ARTÍCULOS CINE

UN KANGURO EN EL VATICANO

En 2016, HBO lanzó la serie El joven Papa, de Paolo Sorrentino. En plena fiebre del fenómeno series pasó algo desapercibida, reivindicamos aquí la importancia de una obra influyente y perdurable.

Nos encontramos en el indeterminado siglo XXI, época a la que por el momento cuesta titular con una sola frase de cabecera. Posverdad, relativismo, mucha información, poco análisis, cambios que no se consolidan, populismos, crisis económicas y de valores, redes sociales, fenómenos migratorios, amenazas terroristas y cibernéticas, balanceo de poderes hegemónicos, cambio climático. Está resultando muy complicado disponer del tiempo, la humildad, el conocimiento y la disposición para poder revisar todos estos asuntos desde una posición objetiva y con la necesaria distancia. Al acecho se encuentran los muchos pescadores que agitan las redes del río revuelto para crear más confusión y caos. El miedo ahora ya no es solo algo identificable o diagnosticable como lo son un ejército o una enfermedad, el miedo es invisible, indeterminado, caótico y amorfo, se crea, se transforma, desaparece y vuelve a aparecer con otro rostro. Vivimos en la sociedad de la ansiedad.

Imaginemos la siguiente situación: un nuevo Papa es recién nombrado. Recorre los salones interiores de San Pedro esquivando las figuras pétreas de la alta curia romana. Aparece en el balcón de San Pedro y con tono mitinero pronuncia su primera frase en público: “Os hemos olvidado. Olvidamos la felicidad, cuyo camino es la libertad”.  Un momento después se dedica a enumerar todo aquello que, según él, ha separado a la Iglesia de conseguir dicha felicidad. Resulta urgente renovar las ideas respecto al matrimonio homosexual, el celibato sacerdotal, los métodos de anticoncepción y fecundación, la situación de la mujer religiosa dentro de la jerarquía, el aborto o el suicidio. Una tormenta cae en ese momento sobre la plaza de San Pedro y la multitud congregada se dispersa. Sin embargo todo ha sido un sueño, el sueño del joven papa Pío XIII, el norteamericano Lenny Belardo, interpretado por Jude Law.

Este es el planteamiento inicial de Paolo Sorrentino para arrancar El joven Papa (2016), director y escritor de la serie y de otras películas de gran influencia en el actual cine europeo y mundial. Sorrentino llegó al cénit de su fama con La gran belleza (2013), un barroco homenaje a la Roma de la dolce vita que profundizaba con ácida sensibilidad en la pérdida de la ilusión por parte de toda una generación. Su ya mítico protagonista, Jepp Gambardella, paseaba con actitud de dandy por una Roma soñada plagada de personajes nacidos de una mente que pudiera combinar las obsesiones de Federico Fellini y las de David Lynch. Independientemente de la forma, Sorrentino tocó fibras que van más allá del estilo, consiguiendo nuevamente hacer de Roma la ciudad eterna, sumidero de las penas y glorias universales. Pero el éxito total de La gran belleza, con su particular análisis posmoderno del hombre del siglo XXI, no debe ocultar que en la carrera de Paolo Sorrentino hay otros muchos temas dignos de mención. Uno de los más importantes es el poder y sus derivaciones: esto se percibe tanto en el Las consecuencias del amor (2004) como sobre todo en Il Divo (2008). Si en la primera esta relación es más sutil pero aun así reconocible, en la segunda la vinculación es directísima ya que se trata de una biografía muy particular del controvertido Giulio Andreotti, oscuro personaje de la política italiana durante los convulsos años 90. Sorrentino no se ha quedado aquí y su próxima película es una aproximación a Silvio Berlusconi, nada más y nada menos. En resumen: Paolo Sorrentino es un fino cirujano del hombre actual y de las relaciones de poder. Pocos cineastas más adecuados para intentar penetrar a través de los anchos muros del Vaticano, a la vez llamando la atención de la adormilada sociedad actual del confuso siglo XXI.

El nombramiento del Papa Francisco con la renuncia previa de Benedicto XVI supuso un hito en la historia que fue aceptado, en general, con bastante naturalidad por el catolicismo. Este hecho junto con la elección de un Papa que en apariencia tenía un perfil muy distinto al anterior, más cercano al pueblo y a una supuesta “progresía, llamaron la atención de Sorrentino y le convencieron para embarcarse en una empresa que hoy día no está tan de actualidad como en el pasado: el análisis del hecho religioso. Directores como Dreyer, Buñuel Bergman o Woody Allen han tratado el tema de forma personal y con profundidad a lo largo de sus carreras, sin embargo hoy día es más complicado encontrar autores interesados en el hombre como animal religioso y sólo excepciones (sublimes) como el Silencio (2016) de Scorsese nos vuelven a plantear las cuestiones sobre uno de los aspectos más enigmáticos del alma humana. La serie de Sorrentino se puede ver como una sarcástica crítica a la jerarquía eclesiástica, pero resultaría pobre quedarse en ese nivel de análisis. Bien es cierto que el director nos exige mucho y que las múltiples capas que se van creando en la serie a menudo plantean tantas incógnitas que es necesario hacer un ejercicio de reposo antes de caer en la irritación por saturación.

El Papa Pío XIII es el eje sobre el que gira todo el repertorio de los excesos formales, estilísticos y narrativos habituales de Sorrentino, creando un Papa que no ha existido ni existirá pero que pretende dejar huella. En una sociedad que parece haber dado la espalda a la espiritualidad, aquí se capta la atención del espectador a la fuerza, asumiendo los riesgos que eso supone. Lo que consiguió Scorsese en Silencio por la vía de la austeridad, la severidad y la introspección, aquí nos lo encontramos en su otra cara de la moneda. Un Papa “irritable, intransigente y vengativo”, según sus propias palabras, que avisa a sus colaboradores de que “no conocerán nunca lo que realmente piensa”. Un Papa que se presenta altisonante y en penumbra ante sus fieles y que combina el humor más negro con el despiste de mal gusto (“no creo en Dios…. bueno, es broma”, le dice a su confesor).

Todo lo anterior es provocación, el objetivo es colocar al espectador en una situación incómoda, al creyente y al no creyente. El contrapunto a tales extremos lo ponen los colaboradores del Papa, los personajes secundarios representan los arquetipos que ponen en jaque al inaccesible Belardo. Un acierto consiste en situarlos en el mismo nivel de inteligencia y reflejos emocionales que el todopoderoso Papa, lo que genera algunas de las escenas más memorables y sugestivas de la serie proporcionando así a la historia una estructura narrativa y evolutiva más que interesante. Destacan los enfrentamientos protagonizados con su rival el cardenal Voiello (Silvio Orlando), tan ambicioso o más que Belardo, tan sarcástico o más, tan inseguro o más. La hermana Mary, caracterizada por Diane Keaton (la heterogeneidad, brillantez y entrega del reparto es otro de los puntos fuertes de la serie) interpreta el papel de consejera-madre, y es quizás la parte de menos interés de la serie ya que le toca hacer de enlace con el pasado de Belardo. Los misterios sobre su infancia y juventud no dejan de resultar convencionales y cojean por obvios, el disfrute de esta obra va más por el camino de lo teológico y lo filosófico que de lo psicoanalítico. El resto de curia, los grandes mandatarios, y los personajes protagonistas de su pasado son utilizados por el personaje principal y sólo los acepta si le proporcionan algún beneficio. Casi todos ellos representan la pétrea y sufrida Iglesia del pasado y Sorrentino no disimula en caricaturizarlos incluso físicamente.

Pero hay otra Iglesia, y otros encuentros que se producen con aquellos personajes que consiguen traspasar la coraza defensiva que luce Belardo. El padre Gutiérrez, sensato, noble y mariano, es la mano ejecutora amable e inteligente. Javier Cámara consigue de nuevo crear ese personaje que tan bien le sale: el empático a pesar de todo. Cumplidor y fiel pero con un grado importante de libertad en su hacer y pensar, desarma por el autocontrol y la sensatez que proyecta, “mi mente es una grieta” le confiesa Belardo delante de la Pietá de Miguel Ángel mientras pasean por un San Pedro vacío de acuerdo a  las órdenes del agorafóbico Sumo Pontífice. Esther, la esposa de un guardia suizo, representa al cristiano de base, también la tentación y el recuerdo del otro camino que nunca se tomó. A estos dos personajes Belardo les da un trato especial, sin el nivel de exigencia que deben soportar el resto y siendo las puertas de la esperanza para un Papa perdido en dudas de poder, de confianza y de fe.

La puesta en escena es uno de los fuertes de Sorrentino  y la serie transcurre casi al completo dentro de los muros de la Basílica de San Pedro. Merece la pena recrearse en la reconstrucción de la Capilla Sixtina y en los austeros aposentos habitados por personajes de gran poder. Los jardines son un lugar de encuentro y desencuentro que  permiten a los protagonistas hablar más de lo mundano y así escapar de los corsés y los automatismos intramuros. El cardenal Dussolier, amigo de la infancia de Belardo lo define como “un lugar que huele a incienso y muerte”, una “ciudad de almas perdidas” según la maternal hermana Mary. Sorrentino se esfuerza en que percibamos esas mismas sensaciones: la cruda, impoluta y muy definida imagen, los ecos de los pasillos y una selección musical por momentos sorprendente y anticlímax nos contagian de los desasosiegos de los atribulados personajes.

El joven Papa es una historia sobre la redención y sobre la transformación. En un giro lento, prolongado, muy sutil y prácticamente imperceptible conseguimos sentir que una especie de círculo comienza a cerrarse según avanza la serie. Sin necesidad de hacer un encaje perfecto y rutinariamente satisfactorio el espectador entiende que las grandes preguntas deben tener sencillas respuestas, porque no damos para más.

Entre tantas bravuconadas, desprecios y temores, Lenny Belardo no tiene más opción que rendirse a las palabras de San Agustín que muy al comienzo de la serie recita la hermana Mary: “Si quieres ver a Dios tienes los medios para hacerlo: Dios es amor”.

Comments

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Solicitamos su permiso para obtener datos estadísticos de su navegación en esta web, en cumplimiento del Real Decreto-ley 13/2012. Si continúa navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Más Información

The cookie settings on this website are set to "allow cookies" to give you the best browsing experience possible. If you continue to use this website without changing your cookie settings or you click "Accept" below then you are consenting to this.

Close