Desde hace bastante tiempo –años, según recuerdo– y siguiendo el ritmo de los movimientos de población, el teatro ha centrado gran parte de sus esfuerzos en meterse, lo más a fondo posible, en estos temas. Unas veces con textos y montajes nacidos en los mismos años, otras, adaptando textos narrativos testimoniales, otras, volviendo los ojos al pasado más o menos remoto.
Hay muchas cosas en común en estas acciones pero, para no dispersarme demasiado entre más de dos docenas de espectáculos que contactan con estos problemas desde diversos ángulos, me ceñiré a la primera parte del titulo. Recuerdo en primer lugar una nueva oferta sobre una tragèdia de Eurípides que me parece que abre múltiples debates: Medea. Es una de las últimas obras vistas que me aproximó a las historias que hoy viven entre nosotros.
Una Medea que se presenta con textos de Eurípides, Séneca y la versión de Alberto Conejero y Lluís Pascual. Este último es también el director.
Una Medea extranjera, refugiada, extraña, asiática, sin bienes propios, con otra lengua, con distinta cultura, con otros dioses…
Una Medea que, en los primeros minutos de la representación aparece rechazada, humillada, rodeada por una lluvia inclemente y gritando su desesperación al tiempo que afirma: “Una mujer sola es ignorada, rechazada. Una mujer sola es temible”.
Una mujer que, en rabioso enfrentamiento con el rey que la envía a un nuevo exilio, le grita: “¿Por qué me tienes miedo? ¿porque pienso? ¿porque soy una mujer que piensa?
Una Medea que, en diálogo con Jasón el marido que la repudia, tiene que oir como éste le dice: “Yo, griego, a ti, bárbara, te he civilizado”.
Una Medea que se da cuenta de que no solo nadie la ha comprendido, sino que nadie lo ha intentado siquiera.
Una Medea que se da cuenta de que no hay vuelta atrás, que no ha ganado una nueva patria que la quiera acoger. Ha perdido, además, la patria que dejó. No hay caminos para volver…
Reconozco que es una tragedia en la que se pueden tomar diferentes enfoques. Pero hoy elijo este. Con ella he ido recuperando la memoria de muchas de las obras vistas en estos últimos meses.
La lluvia que azota a Medea me ha llevado a recordar El medico de Lampedusa. Esta vez, el agua inhóspita es el mar, el mare nostrum. Este montaje teatral es una adaptación de Anna Maria Ricart sobre el relato Lágrimas de sal, de Lidia Tilotta y Pietro Bartolo, dirigida por Miquel Gorriz, estrenada en Temporada Alta de Girona y que llegó al Espai Lliure de Barcelona al comienzo de la presente temporada.
Pietro Bartolo es médico en Lampedusa desde hace 30 años. Su vida en estos últimos tiempos está dedicada a la atención de los refugiados africanos que se lanzan masivamente al mar hasta esta pequeña isla. Es un lúcido y doloroso monólogo que se convierte en la voz de los sin voz. De los vivos y los muertos que el medico recoge en las costas de su isla. De los heridos y enfermos que acoge en su pequeño ambulatorio. De aquellos a los que intenta hacer llegar a otros hospitales más preparados. De aquellos a los que ayuda a contactar con organismos que los acojan…
Este hombre de mediana edad, que se rompe por el esfuerzo hasta el amago de infarto, escucha y acoge todas estas historias de dolor y de pérdida. Escucha la sensación de angustia y fracaso de aquel hombre que no tuvo mas que dos manos para intentar salvar de las aguas a tres miembros de su família…
Todo esto me vuelve a recordar otras obras vistas, como la tetralogía de Mouawdi o la Berenice de Jean Racine, la historia de otra mujer extranjera a la que se sacrifica por razón de estado. Tantas obras vistas y por ver con la temática afín de las personas en riesgo de exclusión por extranjeros, pero, también, por rechazados en su propia tierra. Considerados como desechables.
Otra visión del exilio, también de mano de los griegos es Edipo. Esta tragedia de Sófocles, dirigida por Oriol Broggi y protagonitzada por Julio Manrique, comienza con un falso exilio, aunque desconocido, y acaba con un verdadero exilio. El tratamiento es diferente. Un guerrero extranjero salvador de la ciudad, no es alguien que se presente con las manos vacías. Es pues acogido, celebrado y coronado rey. Aquí el rechazo no es atribuído a los hombres, se vehicula a través de los oráculos de los dioses.
Pero, ¿qué quiso decir Sófocles a sus contemporáneos? ¿qué nos quiere decir hoy? Porque el resultado es el mismo. El que creyó exiliarse para salvarse de un mal terrible termina autoexiliado, rechazado, condenado por la ciudad que abandona, pero también por todas aquellas ciudades que conocen su nombre y cuentan su historia. ¿Es solo el miedo a las maldiciones de los dioses o es el miedo a esa persona a la que no se conoce, de la que se cuentan unas cosas y no otras… el terrible desconocido?
Despojado del ropaje del mito antiguo, Edipo se nos aparece hoy como el hombre inteligente que se atrevió a liberar a otros de un terrible castigo impuesto por el poder. Muchos exiliados y condenados a lo largo de la historia han seguido el mismo camino.
Si hoy hubiera un oráculo tal vez dijera: Maldito el país en el que una idea vale más que la vida de un ser humano. O algo así.
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