La cantante Mari Trini, en 1993, nos cantaba una canción, Ay Señor, que viene al caso hoy, cuya letra decía: “¡Ay Señor! Si supiera la manera de traerle a la tierra por segunda vez abriendo puertas de par y en paz. ¡Ay Señor! Entre bombas, misiles, promesas y hambre gente muere. ¡Ay Señor! Plante usted en este mundo un poco de cordura por favor. ¡Ay Señor! No tiene usted ni idea de lo mal que está la Tierra desde que usted se fue. ¡Ay Señor! Si supiera la manera de traerle, ¡Ay Señor!”. Decía Joseph A. Grinblat en su artículo La inmigración, un asunto de importante preocupación, publicado en Atlas de las Migraciones (2010, Le Monde y UNED) que “una de las características de las poblaciones humanas desde la noche de los tiempos, son los desplazamientos de los individuos de un lugar a otro en función de las circunstancias”.
El ser humano moderno, el Homo sapiens, se dispersó desde su cuna africana hacia todos los continentes en busca de nuevos territorios (recomendamos leer Sapiens De animales a dioses, de Yuval Noah Harari, 2015, Debate). Pero hoy este hecho, el desplazamiento de seres humanos, ha alcanzado una dimensión que asusta. Muchas migraciones han sido verdaderas invasiones con consecuencias desastrosas para los seres humanos invadidos, tenemos muchos ejemplos a lo largo de la historia de este planeta. En el citado Atlas de las Migraciones, que llama al Planeta Tierra el Planeta Emigrante, se cita una frase de Antonio Guterres, alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, que dice “el siglo XXI será el de los pueblos en movimiento”. Pero la mayor parte de estos movimientos no son deseados, son forzados. A nadie le gusta el desarraigo de su tierra; en su inmensa mayoría, las migraciones son obligadas por recursos y condiciones ambientales, que incluye no solo procesos naturales sino sociales y económicos. La evolución natural de la Tierra con sus contingencias naturales, no inducidas por el ser humano, ha motivado movimientos poblacionales. De acuerdo con Jesús M. Castillo, “actualmente millones de personas en todo el mundo se mueven buscando mejores condiciones de vida y ya son, aproximadamente 200 millones las personas que viven fuera de su país de origen” (Migraciones Ambientales. Huyendo de la crisis ecológica en el siglo XXI, 2011, Virus Editorial).
Hoy hemos introducidos modificaciones en el funcionamiento natural del planeta, como el cambio climático de origen humano, que motiva migraciones ambientales climáticas de miles de personas. La globalización depredadora, el ansia del dominio de recursos, como la energía, los minerales y el agua, el negocio de las armas generan hoy, inducidos por nuestro propio modelo social, movimientos de poblaciones que muestran imágenes y realidades que no deberían ocurrir. Me temo que lo que vemos cada día en los medios de comunicación modifica nuestra sensibilidad haciéndonos más tolerantes al horror que generamos. Pero nos queda mirar desde la conciencia.
En el año 2015 llegaron a las fronteras de Europa un millón de personas, de acuerdo con Gemma Piñol-Jiménez en La integración de refugiados en el marco europeo: el papel de las ciudades. Una crisis humanitaria a las puertas (cerradas) de Europa (Los refugiados, 2016, Temas para el Debate) de acuerdo con el editorial de la citada revista, que manifiesta también que “la Unión Europea ha estado durante los últimos años tan encerrada en su caparazón, tan obsesionada por su inestabilidad financiera, primero, y económica y política, después, que ha escondido la cabeza ante el resto de los desafíos que tenía a sus puertas”. Uno de estos desafíos, crucial hoy, lo constituye el fenómeno migratorio. En el año 1988. Monseñor Narcís Jubany, Cardenal-Arzobispo de Barcelona, redactó un brillante documento, denominado La Virgen María en la vida cotidiana, que tiene un apartado denominado Entre los emigrantes y exilados (páginas 31-32). Nos recuerda el Evangelio de San Mateo (2, 14-15): “José, avisado por un ángel del Señor, se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto y allí estuvo hasta la muerte de Herodes”. Nos regala Monseñor Jubany un mensaje, especialmente para los católicos, al decirnos que “María es emigrante y padece el exilio, y nos invita a todos a compartir con ella sentimientos maternales de acogida y ayuda hacia quienes, de una forma u otra, se ven obligados a abandonar su tierra o su hogar y acogerse a la hospitalidad de otros lugares”. Recuerda Monseñor Jubany un documento de los obispos catalanes, de los años ochenta, denominado Raíces cristianas de Cataluña que expresaba: “Hemos de incluir también entre nuestros deberes sociales el de la acogida, cordial y generosa, a los que han venido a compartir nuestra vida desde otras tierras y, por parte de éstos, el de la solidaridad con su nueva comunidad”. España, que no debería olvidar sus raíces cristianas, ha sufrido importantes fenómenos migratorios de su población, hacia el exterior, recordemos la terrible migración al finalizar la Guerra Civil, o las migraciones a Alemania y Suiza, o las migraciones entre regiones buscando una vida mejor, o las migraciones del campo a la ciudad, que aún existen, esperando encontrar una vida con más posibilidades. España entiende de migraciones y no puede ser insensible al problema. Los católicos no pueden permanecer al margen como si fuese problema que no nos concierne. Las migraciones son un problema muy complejo y sus causas son lejanas y próximas.
Una parte del problema de África en relación con los fenómenos migratorios es el intenso proceso colonizador que desarrolló Europa sobre este continente que se repartió, ordenó a su antojo y conveniencia, explotó y abandonó de diferentes maneras. Recomiendo leer el libro El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa. Las causas más próximas tienen que ver con el cambio climático, la expoliación de recursos y las guerras –con el terrible negocio de las armas– por motivos económicos, como recuerda el papa Francisco, o de geopolítica imperialista. ¿Cuántos migrantes ha generado la incomprensible guerra de Siria que dura ya siete años? La guerra como gran negocio, y no importa ni sufrimiento ni la migración de familias que, como la sagrada familia de José y María, tienen que abandonar su hogar o morir. Los católicos no podemos callar. Edmund Burke, en el siglo XVIII, dijo que “para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada”.
El papa Francisco nos avisa de forma continua sobre la injusticia que suponen las guerras, todas por motivos económicos, y también sobre el drama de las migraciones. El papa Francisco nos convoca a no permanecer en silencio ante estos hechos y actuar desde la fuerza y la alegría que nos da el Evangelio. Ángela Merkel ha dicho que “la migración ilegal es uno de los grandes problemas que afronta la Unión Europea, por ello la coordinación entre los socios es fundamental”. Esto nos conduce a tres posibilidades. La primera es desarrollar una estrategia de contención dura que impida el acceso de los migrantes. La segunda es llevar a cabo una ejecución real de los acuerdos de acogida, recibiendo un número adecuado de migrantes. La tercera es actuar en origen, ir a las causas de las migraciones para lograr que quien no desee emigrar no tenga porque hacerlo. Este sería el verdadero camino. Esto no quiere decir que no admitamos inmigrantes, quiere decir sencillamente que impidamos que se mueran en el camino o alcancen situaciones indignantes en nuestros países si consiguen entrar. Los programas de cooperación al desarrollo son esenciales, y los hemos olvidado, pero también las acciones que impidan el inicio de guerras y la persistencia de las mismas con pasividad permisiva de las naciones.
El papa Francisco ha escrito un bello documento, la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia Sobre el amor en la familia, y vemos lo ocurrido en Estados Unidos de familias migrantes encerradas, y niños separados de sus padres. Afortunadamente, Donald Trump rectificó. Hay mucha tristeza entre los muros de los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) en España, pero más en sus países de origen. En el año 2015 llegaron a Europa un millón de personas. Decía el papa Francisco en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium La Alegría del Evangelio, que “la solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada”. El problema de las migraciones forzadas es el de siempre, ricos contra pobres, explotadores y explotados, insolidaridad para un crecimiento desmedido de unos pocos.
Don Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla, lleva tiempo criticando la “actitud inhumana y profundamente insolidaria de Europa ante los refugiados. El corazón de los cristianos algunas veces se contagia con actitudes mundanas como el rechazo de lo distinto, la valoración de las situaciones sociales sólo desde una óptica económica. Ninguna sociedad puede tenerse por cristiana si desoye el clamor de inocentes que necesitan ayuda”. Este pasado verano hemos podido ver los medios de comunicación llenos de información sobre el problema de los migrantes y la actitud de los países de Europa.
En Huelva, hubo una cumbre al respecto entre Angela Merkel y Pedro Sánchez. El Aquarius ha sido noticia de portada y hemos visto discutir sobre cuotas y repartos, y también sobre dónde ubicar a los niños. Un drama. Y el mediterráneo sigue siendo una triste tumba silenciosa para seres humanos invisibles. La xenofobia y la migratofobia –quizás también la aporofobia, neologismo de Adela Cortina– impregnan Europa de manera rápida. Las concertinas se llenan de sangre y sólo pensamos en cómo frenar a los que quieren vivir. Quizás es un nuevo negocio para las armas; y un negocio para los que las traen ilegalmente, pero las traen; habría que pensar sobre esto. Ante el horror que presenciábamos, el Arzobispo de Sevilla ha vuelto a iluminarnos, manifestando “los países ricos de Europa deben socorrer a África”. Hace falta “una ayuda importante y solidaria de Europa, una especie del Plan Marshall”, para generar una situación de desarrollo posible para África, sin intereses que no respondan a una actitud humanitaria que genere un bien común colectivo, es decir, “un modelo de Desarrollo Humano Integral”, nos manifiesta el Arzobispo de Sevilla siguiendo el modelo de desarrollo, de inspiración evangélica, del papa Francisco. Dios nos ha enviado un Papa que ilumina los grandes debates y crisis de la humanidad. Para solucionar este problema hay que huir de actitudes violentas, la violencia solo genera violencia, además de sufrimiento y desamor.
España debería meditar su venta de armas a países que intervienen en conflictos, que generan migrantes y muerte, y seguir las recomendaciones de la Organización de la Naciones Unidas y del Parlamento de Europa al respecto, que son muy claras. Es terrible tener que decidir entre paro o generación de migrantes forzados y muerte.
Este verano hemos asistido a repartos de cuotas de migrantes y una evidente falta de espacios para su acogida, especialmente niños. Un drama humanitario que no resolvemos bien. El Gobierno de España y la Junta de Andalucía van a gastar más de diez millones de euros para demoler, por sentencia judicial, el Hotel Algarrobico construido ilegalmente en la costa de Almería. Llevo años pidiendo su amnistía, España sabe de amnistías, y su conversión en un Centro Europeo de Acogida para Migrantes.
Pido desde aquí a la Presidenta de Andalucía, Susana Díaz, y al Presidente de España Pedro Sánchez que consideren la idea seriamente. La no demolición del hotel y su conversión en lo que propongo, con la ayuda de Europa, seguro que Angela Merkel estaría de acuerdo, sería un buen camino para demostrar esa humanidad de la que hoy parece tenemos carencia. Los cristianos, seguidores de Jesús que sufrió la persecución y la angustia de la migración, debemos meditar este tema y no permanecer impasibles. El Evangelio no admite interpretaciones y nuestra alegría está en contribuir a su materialización, en todos los ámbitos, en este mundo convulso y doliente en el que vivimos.
Comments