humanas universales, no solo occidentales.

Úrsula es la que interpreta profunda y correctamente los signos de esta soledad, producto de ese tiempo inmóvil y circular: la causa de la soledad es siempre la falta de amor. La dimensión opuesta a esta soledad es siempre la solidaridad. El propio autor lo confirma en El olor de la guayaba: “[La soledad de los Buendía proviene] para mí de su falta de amor. (…) Los Buendía no eran capaces de amor, y ahí está el secreto de su soledad, de su frustración. La soledad, para mí, es lo contrario de la solidaridad”. De este modo, podemos interpretar las señales que aparecen en el libro indicando una posible salida al tiempo estancado, un posible sentido a la existencia.

Los personajes que se aventuran en el tiempo histórico no permanecen en él porque no se abren verdaderamente a la realidad. Pero esa realidad es presentada como incierta, abrumadora, durísima a veces; sin embargo, representa la salida al amor. Es en esa apertura, que no elige ninguno de los Buendía, donde se puede encontrar la segunda oportunidad del ser humano sobre la tierra.

En cierto modo, el huracán apocalíptico del final destruye el tiempo mítico, estancado, solitario, y barre con él a todos los que se han alimentado de él.

Esta presentación alternante y simultánea de las dos maneras básicas de afrontar la vida, abierta y cerrada, es muy del gusto del autor. A la vez, la vida se muestra, en toda su dureza, como una amalgama de infortunio y de felicidad, pero nadie que permanezca al margen de ella, sin arriesgarse a vivirla, sin abrirse, encontrará sentido a su existencia.

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