Isabel Guerra es una mujer pequeña de estatura pero grande en su interior; monja, artista, capaz de trabajar intra y extramuros… Se halla rodeada de gente que desea encontrarse con ella, felicitarla y quizás saciar su curiosidad, porque no todos los días uno se encuentra con una artista de éxito que además es monja.
Ana Gutiérrez: Isabel, muchas gracias por recibirnos. Me ha encantado la exposición. ¡Muchas gracias por este regalo! Quisiera que me contara un poco cómo empezó todo; quiero decir, su vocación artística y su vocación religiosa…
Isabel Guerra: ¡Como empezó todo!… La vocación artística creo que empezó conmigo porque, según me cuentan y según recuerdo yo también, yo no hacía otra cosa de niña más que dibujar. A los 12 años, cuando por mi cumpleaños me preguntaron qué te regalamos: acuarelas, dibujos, óleos, yo dije: óleos y cuando estos llegaron a casa y vi aquella caja en mis manos sentí una emoción especial y al día siguiente hice un pequeño cuadrito que está ahí, tan ingenuo y tan pequeñito, pero que ahí está y es la raíz de todo.
Fue ese mismo año cuando yo sentí esa llamada a ser una persona consagrada a Dios, y también sentí que quería dar respuesta a esa vocación. Lo que pasa es que a los 12 años se puede pintar, pero todavía no se puede entrar en un monasterio… Sí, lo hice con 23 años, aunque fue difícil; yo era hija única y muy deseada después de 10 años de matrimonio y de repente la niña dice que se quiere ir a un monasterio… ¡Imagínate! Fue una cosa terrible, mis padres casi se mueren…
A. G.: ¿Alguna vez temió que la vocación religiosa le impidiera desarrollar su vocación artística?
I. G.: Por aquel entonces me parecía que lo importante, sobre todo, era dar respuesta a esa llamada a mi vocación religiosa y estaba dispuesta a todo. Cuando estás enamorada tampoco te planteas muchas cosas, y piensas que eso tienes que hacerlo por encima de todo… Pero es que salió muy bien, porque el Señor ya lo tenía todo previsto, aunque yo no lo supiera. El mismo día que ingresé en el convento me dijeron: “Tú no vas a dejar de pintar, tú vas a seguir igual en tu trabajo como lo has hecho hasta ahora” y así fue y la verdad es que todo ha sido muy compatible. Una profesión como es el arte, como es la pintura, cabe dentro de la vida del monasterio, y esto está incluso hasta reflejado en la Regla de San Benito; San Benito tiene un capítulo en su regla que habla a los artistas del monasterio… Ya lo tenía previsto… Quizás estaba pensando en mí… Esto, verdaderamente, es hermosísimo. ¡Es que es algo tan adecuado para la vida monástica!
A. G.: ¿Y una vocación empuja a la otra? ¿Se llega a formar como una unidad?
I. G.: Las dos vocaciones están en ti como una unidad. No están separadas, no van paralelas. Van unidas porque en realidad la pintura, las artes en general, no son más que la expresión de lo que tú sientes y vives. Y lo que tú sientes y vives o está de acuerdo con tu vida o es algo incoherente. Si trabajas desde la coherencia tú vas a expresar lo que estás viviendo con amor y por vocación. Son dos cosas, pero para mí son una unidad.
A. G.: Hablemos de su formación como pintora. ¿Usted ha sido autodidacta, Isabel?
I.G.: Depende de lo que cada uno llame autodidacta. Yo creo que nadie en el mundo en que vivimos, puede llamarse autodidacta dentro de las artes. Porque en esta España nuestra tenemos una herencia y una riqueza de arte de siglos… Autodidacta no es nadie, todos partimos de una herencia que está ahí y que es la que realmente nos enseña. Esta herencia es el buen arte. He de decir que también se aprende de lo que no es tan bueno… por eso hay que verlo todo… Ahora, por desgracia, las galerías de arte van desapareciendo y con ellas se van perdiendo esas comparaciones que antes hacías muy fácilmente: ibas a una exposición muy mediocre y luego ibas a una buena o a otra muy buena y toda esa gama, esa gran diferencia, te enseñaba lo que realmente era bueno y aprendías muchísimo.
Ahora, la gente que empieza lo tiene más difícil porque en España, y desgraciadamente sobre todo en Madrid, las exposiciones de arte cada vez son menos. Las buenas exposiciones de fundaciones, etc. son tan solo trocitos de exposiciones itinerantes del resto de Europa que traen aquí a cambio de prestar un gran cuadro… Pero bueno, seguimos teniendo El Prado, seguimos teniendo otros grandes museos, y eso está ahí.
He de decir que yo he aprendido a base de estudiar mucho, pero desde mi propia iniciativa y siendo, en mi momento, niña rebelde que no quería tener maestros determinados porque siempre me ha parecido y me sigue pareciendo que cuando intentas aprender bajo la dirección de alguien, ese alguien va a aportar los conocimientos que él tiene, su impronta y su manera de ser, pero que puede no coincidir en absoluto con la tuya. Y lo que está haciendo es marcarte un camino del que luego, si quieres ser tú mismo, te tienes que olvidar por completo… Cuando somos jóvenes es cuando verdaderamente aprendemos; como se aprende verdaderamente a pintar es pintando. Porque en realidad la pintura es un oficio, un oficio que tiene que tener alma y tiene que tener arte. Antiguamente se decía el oficio de pintor; esto no era degradante, era lo que era y lo que es: el oficio de pintor. ¿Qué se ha perdido hoy en las Escuelas de Bellas Artes? Que nadie quiere pensar que esto es un oficio que hay que aprender. ¡Y claro que hay que aprender y estudiar y trabajar!
A. G.: ¿Cómo es la vida cotidiana de una monja artista, Isabel?
I. G.: Pues exactamente igual que las de las demás. Mientras otras hermanas están en sus trabajos, nosotras tenemos un taller de encuadernación y de restauración de libros y documentos antiguos, es decir documentos gráficos –creo que es una profesión magnífica para un monasterio–. Porque los monasterios nacieron también porque eran escuelas… San Benito, que es patrón de Europa, aportó a nuestro continente la cultura, el enseñar a leer y a escribir y a entrar en otras disciplinas, y también el enseñar a roturar los campos a los labriegos que no sabían ni eso. Es la gran aportación de la vida monástica al mundo de la cultura. La creación de un continente como es Europa se debe a San Benito y esto se ha querido últimamente obviar, silenciar y apartar. Las raíces cristiana de Europa existen por más que muchos se empeñen ahora, en Bruselas, en decir lo contrario. Eso es así.
A. G.: ¿Corremos el riesgo de perder esas raíces?
I. G.: Estamos en riesgo de perderlas, las pocas que nos quedan. Pero no se van a perder no, seguro que no, porque hay ese resto de Israel que no cometerá maldades ni dirá mentiras… Y ese resto existe también en el arte y en tantísimas cosas, que son valores del espíritu, valores trascendentales que no se van a perder, jamás. Siempre habrá unos macabeos que se vayan al monte, unos pocos, que seguirán a los que sigamos creyendo y desearán seguir al Señor… Siempre existiremos algunos que nos echaremos al monte de la verdad.
A.G.: Hablemos de su obra Isabel. Me llama la atención que en muchos de sus cuadros aparecen mujeres iluminadas por una luz, ¿por qué?
I. G.: Cuando hice estos cuadros era algo que yo me estaba encontrando dentro del monasterio, era un mundo absolutamente real en el siglo XX. Y era lo que yo recogía, porque nunca me ha gustado hacer nada artificial… Me gusta hacer algo que te vas encontrando en tu entorno cotidiano. Ir descubriendo una luz preciosa, de la que nadie se da cuenta y por la que pasas todos los días, es una maravilla. Son elementos cotidianos: una escoba, un bodegón convencional con un besugo, el tomate, la pera… Era lo que yo veía cuando tenía 15, 16 años… Y de ahí paso a un mundo donde voy descubriendo unos temas sencillísimos que cuentan una historia como es, por ejemplo, una escoba en un rincón con basura detrás, y dices ¡madre mía, pero si esto tiene vida y está hablándote de su propia historia! Al mismo tiempo tú estás recibiendo una información que a su vez te aporta tu propio pensamiento sobre lo que vives, sobre lo que haces, sobre dónde estás y por qué tiene eso belleza. Y, ¿por qué es bonito una escoba, con un poquito de basura y una zapatilla medio rota? Pues porque es vida, porque es nuestra historia, es lo que estamos acostumbrados a ver, es nuestro entorno y tiene algo de autorretrato también. Estás autorretratando tu entorno, tu vivencia, lo que te llega, lo que te gusta… y cuanto más sencillo y desnudo es el tema más llega también a los demás.
A. G.: Hemos hablado de la luz, ¿simboliza algo esa luz en sus cuadros?
I. G.: La luz es una parte muy importante del entorno del monasterio; vivimos en una casa que es verdaderamente un prodigio de luces por todas partes: el taller de encuadernación, el de restauración… También el coro de nuestra pequeña iglesia monástica tiene unas vidrieras bellísimas que están estudiadas para que el sol sea una maravilla siempre, en cada hora del día, en cada época del año… Aquello es una delicia de luz, de color, de vida. Y así es muy fácil conectar la luz que nos alumbra con esa luz que todos buscamos. Esa luz que al mismo tiempo pertenece a un espacio de intimidad donde uno se siente muy bien para orar, para encontrarse con el Señor, para disfrutar de un espacio de tranquilidad, de paz, de serenidad, de estar con uno mismo… Esta experiencia se ha perdido muchísimo en nuestra sociedad de hoy, aunque no por completo porque siempre queda ese pequeño gran resto de gente que, aunque no se atreve a decir estas cosas las piensa y cuando hablas con ellas te dicen “pues claro, si es que esto a mí me encanta, si es que esto…”, aunque no se atrevan a decirlo luego en público. Hay una cierta vergüenza por parte de la gente de decir que quiere buscar ese algo que le relacione con la trascendencia, en definitiva. Y dicha vergüenza es una pena.
A. G.: ¿Reza cuando pinta?
I. G.: Rezar, rezar, yo no sé si rezo alguna vez. El ora et labora, para lo que en realidad se creó el Cister, expresa la vocación y la vida monástica de alabanza a Dios junto con el trabajo manual diario… La palabra rezar tiene para cada uno una forma de expresión diferente… Yo prefiero pensar que si cuando estamos haciendo algo estamos en contacto con el Señor estamos orando. Y esa oración permanente, ese saber que lo que estás haciendo lo estás haciendo en presencia de la Luz, con mayúsculas, que ese Alguien no solo está dentro de ti, sino que te rodea y te envuelve, eso sí que es realmente oración.
Yo, cuando trabajo, pienso que consigo hacer de mi vida una liturgia y esa es la otra meta que tengo, además de trabajar, como monja cisterciense. Para nosotras el trabajo es liturgia y liturgia es también cuando oramos en el coro y cuando rezamos en nombre de la Iglesia el oficio divino… Porque nuestra misión fundamental dentro de la iglesia es orar. Cada uno debe hacer su trabajo con ese afán de que estás haciendo lo que Dios quiere que hagas en ese momento, y estás haciéndolo en Su presencia y con Él…
A. G.: En alguna ocasión ha dicho que la pintura es sobre todo comunicar.
I. G.: Sí, eso lo he dicho muchas veces. Para mí, la pintura es una carta abierta para todo el que quiera posar sus ojos sobre ella y me haga el honor de querer contemplarla y verla. No entiendo la pintura como algo para ti mismo que encierras en un cajón, porque un cuadro por sí mismo ni es arte ni es nada, es un objeto. Si tú lo encierras en un armario o lo metes en un cuarto oscuro donde no lo ve nadie, en un almacén, eso no existe. Ahí no hay arte. El arte se produce cuando ese objeto es contemplado por un receptor, y es en ese choque de miradas donde se produce el hecho artístico. El hecho artístico no está en el cuadro ni está en el receptor, está en ese choque de miradas… Cada persona que vea una obra va a hacer su lectura personal de esa obra según lo que le sugiera su espíritu… A veces ocurre que si la persona que contempla y entra en la dinámica de una obra que ha sido verdaderamente trabajada desde una alta espiritualidad le alcanza ese impacto que puede provocar un encuentro con el Señor. Esto es así y ocurre a veces. Y ese encuentro, ¿quién lo produce: la obra, el espectador o lo produce alguien que está, en ese momento, cruzando dos miradas y sugiriendo y hablando al corazón de la persona que se para y contempla?
Yo nunca me quedo con la ilusión de que a través de mi trabajo la gente encuentra a Dios, no… eso lo pone el Señor, eso seguro que lo pone Él… A veces, la gente me dice ¡ay, cuanta paz tiene usted!, y yo pienso, si viera usted lo que he rabiado para hacer esto, los malos ratos que he pasado para hacer esto, no me lo diría… ¿Quién pone esa paz? Esa paz la pone el Señor en el corazón de la persona que contempla.
A. G.: Dígame, ¿cuál es el papel del arte en la vida humana en general?
I. G.: Pues, hoy en día algo que la gente desconoce muchísimo. A mí, en esta exposición, me están haciendo unas preguntas con las que te quedas completamente anonadada. Y piensas, ¡lo que ha cambiado la sociedad en estos últimos 10-15 años! Hemos pasado del conocimiento profundo del mundo del arte al que se había llegado en Madrid, concretamente, al desconocimiento increíble que hay ahora mismo. Incluso personas que antes, hace 10 años, habían conseguido entender y entrar en el mundo del arte, te hablan ahora y te das cuenta de que aquello se les ha difuminado totalmente. ¿Por qué?, porque todo aquello que no se cultiva desaparece, se pierde… No veo un cultivo de las artes en este país desde hace mucho tiempo; de las artes plásticas porque, en parte, los creadores de estas somos muy individualistas; la música, por ejemplo, yo creo que ha sufrido pero quizás un poco menos porque creo que los músicos son mucho más corporativistas. Quizá porque en la música se necesita hacer música entre todos y en cambio las artes plásticas es algo muy metido en nuestro propio corazón, en nuestra propia manera de ser y ver la vida y no necesariamente tiene que corresponderse con el de al lado, es mucho más difícil. Ese individualismo que existe en las artes plásticas nos lleva a perder fuerza cuando el papel que podría jugar en la sociedad de hoy sería maravilloso. La gente está deseando tener la oportunidad de reencontrarse con las artes plásticas. Pero no se puede… Hoy en día hay jóvenes a los que se les tiene dos o tres años promocionándoles, subvencionándoles unos trabajos y luego como no han aprendido ni están educados a pintar o a ser pintores, ni se han hecho a sí mismos, nadie los conoce, y enseguida los abandonan porque encuentran a otros y dejan aparcados a estos que terminan como terminan… Pues así hay miles y miles de casos de jóvenes creativos que les han creado tan artificialmente que las pinturas pláticas no les importan nada.
Estamos en un momento difícil pero hemos de salir de él y volver a valorar y disfrutar el arte porque yo percibo en una exposición como esta cómo la gente disfruta, te da las gracias… y ves que nada se ha perdido del todo. Sí que, desde los Gobiernos, el arte plástico tendría que seguirse apoyando aunque ahora mismo es casi impensable a la vista de lo que estamos viendo en nuestros dirigentes de cualquier signo que queramos, da igual. Lo único que interesa, y mínimamente, es Ciencia y Tecnología, que me parece fantástico. A mí las tecnologías me encantan, pero ese no es el futuro de un país que está compuesto de grandes generadores en el espíritu. Nosotros nunca vamos a ser unos tecnólogos tipo japonés, no tenemos esas capacidades ni esas formas de trabajo, nosotros somos fundamentalmente creadores. Y en un país donde ya empieza a no estudiarse en el bachiller ni siquiera literatura, ¿dónde vamos a ir a parar…? La situación en este momento buena no es, aunque creo también que puede cambiar en cualquier momento. Hay que tener esperanza, hay que seguir trabajando.
A. G.: Dígame una palabra para los jóvenes españoles creativos, como usted.
I. G.: Que sean coherentes, que busquen de verdad hacer lo que sientan en su corazón, que no se dejen llevar ni del materialismo, ni de las modas, ni del consumismo, ni de lo que les aporta un trabajo fácil sino que estudien mucho y muy de verdad qué es lo que quieren decir desde su propia personalidad y que trabajen muchísimo y muy duro porque la pintura tampoco es que sea algo fácil. Requiere muchas horas y mucho esfuerzo y muy continuado. ¡Y que no se desanimen nunca!
A. G.: Dos últimas preguntas, el arte digital en el que está inmersa ahora… cuénteme su inmersión en este mundo…
I. G.: Creo que la pintura digital es algo que lamentablemente en España se conoce muy poco y muchísimo en el resto del mundo. En América se está comprando sobre todo pintura digital, y aquí la gente lo mira y se pregunta “¿esto qué es?” y cuando ya le das una explicación lo más clara posible terminan diciendo, “pero bueno, entonces, ¿esto que es…?”. Y es algo muy sencillo, es una herramienta más, como puede ser el óleo, el carboncillo, el grafito… es una herramienta más para crear arte; arte de imagen. Cuando vas a hacer un óleo o un dibujo tienes un lienzo o papel en blanco y tienes unas herramientas que tienen sus nombres: espátulas, pinceles, oleos, colores, … Tú tienes también en el arte digital un lienzo dentro de una pantalla, tienes unos software de edición de imagen donde esas mismas herramientas físicas que tenemos tienen sus mismos nombres pero son virtuales, son digitales y sobre ese lienzo en blanco vas aportando todo lo que te viene a la mente exactamente igual que en un lienzo de papel. Es igual. Lo único que ocurre es que cuando has terminado ese trabajo, que para mí es muy creativo, muy intuitivo, muy rápido en su ejecución, con miles de posibilidades que a veces te vuelves loco pensando cuál es la mejor, que parecen hasta infinitas, que las harías todas… Al final de ese proceso, cuando piensas que esa imagen está representando lo que has querido, lo tienes que imprimir y hay una variedad enorme de soportes para esa impresión: desde lienzos hasta aluminios, papel algodón con unas texturas maravillosas, que simplemente con verlos en blanco disfrutas con ellos. Y es importante que lo imprimas tú porque la pintura debe empezar y terminar con tu propio trabajo. A veces son piezas tan grandes, tan grandes, que puede que tengas que acudir a maquinarias muy profesionales que solo tienen en algunos sitios pero en una impresora normal puedes hacer piezas de dos–tres metros más que de sobra, porque estamos trabajando para la vida de hoy, no para grandes palacios.
Esto es lo que es la pintura digital en su materialidad de creación, pero por lo demás para mí está en el mismo rango de valor artístico que cualquier otro tipo de expresión gráfica. En cuanto al arte yo creo que no hay ninguna diferencia, porque la misma persona que está detrás de un carboncillo, de una espátula, de unos colores al óleo, es la misma que está detrás de un ratón. Es su impronta la que va a surgir de ahí. La diferencia es el tipo de técnica que estás empleando. Esto es una aportación de esas nuevas tecnologías que están al servicio de tantísimas cosas ahora mismo. Es como si alguien dijera a los cirujanos que están haciendo intervenciones maravillosas a través de elementos digitales que no están operando porque no tienen un bisturí en la mano. He de decir también que el arte digital tiene una durabilidad muchísimo mayor; los óleos se deterioran rapidísimamente… No podemos decir a nadie que adquiera ahora un óleo que se está comprando una cosa para siempre jamás, porque el óleo se deteriora por sí mismo muchísimo. Y necesita también un mantenimiento, necesita cada 25-30 años una limpieza, un barnizado, unas condiciones ambientales adecuadas… En cambio con estas nuevas tecnologías, según que procedimientos, tienen mayor durabilidad y menos necesidad de conservación.
A. G.: Dostoievski dijo un día en su libro El Idiota que “la belleza un día salvará al mundo…”
I. G.: Sí, esa es una frase que yo utilizo continuamente. La belleza yo la entiendo como bondad, belleza es el Dios Creador, el Dios que es bondad. Por tanto la belleza con mayúsculas es nuestra salvación y nuestra meta. Él nos ha creado, nos mantiene y nos salva. Toda belleza es una chispa de esa belleza del absoluto y precisamente por eso es la única capaz de salvar al mundo.
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