La casa de las palabras, el salón de Plenos del Congreso de los Diputados, se ha llenado en estos últimos días de noviembre de muchas palabras que han puesto “en la sangre limaduras de hierro”, en palabras de Ida Vitale.
Cuando Blas de Otero, en 1955 publicaba su poemario Pido la paz y la palabra, en una España necesitada de ellas, lo hacía con la convicción de la necesidad de que esa palabra fuera una palabra sanadora, abierta, no limitada por la censura de una época oscura y compleja. La palabra era el camino y la paz su horizonte.
En esta España de 2018, en la que nos desgastamos en tantas palabras violentas que conducen al enfrentamiento y a la quiebra de valores fundamentales como son el respeto al ser humano, a la persona que construye un modelo de vida según sus convicciones, el uso de la palabra en lo que debiera de ser la casa común en la que vivir y habitar con distintas perspectivas, el diálogo es ofensivo e hiriente y las palabras y gestos se usan no para construir esa sociedad que queremos, libre y democrática, sino para zaherir y ofender al adversario.
Así lo hemos constatado en la sesión de Plenos del Congreso el pasado 22 de noviembre, donde la Presidenta, Ana Pastor, expulsó del hemiciclo al portavoz adjunto de ERC, Gabriel Rufián, por sus insultos al ministro Josep Borrell. Espectáculo contemplado y transmitido por las redes sociales.
¿Qué hacen sus señorías en el Congreso? Nos podemos preguntar los ciudadanos de a pie. España, sus comunidades, se merecen un trabajo serio y comprometido de los que fueron elegidos para velar por el desarrollo de una sociedad más justa, para solucionar los problemas de una juventud en paro y emigrante hacia otros lugares del planeta donde encontrar un espacio de vida y trabajo, para lograr una mejora en la atención sanitaria, para construir entre todos una educación de calidad, no politizada, para la superación de una economía precaria, para atender los problemas de las mujeres y hombres que hoy pueblan las tierras de España, tantas y tantas cuestiones que hoy nos afectan como es, en el caso de España, lo que pueda deparar el acuerdo del Brexit a los pobladores de La Línea de la Concepción en su relación con Gibraltar. Peligran muchos puestos de trabajo en una zona marcada por el tráfico de drogas y la ausencia de trabajo.
No nos podemos permitir que sus señorías lleven la violencia a lo que debería ser un espacio de paz y diálogo.
Así, Blas de Otero pedía paz para la pluma y el aire, para el papel y el fuego, para la palabra y la tierra, para el pensamiento y el camino, para la obra y el hombre…y escribía en su poema El principio:
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Con Blas de Otero queremos pedir para todos la paz y la palabra.
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