En el siglo XVII Voltaire se quejó: “Los médicos recetan fármacos de los que saben poco para curar enfermedades de las que saben menos, en personas de las que no saben nada.” Si viviera hoy, el pensador francés tendría que admitir que los médicos han aprendido mucho sobre los fármacos que recetan y las enfermedades que tratan con ellos. Los avances científicos en el campo de la medicina han sido deslumbrantes. Los médicos actuales poseen conocimientos mucho más exactos sobre los mecanismos de las enfermedades y tienen acceso a fármacos potentes y eficaces que hubieran parecido milagrosos a los médicos de la época de Voltaire.
Sin embargo, se puede argumentar que, lejos de haber aprendido más sobre los seres humanos que tratan, los médicos modernos tienen que aprender un volumen tan enorme de datos técnicos y están sometidos a tantas presiones económicas y de su tiempo que les está faltando cada vez más el entendimiento profundo de la condición humana en toda su complejidad que es tan necesaria si van a poder ofrecer a sus pacientes el tratamiento compasivo y holístico que desean.
Desafortunadamente, la parte humanística de la medicina no ha avanzado en paralelo con la parte científica. De hecho, se pone tanto énfasis en los aspectos técnicos de la práctica de la medicina moderna que muchos pacientes se quejan hoy en día de una aparente falta de empatía por parte de los médicos, una falta muy grave en una profesión en la que la empatía debería jugar un papel absolutamente fundamental. Estudios formales han demostrado que los jóvenes que deciden estudiar medicina suelen tener niveles de empatía muy altos al entrar en la universidad, bastante por encima de los de estudiantes que entran en otras facultades. Sin embargo, transcurridos pocos años, los niveles de empatía de los estudiantes de medicina suelen bajar a niveles por debajo de los de estudiantes de otras carreras. Este alarmante fenómeno continúa durante los años de formación posgraduada.
Si hay una necesidad real de humanizar o re-humanizar la medicina, podemos explorar la posibilidad de intentar conseguirlo a través del estudio de las humanidades. Siempre ha existido una relación interesante entre medicina y literatura. El número de escritores importantes que a la vez eran médicos es sorprendente. La lista es impresionante e incluye figuras cómo Pio Baroja, Torcuato Luca de Tena, Chekhov, Rabelais, Somerset Maugham, Arthur Conan Doyle, Tobias Smollett, John Keats, Oliver Goldsmith, A.J. Cronin y William Carlos Williams. Otros famosos escritores estudiaron medicina sin terminar la carrera, incluyendo James Joyce, Bertold Brecht y Henrik Ibsen.
La medicina y la literatura tienen algunas cosas en común: para practicarlas bien, se necesita un estudio profundo de la naturaleza y la condición humana. Personas que no son capaces de entender las emociones, necesidades y sufrimientos humanos y el heroísmo y grandeza de que son capaces las personas humanas nunca podrán practicar una medicina humanística ni escribir literatura de categoría.
Los médicos tienen el privilegio único de observar de cerca y acompañar a sus hermanos durante los momentos más importantes y dramáticos de sus vidas. Los pacientes revelan sus secretos y sus sentimientos más profundos de una manera que no hacen con nadie más, salvo quizás con sus parientes o amigos más cercanos.
Si el médico, expuesto a toda esta materia prima extraordinaria posee también unas capacidades literarias importantes, el resultado puede ser uno de los grandes médicos-escritores mencionados antes. El escritor escocés A. J. Cronin describió la importancia de su experiencia médica como fuente de inspiración de sus obras literarias: “Casi todas mis novelas se deben al hecho de haber practicado la medicina durante 11 años”.
Si parece relativamente fácil explicar como el hecho de ser médico pueda ayudar alguien con el talento literario necesario a producir literatura grande, es menos obvio, a primera vista, qué puede ofrecer la literatura a médicos y estudiantes de medicina, y cómo les puede ayudar a practicar una medicina más humanística, pero hay algunas pistas. Primero, habría que preguntarnos ¿cuál es el objetivo de leer literatura, literatura grande, no noveles ligeras que leemos para entretenernos durante un viaje largo en tren o simplemente para pasar el tiempo? Franz Kafka dijo: “Creo que debemos leer solamente el tipo de libro que nos hiere o nos apuñala. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta con un golpe en la cabeza, ¿por qué estamos leyéndolo? Por Dios, seríamos felices si no tuviéramos ningún libro y pudiéramos escribir nosotros mismos el tipo de libro que nos hace feliz. Necesitamos libros que nos afectan como un desastre, que nos entristezcan como la muerte de alguien que amamos más que a nosotros mismos, como estar exiliados en un bosque lejos de todo el mundo, como un suicidio. Un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que está dentro de nosotros. Eso es lo que yo creo”. Esta opinión de Kafka puede parecer un poco extrema, pero contiene algo de verdad.
La literatura grande es más que un mero entretenimiento y su lectura debería cambiarnos de alguna manera y enriquecer nuestra visión del mundo y de la existencia humana. Nos permite ver dentro de las vidas de los demás. En palabras de la escritora americana Dorothy Allison: “La ficción es la gran mentira que nos dice la verdad sobre cómo viven los demás”. La ficción es una mentira en el sentido de que no cuenta hechos reales, sino que es una invención del escritor, pero nos dice verdades profundas sobre la condición humana. El hecho de que meras palabras escritas sobre papel pueden permitirnos casi vivir las vidas de los demás o, al menos, entender mejor las vidas de los demás, independientemente de cómo de diferentes dichas vidas puedan ser a las nuestras, es casi milagroso.
El psiquiatra que vivía en Nueva York, Oliver Sacks, habló de cómo “el lenguaje, aquella invención humana, puede facilitar lo que debe ser, en teoría, imposible. Nos permite a todos, incluyendo a aquellos que son ciegos de nacimiento, ver con los ojos de otras personas”. Ver a través de los ojos de otra persona, o meternos dentro de la piel del otro es exactamente lo que es la empatía, y la lectura de la gran literatura puede aumentar nuestra empatía. La famosa escritora George Eliot creyó que era difícil pero no imposible saber y entender lo que otros seres humanos están experimentando y estaba convencida de que el escritor tiene la responsabilidad de representar el mundo, sobre todo los actores humanos del mundo, lo más verazmente posible y que solo el arte que intenta ser veraz en el sentido más profundo puede contribuir al sentido moral del lector, haciéndonos más compasivos hacia los demás. Los grandes escritores son capaces de describir los pensamientos y sentimientos de los seres humanos de manera potente, impactante y memorable y transmitirlos a nosotros, los lectores.
Hay un interés creciente en la posibilidad de que el estudio de literatura por parte de los estudiantes de medicina y los médicos podría fomentar su empatía y compasión. Por ejemplo, la lectura del pasaje en Ana Karenina de Tolstoi que describe la muerte por tuberculosis del hermano del héroe de la novela, Levín, un episodio basado en la muerte por tuberculosis del hermano de Tolstoi, permite al lector experimentar a distancia lo que siente un paciente moribundo y sus seres queridos en momentos tan dramáticos y dolorosos. Otra obra de Tolstoi, La Muerte de Ivan Ilyich, ha sido estudiada en varias facultades de medicina de EE UU con el fin de ayudar a los estudiantes de medicina a entender lo que pasa por las mentes de los pacientes moribundos y sus familiares. Hoy en día, aproximadamente un tercio de las facultades de medicina de las universidades norteamericanas ofrecen cursos de literatura a sus estudiantes, con el fin de aumentar la capacidad de los médicos de entender a sus pacientes y sus necesidades humanas y emocionales en más profundidad.
El estudio de la literatura no solamente puede ayudar a los médicos a entender a los seres humanos que tienen delante con más profundidad y tratarlos con más empatía, sino que les puede ayudar a hacer diagnósticos más precisos y con más facilidad. La capacidad del médico de hacer un diagnóstico correcto depende en gran parte de su habilidad de escuchar atentamente lo que el paciente cuenta e interpretarlo correctamente.
Leer cuentos escritos por grandes autores es una manera excelente de mejorar estas habilidades. Para conseguir esto, es importante leer en detalle, muy atentamente, no solo lo que el autor describe, sino cómo lo describe, buscando pistas que puedan no ser obvias a primera vista. Esto es exactamente lo que los médicos tienen que hacer al escuchar un paciente. Tienen que escuchar muy atentamente la historia que les cuenta el paciente, buscando activamente pistas escondidas en la historia que cuenta y en cómo la cuenta, pistas verbales y no verbales que pueden resultar cruciales y que les pueden ayudar a hacer el diagnóstico correcto. Al topar con un caso difícil, los médicos experimentados saben que a veces la única manera de resolver el problema no es pedir aún más pruebas, sino volver al paciente y tomar una historia clínica más detallada. Como dijo el famoso médico canadiense William Osler, “escucha al paciente, te está diciendo el diagnóstico”. A menudo es la historia que cuenta el paciente y no los resultados de analíticas, placas o resonancias magnéticas los que dan la clave del diagnóstico.
Los médicos son seres privilegiados. Sus pacientes comparten con ellos algunos de los momentos más importantes de sus vidas. Los pacientes y sus seres queridos que los médicos tienen delante se encuentran en una posición muy vulnerable y dependiente y esperan encontrar en los médicos no solamente el nivel apropiado de competencia técnica, sino también una actitud compasiva y empática.
Practicada de una manera humanística, la medicina es una de las profesiones más nobles, junto con la docencia y el sacerdocio. La misión del médico es sagrada y no podemos permitir que esta profesión sea degradada a un mero ejercicio técnico y frio, sea en nombre de una objetividad científica mal entendida o debido a presiones económicas. Hay que recordar siempre que los pacientes están pasando por momentos de una vulnerabilidad extrema.
El componente humanístico de la medicina no es un extra opcional, sino una parte fundamental y absolutamente esencial de la práctica médica y los médicos tienen una obligación moral absoluta de meterse dentro de la piel del paciente en la medida de lo posible, para poder ofrecerle el tratamiento competente y humanístico que merece.
Los médicos se sienten a menudo fracasados si no son capaces de curar a sus pacientes, pero esto no es en realidad un fracaso. Aunque cuesta mucho aceptarlo, la muerte de un paciente no representa necesariamente un fracaso. La muerte nos viene a todos, tarde o temprano. El único fracaso real que pueden experimentar como médicos es si el paciente siente que no ha sido tratado con humanidad y compasión. La medicina no cura siempre. En palabras de Hipócrates, la medicina es “el arte de curar cuando sea posible, aliviar frecuentemente y siempre consolar”.
En una época en la que las humanidades están siendo progresivamente marginadas en el sistema educativo quizás sea hora de reivindicar su importancia y emplearlas, sobre todo la literatura, para ayudar a humanizar la práctica de la medicina.
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