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MERCADOS DESBOCADOS: RECETA PARA UN DESASTRE

Estamos experimentando unos avances tecnológicos deslumbrantes en nuestra era pero, desafortunadamente, no siempre se traducen en una mejora de vida para todos los seres humanos. Si enfocamos nuestra mirada sobre el sistema económico imperante, llama la atención poderosamente el hecho de que hoy en día, a pesar de tener la tecnología para alimentar toda la población del mundo, millones de seres humanos mueren de hambre cada año.

Todos los estudios  relevantes indican que se está produciendo actualmente un aumento importante en las desigualdades. La distancia entre países ricos y países pobres –y entre ricos y pobres dentro del mismo país– está yendo a más. Desde el punto de vista pragmático, este aumento de las desigualdades es contraproducente. En palabras del premio Nobel de la economía, Joseph Stigltiz, “tenemos evidencia muy clara de que las desigualdades pueden reducir significativamente tanto el nivel como la duración del crecimiento”. Aparte de sus efectos negativos en cuanto a la eficiencia económica, esta situación representa una amenaza para la estabilidad social y política del mundo. La historia de las revoluciones francesas y rusas nos enseña que una sociedad injusta puede acabar por explotar, con consecuencias catastróficas. Los sorprendentes resultados recientes del referéndum en Gran Bretaña y de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, junto con el auge de partidos políticos de la extrema derecha y de la extrema izquierda en Europa, nos están avisando que el pueblo llano se siente peligrosamente distanciado de sus líderes políticos convencionales y de un sistema económico que les resulta injusto y que no les ofrece ninguna esperanza.

Otro fenómeno preocupante es el hecho de que estamos creando una nueva pobreza en los países desarrollados y teóricamente opulentos. El desempleo y el empleo precario y mal pagado son obstáculos importantes, no solamente en cuanto a la felicidad y dignidad humana de los parados y los trabajadores, sino que representan un lastre para la economía en general. La tendencia actual de convertir nuestras economías en economías tercermundistas representa un suicidio colectivo. El que gana poco, gasta poco. Trabajadores mal pagados son incapaces de mover el dinero y promover una economía de mercado dinámica.

La tiranía de unos mercados desbocados no solamente genera un terrible sufrimiento humano, sino que también pone en peligro la ecología de nuestro planeta. Los bosques, mares y ecosistemas del mundo están amenazados por un sistema económico depredador cuyas ambiciones expansivas no conocen ningún límite. Es obvio que algo no va bien en la economía actual.

Diagnóstico: desregulación y desconexión entre economía y ética

¿Cuál es la explicación de la disfuncionalidad del sistema económico imperante hoy en día? Muchos pensadores, tanto religiosos como seculares, han criticado las consecuencias negativas de una economía mundial en gran parte desregulada y escindida de cualquier consideración ética.

El Papa Francisco ha criticado duramente lo que él llama la economía del descarte, un sistema económico que, lejos de ser al servicio del hombre, relega a un número importante de seres humanos a la irrelevancia y la marginación. En su encíclica Veritatas in Caritate, su predecesor Benedicto XVI  insistió en que “la actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común”. Benedicto subrayó que, como cualquier actividad humana, la actividad económica tiene que incluir una dimensión ética: “El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano ni antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser estructurada y gestionada éticamente”.

Economistas prestigiosos como Paul Krugman y Joseph Stiglitz han expresado su profundo desacuerdo con la noción que surgió en los años 80 de que los gobiernos deberían abstenerse de regular los mercados y dejar de interferir con su funcionamiento autónomo. Según esta teoría, unos mercados liberados de la losa del estado traerían el paraíso económico a la tierra. Sin embargo, los resultados de esta política han sido muy distintos de los esperados por sus defensores.  En opinión de Paul Krugman, la desregulación de los mercados, un proceso que empezó en la era del Presidente Reagan, es en gran parte responsable de las crisis que ha padecido el mundo en los tiempos recientes. Según Joseph Stiglitz, hemos “creado una sociedad en la que el materialismo domina el compromiso moral y en la que el crecimiento rápido que hemos conseguido no es sostenible, ni socialmente ni desde el punto de vista económico”. Este experto piensa que “un individualismo salvaje, en combinación con un fundamentalismo en cuanto al rol de los mercados, ha destrozado cualquier sentido de comunidad y ha conducido a una explotación desenfrenado de los seres humanos y una creciente división social”.

¿Qué dijo realmente Adam Smith?

Los neoliberales que apoyan la desregulación de los mercados suelen recurrir al nombre de Adam Smith para justificar sus teorías. Sin embargo, su ideología se basa en una lectura superficial, sesgada e inexacta, del pensamiento del escocés que fundó la ciencia de la economía moderna.  Aunque se suele asociar el nombre de Adam Smith con su obra La Riqueza de las naciones, él mismo consideró su otra gran obra, La teoría de los sentimientos morales, más importante. De hecho, Smith fue catedrático de la filosofía moral en la universidad de Glasgow y uno de sus intereses fue intentar promover un sistema económico capaz de generar riqueza y ponerla al servicio de la comunidad. Desafortunadamente, a menudo se cita una de las frases más famosas frases de La riqueza de las naciones fuera del contexto: “Nuestra cena no depende de la benevolencia del carnicero, del cervecero, o del panadero, sino de su propio interés”. El quid de la cuestión es cómo se define el interés propio. El mismo Adam Smith consideró el concepto del interés propio de una manera bastante amplia. No somos meros individuos, totalmente autónomos, sino individuos y, al mismo tiempo, animales sociales.  En La teoría de los sentimientos morales Smith dijo: “Aunque se puede pensar que el hombre es egoísta, es obvio que hay unos principios en su naturaleza gracias a los cuales le interesa la suerte de los demás y su felicidad le resulta necesaria, aunque él no obtiene ningún beneficio de ella salvo el placer de verla”. En el fondo, según Smith, el interés en los demás y el interés propio correctamente entendidos deben ser perfectamente compatibles entre sí. Según este pensador escocés, “ninguna sociedad puede funcionar bien ni ser feliz si la mayoría de sus miembros son pobres e infelices”.

La importancia de la visión antropológica

A fin de cuentas, el sistema económico que construimos depende del concepto que tenemos del ser humano.  Si aceptamos, como Aristóteles, que la meta última de nuestra vida es llegar a la felicidad profunda o verdadera, a la plenitud humana, no podemos aceptar una definición demasiada reduccionista del término interés propio. No hay que reducir la persona humana a un ser unidimensional, al homo económicus.  El premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, comentó al respecto en 2001 que “la visión tradicional del hombre que tienen los economistas es demasiada estrecha”. En el fondo, la economía de mercado disfuncional actual es, en gran parte, la consecuencia de una visión antropológica del ser humano errónea y absurdamente reduccionista, una visión radicalmente individualista que empezó a forjarse en la época de la Ilustración.  Esta visión contrasta dramáticamente con la visión de Aristóteles del ser humano como hombre político (político en el sentido de un ser integrado ineludiblemente en la vida de su polis o sociedad), una visión compartida por pensadores cristianos como Santo Tomás de Aquino.

Tratamiento

No vamos a sacar a los pobres y marginados de su miseria desmantelando completamente el sistema de mercado, un sistema que ha demostrado ser capaz de generar riqueza y crecimiento económico, sino insistiendo en la imperiosa necesidad de introducir en todo ello profundos valores morales. Deberíamos aprovechar la capacidad del sistema capitalista de generar riqueza, pero tenemos que corregir sus graves defectos actuales para conseguir también un reparto justo de la riqueza creada. El mercado no debe ser un ídolo al que todos tenemos que adorar, un Moloch al que sacrificamos nuestros hijos, sino un instrumento al servicio del bien común de los seres humanos.  Es urgente reconectar la economía con la ética. Incluso desde el punto de vista meramente pragmático, la economía de mercado no puede funcionar bien si no está apoyada por una serie de valores humanos y éticos.  Aunque la economía de mercado se basa en gran parte en el concepto de la competencia, para funcionar eficientemente es imprescindible que los diferentes actores dentro del sistema puedan fiarse entre sí y que los clientes se fíen de las empresas y de los productos que ofrecen. La confianza mutua tan necesaria ha sido seriamente erosionada por unos compartimientos inmorales y escandalosos por parte de algunos banqueros, empresas  y  políticos, y las bolsas, en vez de funcionar como fuentes de inversión para las empresas, se han desconectado en gran parte de la economía productiva y se han convertido en gigantescos casinos donde especuladores juegan con el bienestar de todos nosotros.

Es hora de volver a reconocer la dignidad del ser humano en toda su complejidad y en sus relaciones interpersonales y sociales. Si somos capaces de recuperar esta visión más holística y social del hombre, podemos aprovechar la capacidad del mercado de crear riqueza, evitando al mismo tiempo las injusticias y desigualdades actuales. Una sociedad justa y una economía justa sólo serán posibles si las construyen y gestionan hombres justos que reconocen su interdependencia y su inviolable dignidad.

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