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BIOFILIA: UNA REALIDAD DE NUESTRO SER

Erich Fromm (1900-1980), en su libro El corazón del hombre (1966, Fondo de Cultura Económica), discute el aspecto destructivo y violento del ser humano, lo que el autor considera la mayor cárcel de nuestra especie en relación con su capacidad de crecimiento. Para algunos, el comportamiento malvado del ser humano es su condición natural. Jean Jacques Rousseau hablaba de la bondad natural del ser humano, yo creo en ella. Entonces, ¿por qué en algunos se manifiesta la maldad que conduce a la explotación, la destrucción y la violencia? Yo pienso que son los componentes sociales y económicos de la matriz ambiental, mal enfocados para el bien común, los que inducen el mal en el mundo. No existe el mal si no se dan factores inductivos negativos.

El alejamiento del Paraíso por el pecado, manifestado por el desapego a la bondad y al apoyo mutuo. La matriz ambiental plagada de factores negativos, carencias básicas y ambición sin límites conduce al ser humano al mal. Si cambiamos las condiciones materiales (formas y relaciones de producción) y nos acercamos a la Naturaleza, una vuelta al Paraíso Perdido, el ser humano no manifestará esa maldad que es cierto que tiene dormida, aunque no sea su condición natural.

Al analizar la condición violenta y agresiva del ser humano, Erich Fromm habla de una orientación en un eje que queda determinado por los extremos necrofilia y biofilia, es decir, el amor a la muerte y el amor a la vida. El predominio de la necrofilia,  manifiesta Fromm, contribuye a generar el síndrome de decadencia, la quinta esencia del mal, el estado patológico más grave y raíz de la destructividad e inhumanidad más depravada. Por ello no hay distinción más fundamental entre los seres humanos, psicológica y moralmente, que la que existe entre los que aman la muerte (necrófilos) y los que aman la vida (biófilos). La tendencia biófila, manifestada por el amor a la vida, a la Naturaleza, tiende a integrar y unir, a fundirse con entidades diferentes y opuestas, a crecer de modo estructural. La conciencia biófila, de acuerdo con Fromm, está en la base de la filosofía humanista, movida por atracción de la vida y de la alegría, fortaleciendo la parte de uno mismo amante de la vida. Hay fuerzas a lo largo de la historia, y hoy también, que nos alejan de esa conciencia que propicia el bien común a través del desarrollo de formas avariciosas de apropiación de bienes comunes y el uso y agotamiento del capital común terrestre en beneficio de unos pocos. Aparece el descarte social, la pobreza, la anomía social, las desigualdades, la violencia de todo tipo, en definitiva, una matriz ambiental de ambiciones y maldades que sacará lo peor del ser humano, una manifestación local o globalizada de necrofilia, que nos aleja de la deseable biofilia. En definitiva, al anhelo del ser humano por convivir con la Naturaleza, expresando su bondad natural y su tendencia al apoyo mutuo, Erich Fromm lo llamó biofilia. 

Pocos años después de la muerte de Erich Fromm, el biólogo Edward O. Wilson retoma este concepto original de Fromm para plantear la hipótesis de la Biofilia, un paso esencial en la comprensión de nuestra realidad y del camino para cambiarla, cuyo origen está en la capacidad de análisis de Erich Fromm. En el año 1993, S. R. Kellert y E.O. Wilson editan un libro denominado The Biophilia Hypothesis, que ha constituido la base de toda una nueva visión de las ciudades y del ser humano y sus carencias existenciales en un mundo urbanizado y tecnificado, donde el tener es superior al ser, como diría también Erich Fromm (Del tener al ser, Paidós, 2007). E. O. Wilson manifiesta en su libro la necesidad del ser humano de conectarse con el resto de los seres vivos, al conjunto de la Biosfera, de la que forma parte. 

El vínculo con la Naturaleza es el resultado de un largo proceso evolutivo que no solo no podemos evitar, sino del que nos podemos beneficiar. Un vínculo generado tras millones de años de evolución. El ser humano proviene de la Naturaleza, ha vivido en contacto con ella desde antes de diferenciarnos de forma clara como humanos, muchos millones de años. Incluso en nuestro proceso diferenciador como especie humana hemos estado en contacto con ella en el último millón de años. El sentido de vinculación con la Naturaleza está incluido en nuestro ADN. Como formula E. O. Wilson, formamos parte de la red de la vida. Por eso algunas asociaciones defienden a los animales sobre la base del vínculo evolutivo que tenemos con ellos. Hoy se habla del efecto biofilia, que defiende que nos sentimos mejor en contacto con la Naturaleza porque es nuestra condición natural, no hace tanto tiempo que nos alejamos de ella y por eso si percibimos su presencia nos sentimos mejor, y también dicho contacto nos hace mejores. Está demostrado que los enfermos se recuperan mejor en la cercanía de la Naturaleza, expresada como el verde de los parques y jardines. Clements G. Arvey explica en su libro El Efecto Biofilia (2016, Urano) el poder curativo de los árboles y las plantas, “ya que la Naturaleza es el más poderoso elixir de salud para el cuerpo y la mente”. El autor citado, en su libro habla de la monja benedictina Hildegard Von Bingen que en el siglo XII decía que “hay una energía que emana de la eternidad, y es verde”. Esta energía verde es el poder beneficioso que la Naturaleza tiene sobre nosotros, los seres humanos, la cúspide del proceso evolutivo, los generadores de la Noosfera, de acuerdo con el jesuita Pierre Teilhard de Chardin. El papa Francisco en su Encíclica Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común, nos habla de la Naturaleza como parte esencial de esa casa. El ser humano se ha vuelto una especie manifiestamente urbana.

En 2018 más de la mitad de la humanidad vive en ciudades; en los próximos años la población urbana se incrementará. Desde el principio de la vida en las ciudades, hace unos 5.000 años, esta forma de vida ha supuesto un alejamiento de la Naturaleza. El porcentaje de nuestra evolución que llevamos como urbanitas es casi insignificante. Nuestra vida urbana ha conducido a una vida donde la Naturaleza está ausente. Solo desde hace algo más de un siglo que la vegetación ha llenado las ciudades como infraestructura verde, con parques y jardines públicos, antes los jardines eran un bien privado, y con un desarrollado arbolado viario. Con los parques y jardines, y el arbolado de calles y avenidas, la Naturaleza se ha acercado a la ciudadanía. Sin embargo, en nuestras ciudades hay grandes diferencias en cuanto a la proximidad de la Naturaleza y, con ello, que se manifieste la biofilia, con todas las bondades que representa. Existe en las ciudades el denominado síndrome de alejamiento de la Naturaleza, también conocido como síndrome de tristeza urbana. Hoy las ciudades crecen, pero muchas lo hacen a costa del crecimiento de sus injustas periferias abandonadas. Al igual que el papa Francisco clama por el derecho a la vida de las diferentes especies de la biosfera, expresa que “no es propio de habitantes de este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza”. Con esta frase el papa Francisco enlaza con la Hipótesis de la Biofilia. El alejamiento de la vivencia con el medio natural no nos hace felices y nos enferma, por eso es fundamental la presencia de la naturaleza, visualizada como el paisaje verde de las ciudades. Sentimos amor por la vida, por lo natural, las plantas, las aves y un largo etcétera que ha desaparecido o es insuficiente en nuestras ciudades y en muchos de sus barrios. Por eso el papa Francisco clama por las ciudades sin espacios verdes suficientes o por la privación del contacto físico con la naturaleza. Hemos generado un síndrome urbano de alejamiento de la naturaleza con incidencia en nuestra salud individual, tanto física como psíquica, y colectiva. La infraestructura urbana ayuda a la socialización, ya que favorece el encuentro en los espacios de convivencia urbanos. 

La Naturaleza es una parte esencial del planeta en que vivimos, una autentica creación de un Dios cuidador de sus criaturas, en el marco de un proceso evolutivo donde el ser humano debe disfrutar de la Naturaleza como un don y, como dice el papa Francisco, también ser co-creadores de un mundo posible para todos. Se habla ahora de ciudades biofílicas, un nuevo modelo de desarrollo urbano donde la Naturaleza está presente para darnos salud y hacernos mejores. Somos mejores en presencia de la Naturaleza. Debemos desarrollar ciudades con una manifiesta presencia de infraestructura verde, con parques y jardines para todos, con calles y avenidas arboladas donde encontrarnos unos con otros. Espacios para la ternura, lugares de encuentro, donde miramos con los ojos del otro, donde no rechazamos al diferente. 

La Naturaleza nos hace mejores personas, nos hace más sociables y nos da salud. La biofilia es una realidad y debemos percibirla en nuestra vida. Sintamos la presencia de la Naturaleza en la ciudad y esperemos que las deficiencias en verde urbano que se manifiestan actualmente en muchos barrios, zonas descartadas de acuerdo con el papa Francisco, se eliminen y todos en las ciudades podamos disfrutar de una infraestructura verde necesaria y a la que aspiramos desde lo más profundo de nuestro ser. Ojalá nuestra matriz ambiental humana consiga que todos los factores que la influyen sean positivos, tanto económico como sociales, en el marco de ciudades biofílicas donde nuestro mejor yo, se encuentre en un fraterno abrazo con los otros. 

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