ARTÍCULOS CINE

FILMAR LA VIDA

Filmar la vida con una cámara que la describe a la perfección, en extensión y en hondura. Estoy hablando de una obra maestra del cine de hoy: Roma. 

A lo largo y a lo ancho, la vida fluye, la vida respira, la vida llora, sonríe, intriga, contempla. Nos la muestra los ojos tiernos, mansos, contemplativos de Cloe, esa india joven, empleada doméstica, en una casa de clase media de la ciudad de México, de la colonia Roma, de ahí el nombre del film. 

Nos va relatando un acontecer sin importancia y, sin embargo, tan importante como la vida. Es la vida cotidiana de una familia con abuela, cuatro hijos y el perro. Como una cinta de seda, la vida se desliza suavemente. A veces, muestra desgarros, tirones, que vemos pasar como el agua del arroyo que baja por la montaña: fluye y tropieza, tropieza y vuelve a fluir. Sin énfasis, sin alharacas, sin torpeza, sin pesadez. Ese es el tono (en las antípodas del cine de Almodóvar, que hace otro cine). El estilo es la elipsis y la contención.

Hay una metáfora poderosa en el film: es un cochazo, Galaxy, que lo vemos conducir por el pater familiae en una secuencia que dice más sobre el patriarcado que algún tratado de feminismo. Ese coche es el poderío del padre, que entra por el estrecho zaguán de la casa (a modo de cochera) chocando y destruyendo cuanto roza. Su saludo es la queja bronca. No le vemos la cara, sólo sabemos que manda y miente. No tiene ojos para apreciar con qué oleada de cariño es recibido por su pequeña tribu, incluido el perro.

Habla piedad: ¿qué drama encierra su alma estresada, fumadora y dura, que sólo en un ligero trazo nos muestra el film? 

La metáfora del coche y el estrecho zaguán se completa tras el divorcio con una mujer como nueva, resucitada tras el sufrimiento: vende el Galaxy y compra un modelo más pequeño que ya no choca con las estrechas paredes, alegre y guapa, le muestra esta compra a sus hijos como divisa de una nueva era.

De fondo, está la tragedia callada de Cloe, la joven india abusada por el machismo ambiente. 

Se siente la proximidad feliz y sencilla entre lo que la narración fílmica nos dice y cuanto, sin ser dicho por ella, nos capacita a decir o pensar nosotros. Lo dice bien en estos dos preciosos endecasílabos, la mirada del poeta Eloy Sánchez Rosillo, que tomo aquí: “El mero estar ahí de cada cosa / es suficiente luz, signo bastante”.

El espectador ve cómo la vida en estado puro pasa. Asiste a ese maravilloso espectáculo, el espectáculo. Sin aditamentos, farsas o gritos. 

Admirar-relajar, es el movimiento de sístole-diástole del alma en este film de alta calidad que habla de nosotros, los humanos. En un tiempo sin tiempo, que es lo que define a lo clásico, ergo, estamos ante un film atemporal.

Bendito sea este cine que nos cuenta todo, sin someternos a noventa minutos de una expresividad brutal. Bendito sea este cine que nos bendice.   

Creamos, al menos por un instante, en la vida.

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