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SOLEDAD, UNA EPIDEMIA EN EL MUNDO ACTUAL

La soledad perjudica seriamente la salud. Podría ser un titular de prensa, el título de una película, pero es una cruda realidad. Según el Diccionario de la Real Academia Española, la soledad es la carencia voluntaria o involuntaria de compañía; o también, lugar desierto. En su tercera acepción, el pesar y melancolía que se siente por la ausencia, muerte o pérdida de alguien. El poeta John Donne (1624) escribió en su Meditación XVII, perteneciente a Devotions Upon Emergent Ocasions: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”. Nos quedamos con la frase “nadie es una isla completo en sí mismo”.

La soledad es un problema real que afecta cada vez a más personas de todas las edades y no sólo a las personas mayores, como se suele pensar. Lo cual nos lleva a pensar si hay soledad buscada y deseada o siempre es inducida por la matriz ambiental del ecosistema social de cada persona, llevando a situaciones no deseadas, que generan falta de calidad de vida o incluso enfermedad.

Hay momentos de soledad buscados como forma de encuentro personal con el interior de cada cual o meditación en una búsqueda de trascendencia, de estos no hablaremos aquí porque tienen un fin positivo y son buscados por la persona de forma intencionada. Jesús de Nazaret buscó la soledad en muchos momentos de su vida, mostrado en numerosos pasajes evangélicos (Mateo: 14, 23; Marcos: 1, 35; Lucas: 9, 10; Juan: 6, 15). Citaremos un ejemplo, En aquel tiempo, el Espíritu empujo a Jesús al desierto (Marcos, 1, 12-15). El desierto como metáfora y realidad de la soledad deseada para un encuentro con la profundidad del ser y el infinito; un lugar para la trascendencia y el encuentro, para los creyentes, con Dios desde la inmensidad del ser en soledad. Un encuentro con el lugar interior que todos tenemos, donde nos encontramos a nosotros mismos. Pero el desierto también puede ser una metáfora de la soledad profunda que puede generar la sociedad actual. Hay desierto para muchas personas en nuestras ciudades.

El filósofo Martin Heidegger se retiró a una pequeña cabaña en la Selva Negra y allí, en soledad, realizó sus más brillantes escritos; una soledad fecunda y buscada. Pero no es éste tipo de soledad el que nos preocupa. Resulta muy indicativo que Theresa May, en el Reino Unido haya creado el Ministerio de Soledad (Minister for Loneliness), dirigido por Tracey Crouch actual secretaria de Deporte y Sociedad Civil, debido a que, según sus propias palabras, “para demasiadas personas la soledad es la triste realidad de la vida moderna”. En el Reino Unido, hay más de nueve millones de personas que siempre, o con mucha frecuencia, se sienten solas. En España, seis de cada diez personas están en soledad no deseada. Según datos del informe La soledad en España, de 2015, uno de cada 10 españoles admite sentirse solo con mucha frecuencia. Es decir, 4,6 millones de personas en nuestro país (el 8% de la población) se sienten solas habitualmente. Dos millones de ancianos en España se sienten solos y más de cuatro millones y medio de personas se sienten solas de manera habitual, es decir, un 8% de la población. En España esto no se ha entendido desde hace años, al igual que la caída demográfica de la que la Organización Mundial de la Salud lleva avisando desde hace diez años. En España hace falta un Ministerio de la Soledad y la Familia. Un alto porcentaje de personas en nuestro país que ahora tienen menos de 50 años no tendrá nietos. Grecia, Italia y España muestran los niveles más altos de soledad.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, los hogares formados por una sola persona crecieron en 2017 un 1,1% con respecto a 2016 hasta alcanzar los 4,7 millones, lo que supone el 25,4% del total de los hogares españoles, la población incluida en estos representa el 10,2% del total. En 2017 había 49.100 personas más que en 2016 viviendo solas. En el caso de los hombres los hogares unipersonales más frecuentes estaban formados por solteros (58,3% del total). En las mujeres, la mayoría de hogares unipersonales estaban formados por viudas (47,5% del total). Europa envejece y la soledad va camino de convertirse en la principal enfermedad de Occidente, generada por una sociedad sin hijos, con menos familias y más desestructuradas, en un marco de profundo individualismo. En septiembre de 2017, el diario El Mundo publicaba un artículo con el título La epidemia de la soledad ya supera a la obesidad como amenaza para la salud. Se manifestaba que, basado en datos de un extenso estudio llevado a cabo en Estados Unidos, Europa, Asia y Australia, “la soledad -entendida como aislamiento social- puede representar mayor amenaza para el sistema sanitario que la obesidad” y que, además, “la conexión social puede reducir en un 50% la muerte prematura de quienes están -y no sólo se sienten- completamente solos”.

La soledad aumenta el riesgo de mortalidad, y su magnitud supera muchos de los principales indicadores de salud habituales”, sostiene Julianne Holt-Lunstad, principal responsable del estudio al que alude el citado diario. Las relaciones sociales son un indicador de salud, según los criterios comúnmente utilizados para determinar las prioridades de la salud pública. De acuerdo con el artículo citado, en España, un informe conjunto entre la Fundación Axa y la Fundación ONCE advirtió en 2015 que los españoles se sienten solos. La mitad de la población española admite haber sentido, en algún momento, cierta sensación de soledad en el último año, que uno de cada 10 españoles (más de cuatro millones de personas) se sentía solo con mucha frecuencia y que en torno a un 20% de españoles vive solo, y de ese porcentaje, un 41% admite que no lo hace porque quiere sino porque no le queda otro remedio. Es decir, hay muchas personas que viven solas por imperativo de su realidad. En España tenemos nueve millones de pensionistas. Seguro que algunos están solos y todos se sienten solos ante un Gobierno que no reconoce su derecho a una vida digna tras una vida de sacrificio y trabajo.

La indignante subida de las pensiones es una bofetada a una ciudadanía que no se lo merece, y que acusa una grave soledad. También es soledad social la que tienen esas madres de España que cuidan solas a sus hijas e hijos. Esas que reparten el tiempo entre su trabajo, a veces el cuidado de mayores dependientes y la educación de sus hijos e hijas, con una responsabilidad desproporcionada de apoyo al colegio por un deficiente sistema educativo. El médico y catedrático sevillano Dr. Jaime Rodríguez Sacristán, en su libro El sentimiento de soledad (1992, Editorial Universidad de Sevilla), expone que “el fenómeno solitario es polimorfo. El sentimiento de soledad es una experiencia humana que no tiene nada de simple. Está compuesta por emociones, intuiciones, razonamientos y elaboraciones psicológicas como el sentimiento de angustia y vacio en el tiempo. Si agrupamos todas estas vivencias en su conjunto podemos hablar de la Constelación de la Soledad que se encuentra cerca de la Constelación de la Tristeza y del Mundo del Dolor”. Para Rodríguez Sacristán, “la palabra soledad no es neutra. Cualquiera que se enfrenta con ella sabe que no es una palabra cualquiera y que tiene que ver con áreas muy profundas de la persona. Detrás de la palabra soledad se esconden vivencias muy diversas y complejas que tocan lo más profundo de la persona”. El jesuita y sociólogo José María Rodríguez Olaizola en su libro Bailar con la soledad (2017, Sal Terrae), nos manifiesta que “la soledad es un sentimiento complejo que a veces trae paz pero que en otras ocasiones nos abruma sin que sepamos bien qué hacer con eso que remueve en nosotros”.  Según este autor, hay en el ser humano un ansia profunda de encuentro, de cercanía, de intimidad y pertenencia, por ello ser persona es ser persona en relación. De hecho, la soledad abruma a la mayor parte de las personas, y conduce a la falta de salud y bienestar.

Podríamos hablar de las redes sociales y la sensación de comunicación que representan. Incluso se habla de sociedad digital y democracia horizontal. Parece que el paradigma de las smart city traerá más felicidad a la vida en la ciudad. Nada de esto es real. De acuerdo con el sociólogo Juan Díez Nicolás, “parece que las redes sociales proporcionan compañía, pero es evidente que no, porque no sustituyen el contacto personal (Informe La soledad en España, 2015). Los jóvenes se sienten muy solos porque el mundo actual es muy competitivo y acusan la falta de trabajo y de perspectivas vitales y cuando están juntos, también están con su móvil. La distancia social no se mide en metros”. La tecnología no sólo no parece capaz de frenar la epidemia de la soledad, sino que, además, ha conseguido alterar la percepción que de ella se tiene. Cada vez más personas viven solas y las tasas de suicidio parecen estar aumentando. Las redes sociales permiten a las personas vivir vidas de aislamiento en una sociedad que se dice hiperconectada pero genera una felicidad impostada que conduce a la anomía y la soledad. Sin quitar el valor que tiene las denominadas tecnologías de la comunicación y la información no parece que ayuden a disminuir el sentimiento de soledad. El declive de la familia, auténtica unidad esencial de la sociedad, tiene mucho que ver con la epidemia de la soledad. El fortalecimiento de las familias es esencial y el capitalismo imperante en nuestro mundo occidental globalizado, que extiende sus garras hacia otros mundos, no parece el camino que deberíamos tomar. Michael Cook, editor de Mercatornet, dice que “el aislamiento social aumenta y es imposible imaginar una estrategia de gobierno para combatir las patologías sociales asociadas con la soledad sin un plan paralelo para fortalecer la familia”. En nuestras ciudades hay que generar ecobarrios con lugares de encuentro para todos, hay que permitir la estancia en la calle, multicultural y multigeneracional con individuos, especialmente las personas mayores conviviendo en plazas amables y biofílicas con familias. Sociabilizar nuestras ciudades, en general nuestro modelo social, podría reducir, según los expertos, en un 50% la muerte prematura de quienes se sienten y están completamente solos. Las diferentes confesiones religiosas de las ciudades ayudan a ello. Las Orientaciones Pastorales Diocesanas 2016-2021 de la Archidiócesis de Sevilla, inspiradas por el Arzobispo D. Juan José Asenjo Pelegrina, hablan de fortalecer el tejido comunitario en el paisaje de la cultura urbana en una gran ciudad. Crear un clima de responsabilidad misionera desde la alegría de un mensaje universal también contribuirá a alejar el fantasma de la epidemia de la soledad. Existe una propuesta de vida cristiana, de acuerdo con la Orientaciones Pastorales citadas, que incluye: la valoración de la dignidad de la persona, el deseo de libertad, la búsqueda del amor y la felicidad, las experiencias de solidaridad, la repulsa de las injusticias, la sensibilidad por la ecología, las posibilidades de comunicación que nos convierten en habitantes de una aldea global, la búsqueda sincera de sentido y espiritualidad, el despertar de un deseo de una regeneración moral, las múltiples iniciativas sociales que buscan el bien de las personas. La ciudad ofrece al ser humano, como alternativa a la soledad no deseada, muchas posibilidades para realizarse como ser personal y comunitario, para su desarrollo cultural y para la convivencia social, que nos aleja del individualismo y la lacerante soledad. La ciudad ha cambiado los modos de vida y las estructuras habituales de la existencia de las personas, la familia, la vecindad y la organización del trabajo. Hace falta una nueva orientación, una nueva sensibilidad, un cambio de perspectiva, que remueva las condiciones sociales y ambientales que generan la epidemia de la soledad.

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